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Comunidades que celebran la vida

Este grupo de mujeres, se junta y celebra. Oramos y compartimos la mesa. Reflexionamos y aprendemos. Nos preocupamos y cuidamos las unas de las otras. También nos enfadamos, a veces, y sufrimos por ello.

 

Trabajamos en la reconciliación. Reímos, y también lloramos. Estamos al lado en la enfermedad y en el duelo. Es el grupo, ese lugar donde se vive la fe de manera próxima, cercana. Somos mujeres. Cada una con su vida, con su familia, con sus soledades. Comunidades informales de mujeres que han abierto “brecha”, que se definen a sí mismas como cristianas y feministas.

 

Así describo al grupo al que pertenezco, este como otros, y cada uno diferente, son el ejemplo de la vida que busca compartirse, comprometerse, unirse a causas justas, pensar en común, y en nuestro caso, también orar y compartir la cena. Son espacios en los que aprendemos, sin proponérnoslo, un modelo de vida y de acompañamiento.

 

 

Mujeres

Mirando hacia atrás, y aprovechando que en las celebraciones se repasa la historia, son muchos años ya dedicando páginas y páginas a hablar de las mujeres en diferentes claves. Desde 2002 estamos aquí, explorando aspectos que tienen que ver con el género, con el sexo, pero sobre todo con la experiencia de las mujeres, exprimiendo los términos, aclarando conceptos, no conformándonos con las categorías abstractas o con lo que está de moda. Hemos desvelado injusticias, hemos informado sobre aspectos sociales y éticos que tienen que ver con el feminismo. Hemos profundizado en el feminismo que humaniza las relaciones y la propia manera de decirse.

 

Letra a letra, creemos haber contribuido, con la voz de HUMANIZAR y gracias a ella, y los Religiosos Camilos que están detrás, a los avances que se han producido en la sociedad en 30 años, que han sido muchos. Y al mismo tiempo, la que escribe, y seguro que el lector, nos reconocemos transformados. Es el milagro que se produce cuando se estudia, se profundiza, se contrastan opiniones, se forjan ideas, se recogen las de tantos otros y otras que nos preceden y nos enseñan. El mérito es compartido, es una cadena de legados en la que nadie destaca sobre nadie. Lo hacemos entre todas.

 

Cada idea se ha ido modulando, a fuego lento, a golpe de cincel, para ser retocada, reformulada, recreada. Tantas palabras han dado lugar a algunos libros. Pensamiento y palabra, siendo ambos la cara de una misma moneda, han dado lugar a la metamorfosis personal, grupal y también social. Porque nada cae en “saco roto” y así se alumbran los cambios. Las palabras, como semillitas esparcidas aquí y allá, han alargado la mirada, han abierto los oídos, han despertado las conciencias, han ensanchado el corazón en clave feminista.

 

Comunidad

El feminismo no es vivido en soledad, sino en grupo. La comunidad es una clave feminista que rompe con el patriarcado. El poder ha de vivirse de otra manera, repartido, compartido, en cooperación y colaboración, circularmente. Las comunidades, los grupos humanos, en los que el servicio es la única manera de ejercicio del poder, donde el jefe-coordinadora es un estimulante del trabajo, del bien-estar, de la armonía, y al mismo tiempo la primera que se pone a hacer “lo que toque”.

 

Ser comunidad es más que ser un grupo de personas que se unen por un interés compartido. Tenemos lazos “más dentro”. Son vínculos amorosos que nos fortalecen y nos sostienen. Es imposible entender la comunidad sin esas relaciones afectivas. Nos une una causa y un sentir compartido. La relación, que quiere ser gratuita y fuente de bien, con todos los fallos que tiene lo humano, se convierte en contenido. Ser comunidad, tejer comunidad, es el esfuerzo más serio que hacemos los humanos por ser imagen de Otro Amor.

 

Si no fuera por una comunidad que me sostiene, nada de esto hubiera pasado. Ponerse a escribir es una oportunidad, un don, un placer, un aliciente y un ejercicio del arte, también. Escribir sobre feminismo, desenmascarando los partidismos y creando novedad, es un compromiso histórico. Nada de esto es posible sin la comunidad.

 

Celebración

Somos seres celebrativos. Parece que el “cuerpo” nos pide celebrar para hacer notar que la vida es vida. Estamos deseosas de la alegría, de juntarnos y compartir una oración de acción de gracias, la mejor que podamos expresar, y darnos cuenta por fin que estamos hechas de puro don, que somos “regalo” para la humanidad.

 

Celebrar y evocar la comunidad, es inevitable. Aunque el corazón esté en silencio o vivamos solas, al dar gracias por lo vivido, nos unimos a tantas personas, atravesamos el tiempo, también las fronteras de la muerte, y estamos más allá, en la trama invisible de vida que se teje, como un hilo que se anuda a otros hilos y así tiene sentido. Es la construcción comunitaria de la existencia.

 

El acto celebrativo es comunitario por excelencia, y a las mujeres nos gusta celebrarlo todo. Lo veo en las mujeres más jóvenes también. Están abriéndose paso en un momento de crisis existencial, y aun así, se acompañan, se levantan unas a otras gracias a la amistad inquebrantable, demuestran que están ahí, aunque no haya nada más, las unas para las otras. Y lo celebran.

 

Celebrar no es sino dar gracias y estallar de alegría. Y es posible porque hay un “con quién” celebrar, incluso ausente. Brindamos en compañía, haciendo memoria de los que ya no están, proponiendo buenos deseos para los que emprenden un nuevo camino, o simplemente porque estamos vivas. Brindamos, pedimos, damos gracias, nos alegramos y nos miramos a los ojos para sabernos vinculadas. Pase lo que pase, estamos juntas en esto.

 

Así como Jesús

Según parece, Jesús de Nazaret era de estos. Mujeres y hombres, en comunidad, expresaban que se puede vivir de otra manera. Pronto, Jesús salió de su casa y se fue a compartir la vida con sus amigos y amigas. La tarea era descubrir a Dios en medio de los más pobres y desvalidos de su tierra. Y honrarle en esas personas. No somos tan radicales y nos falta mucha fe, pero lo intentamos. Queremos descubrir a Dios, encontrarlo en todas las cosas y sabernos amadas de forma exclusiva por Él.

 

Los primeros cristianos se dieron cuenta que esta era la clave. Permanecer unidos, generar comunidad donde la Ruah se hace presente, llena de vida y de alegría. Se hace posible lo imposible. “No temas, rebañito mío”. Recojo tus miedos, parece susurrar. Me meto en ellos, y los hago llevaderos.

 

Comunidades que son círculos que se entrelazan con otros círculos y van generando ámbitos de comunión. Como pretende ser la Iglesia, al estilo de los primeros. Defectuosa y amorosamente, ahí estamos. Mujeres incomprendidas, y ahí me quedo.

 

Comunidades celebrativas, al estilo de Jesús, que era “fiestero”. Eso somos. Este grupo de Mujeres, círculo que se entrelaza con Humanizar, celebra y disfruta, reconoce y agradece, se alegra estrepitosamente, tratando de invitar a la gente de los caminos. Porque hemos descubierto algo grande que da sentido, y lo hacemos juntas. A través de la causa del feminismo abrimos paso a otras causas justas. Nuestras manos con las manos de las personas pisoteadas y sufrientes. Dios de carne. Nuestra fiesta.

 

Rosa María Belda Moreno