"Humanizar, ¿clave de la asistencia sanitaria?"

Entrevista a José Carlos Bermejo y Mª Pilar Martínez en el Ateneo de Zaragoza. Presentación del libro "Humanizar. Humanismo en la asistencia sanitaria". Ed. Desclée de Brouwer.

La importancia de trabajar por una salud a la medida del ser humano; la capacidad de los profesionales de acompañar el sufrimiento; cómo en las Facultades de Ciencias Biomédicas falta la enseñanza de "competencias blandas"; cómo se está reforzando el valor de la "paliación"...

Estos valiosos mensajes nos los explican José Carlos Bermejo y Mª Pilar Martínez Barca en la siguiente entrevista, concedida al Heraldo de Aragón, con motivo de la presentación de su libro "Humanizar. Humanismo en la asistencia sanitaria", el pasado 8 de noviembre en el Ateneo de Zaragoza.

El pasado 8 de noviembre presentábamos, en el Ateneo de Zaragoza, el libro Humanizar. Humanismo en la asistencia sanitaria, que escribimos junto a nuestra compañera Marta Villacieros y que fue coeditado por el Centro de Humanización de la Salud y Desclée De Brower. Compartimos mesa con la doctora María Antonia Martín Zorraquino, profesora emérita de Lengua Española de la Universidad de Zaragoza, y el doctor Pedro Corona Virón, cardiólogo y Vicepresidente del Ateneo. Transcribo las respuestas que dimos José Carlos Bermejo y yo misma (Mª Pilar M. Barca) a Heraldo de Aragón, donde, por motivos de espacio, no se reprodujeron en su conjunto.

Humanizar, un reto

-Plantean en su libro que hay que humanizar la salud, ¿tan importante es?

José Carlos Bermejo (JC).-Estamos en un momento delicado en general y en particular tras la pandemia. En todo caso, hay mucha vulnerabilidad en el mundo de la salud y en la asistencia sanitaria, en particular. Tenemos el permanente desafío de trabajar por una salud a la medida del ser humano, no veterinaria; una asistencia sanitaria con atención personalizada.

María Pilar Martínez Barca (MPMB).-Desde luego. ‘Humanizar’ registra, entre otras acepciones del Diccionario de la lengua española, la de ‘Hacer una cosa más humana, menos cruel, menos dura para los hombres‘. Y de eso se trata, de hacer la asistencia sanitaria y todo tipo de asistencia (personas con discapacidad, mayores, etc.), mucho más cercana al ser humano, a la persona en su conjunto. Y más en estos tiempos difíciles que nos toca vivir. Tanto la arcaica ‘humanar’ como la actual ‘humanizar’ derivan del adjetivo ‘humano’. En el libro recogemos desde los primeros diccionarios y autores de la lengua castellana, pasando por el Diccionario de uso del español de María Moliner o el de americanismos, a las últimas ediciones digitales de la RAE.

-Una atención sanitaria cercana, más humana, ¿mejora la salud del enfermo?

JC.- Mucha de la respuesta del individuo depende del tratamiento que recibe. De él se deriva el grado de adherencia terapéutica, la motivación para seguir el tratamiento, la responsabilidad en procesos de curación, de sucesivas pruebas, así como el modo de vivir la propia enfermedad y el proceso de morir.

MPMB.- Por supuesto que sí. En el prólogo a Humanizar se hace referencia a la última lección del maestro Pedro Laín Entralgo: en su incapacidad postrera, el médico es cuando más humaniza a quien lo visita. El contacto cercano, casi íntimo (las manos, los abrazos, la mirada en tiempos de pandemia), hace mejorar y hasta puede sanar en ocasiones al enfermo. Ahí está la experiencia de Jesús de Nazaret. A su vez, el contacto con el enfermo humaniza asimismo al sanitario, al cuidador. Es el lema de San Camilo de Lelis: “Más corazón en esas manos”.

De los sanitarios a la Administración

-Los sanitarios han hecho un esfuerzo titánico durante la pandemia y el trabajo de la mayoría siempre es para quitarse el sombrero, pero, ¿podemos aspirar a una atención todavía mejor?

JC.- El esfuerzo realizado durante la pandemia es admirable en todo caso, pero no es garantía de que los profesionales tengan adquiridas competencias blandas para el desarrollo profesional adecuado. No se enseñan competencias relacionales, emocionales, éticas, espirituales, culturales, en las Facultades de las Ciencias biomédicas. La atención personalizada requiere este tipo de formación para tratar a las personas enfermas como lo que son. Y sigue habiendo campos por explorar y reforzar, como es el mundo de los cuidados paliativos, el mundo del alzhéimer, a modo de ejemplo.

MPMB.- La pandemia ha afectado a los sanitarios, incluidos los trabajadores del hospital San Camilo. Precisamente su praxis para con los enfermos es un ejemplo digno de imitar en Aragón, España y en otros países a los que también llega su atención (Latinoamérica, África…).

-¿Las instituciones están implicadas en la humanización o se diluyen en una gestión fría y alejada del paciente?

JC.- En los últimos años, las Comunidades Autónomas están realizando planes de humanización o estrategias de humanización de la asistencia sanitaria, con numerosas iniciativas encomiables. Cabe esperar, que después de estos primeros años (interrumpidos en parte por la pandemia), se consoliden y amplíen las iniciativas, y se centren primero en lo fundamental: el acceso universal y rápido a los recursos sanitarios para los ciudadanos, sin esas listas de esperan tras las que se esconde mucho sufrimiento.

