"Amor en la muerte de mi padre"

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Testimonio de Sara Dobarro, neurocientífica, Fundación Hospital Residencia Sant Camil. Revista HUMANIZAR 161.

Reproducimos en la web www.humanizar.es el hermoso testimonio de Sara Dobarro, neurocientífica y especialista en reprogramación neuronal, de la Fundación Hospital Residencia Sant Camil, que nos ha brindado en la Revista HUMANIZAR de noviembre-diciembre, monográfico 161: Lo primero que hicimos al llegar a Zaragoza fue buscar la localización de un espacio para que nos pudieran hacer una entrevista en directo, desde España para una televisión de Miami.

Cerca estaba la residencia de mi anciano padre, ingresado por padecer múltiples patologías que le hacían ser dependiente. Íbamos a compartir la alegría vivida con él. A nuestra llegada, la geriatra del centro nos informó de que mi padre se estaba muriendo. Mi felicidad se tornó de inmediato en tristeza y la parte racional de mi cerebro preguntó: “¿cuánto le queda de vida?” Su respuesta no podía ser más imprecisa: “meses, horas, días o semanas”…

Abrí los ojos, queriendo aguantar las lágrimas pero se deslizaron sobre mi rostro y no lo dudé ni un minuto. Decidí cancelar todas mis actividades y compromisos profesionales para acompañar a mi padre en el tránsito a la muerte. Pregunté si me dejarían estar hasta el final en la residencia. Me dijeron que sí, pero debería pasar día y noche sentada en una silla para poder acompañarlo como yo quería. A él no le faltaría ninguna atención médica y en el último tramo podrían suministrarle la morfina que necesitase.
Él, que siempre contaba que fui la única hija a la que vio nacer, me había elegido ahora para ser su compañera en la muerte.

Me mentalicé para concentrar toda mi energía vital en darle el amor necesario que le preparase para ayudarlo a salir lo antes posible dentro de un cuerpo que ya había cumplido su cometido y solo le proporcionaba dolor y dependencia. Lo primero que hice para celebrar su santo fue ponerle su música favorita: la pasión según San Mateo de  Bach y el Réquiem de Mozart y siempre mi mano apretando la suya. No hacían falta palabras. Ambos sabíamos comunicarnos en el silencio.

Mis hijos Cristina y Santiago venían a acompañarnos para aprovechar también las horas de vida le quedaban y regalarle al final todas las sensaciones, emociones, y respuestas químicas que le diesen serenidad, gozo y valor para enfrentarse a la muerte con dignidad y amor superando sus limitaciones.

De este trance tan apasionante, aprendí que ver la cara oscura de la muerte nos produce una sensación de desasosiego, de limitación o un duelo que casi puede llegarte a hacer entrar en depresión. Mientras que, como en mi caso, la vida me permitió concentrar cada minuto en él y olvidarme de mí. Todo ese amor que le entregué durante la semana que estuve a su lado, me lo devolvió con creces.

Justo en el momento de su muerte, mi cerebro se inundó de oxitocina, la hormona del amor y entré en un estado como de felicidad…

Está claro que de lo que ponemos en nuestra mente, nos nutrimos en la vida. El cerebro no distingue entre lo que es real o es imaginario, es solo un pensamiento que genera reacciones químicas en nuestro cerebro que van a afectar al cuerpo.

El acompañar a mi padre en el tránsito a la muerte, me enseñó a verla con dulzura, porque lo liberó de su sufrimiento hacia la expansión espiritual. Creo que la mejor herencia que me pudo dejar mi padre fue el privilegio de acompañarlo en el tránsito de la muerte, en el que estuvo consciente hasta el último momento. En su último tramo de vida se propuso buscar a Dios y vaya si lo encontró. Experiencias vitales como ésta me han enseñado a creer en un Dios que es Amor.

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