MPMB.- Las instituciones están implicadas. Lo que pasa es que es muy difícil una asistencia individualizada, personal. Hay por lo general pocos trabajadores en las residencias, no siempre con una formación adecuada (ahí está, sin ir más lejos, que muchos trabajadores no hayan querido vacunarse). Y de hecho, la figura del asistente/a personal, en el caso de personas con discapacidad, diversidad funcional o con capacidades diferentes, aún no está reconocido en el régimen laboral ni de la Seguridad Social de nuestro país.

-Las diferencias en el acceso a los recursos sanitarios no es precisamente lo más humanitario, pero ocurre dentro del territorio nacional. ¿Deberíamos replantearnos el modelo sanitario? ¿En qué sentido?

JC.- Las listas de espera son un correctivo del sistema, una negación –en parte– del acceso universal, que es necesario seguir denunciando y provocando una respuesta más humana. Así mismo, los insuficientes servicios para acompañar en clave paliativa.

MPMB.- Debería hacerse más igualitario en todo el país. También en lo que respecta a la atención a personas inmigrantes. Pero no es este tema campo de mi especialidad.

Palabras clave

-En su libro abordan el binomio dolor-sufrimiento. ¿Estos dos conceptos deben ir siempre de la mano?

JC.- Un aspecto de la humanización es, precisamente, la capacidad que los profesionales tengamos de acompañar el sufrimiento, no solo de detectar y eliminar el dolor. Los seres humanos sufrimos. Elaboramos de diferentes maneras nuestras pérdidas. Hay muchos profesionales muy torpes en el manejo de esta parte blanda, subjetiva, que tanto influye también en la parte física. En este sentido, es imperioso el abordaje por el camino de la formación.

MPMB.- No tendrían por qué. Si volvemos al DLE, dolor: “Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior”. Sufrimiento: “Padecimiento, dolor, pena”. El dolor se refiere principalmente a lo físico, mientras que el sufrimiento tiene un importante componente mental y psicológico. Hoy la medicina puede aminorar y hasta quitar el dolor. El sufrimiento entraría en el campo del duelo, de las pérdidas drásticas, ya sea de la propia salud, de los bienes o de los seres queridos. Ahí es necesaria otro tipo de intervención y ayuda, especializada y de nuevo de calidad. Mal tratado, el dolor físico también deviene en “Sentimiento de pena y congoja” (DLE).

-También hablan de la importancia de paliar. Y precisamente muchas unidades de cuidados paliativos están bajo mínimos… ¿al paciente terminal se le trata como a un ciudadano de segunda?

JC.- El valor de la paliación se está reforzando. Somos más sensibles ante la necesidad de acompañar, cuidar, evitar el encarnizamiento técnico. Sin embargo, sigue habiendo mucha gente que muere mal, sin una respuesta paliativa. También esto ha de llegar a la formación en las Facultades biomédicas. Es contradictorio que enseñemos cómo poner en práctica una ley para quien quiera morir y no sepamos todavía paliar el sufrimiento, sobre todo en procesos terminales, pero no solo.

MPMB.- Estoy convencida de que es una decisión política. Se habla mucho de muerte digna, y hasta se aprueban leyes exprés. Pero aquí no se trata de aplicar la eutanasia (del griego ‘eu’ + ‘thanatos’, o ‘euthanasía’); sino de paliar el dolor y el sufrimiento e incentivar las unidades de cuidados paliativos (de nuevo, el Centro de Humanización de la Salud se erige en ejemplo). Pasa como con la asistencia a personas grandes dependientes. ¿Por qué sí a las residencias y no a la asistencia personal? Están mal hechas las cuentas. Cuando la razón y el sentido común primen sobre el interés y partidismo político, se verá cómo vivir y morir con verdadera dignidad es mucho más rentable, a nivel económico, social, sanitario y humano. Entonces personas con discapacidad, enfermas, ancianas, pacientes terminales y moribundos, dejaremos de ser ciudadanos de segunda.

-¿Es “empatía” una palabra que debería grabarse a fuego en las facultades de Ciencias de la Salud?

JC.- Es una clave fundamental. Es la actitud de una persona que le lleva a ponerse en el mundo del otro, a adoptar su marco de referencia y comprender y actuar en consecuencia. Con su componente cognitivo, afectivo y conductual, la empatía forma parte de la competencia profesional y es exigible en los profesionales de atención directa, pero también en los gestores y los que planifican programas y servicios. Es un sexto sentido que nos da la respuesta más humana, porque nos pone en el lugar del enfermo, del débil, del más vulnerable.

MPMB.- La palabra la aprendí de mi maestro, José Carlos Bermejo. Según el DLE, “Sentimiento de identificación con algo o alguien” (del griego ‘empätheia’). Pero sobre todo “Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. Va mucho más allá de la mera simpatía. Es ponerse en el lugar del otro, al menos intentarlo; calzarse los zapatos o las sandalias del vecino. ¿Cuáles son los dos primeros mandamientos de nuestra tradición? Es una palabra cada vez más utilizada, pero sigue siendo la gran desconocida. Debería grabarse no solo en los muros, pasillos y aulas de las facultades; sino a fuego, cal y llanto en cada corazón.

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