Hoy es viernes y desde primera hora de la mañana la peluquería del Centro San Camilo es un trasiego. Se nota que empieza el fin de semana y todos quieren lucirse guapos, especialmente las mujeres, por si esta tarde reciben visita. “Aunque desde el maldito bicho de las narices esto ha cambiado y ahora solo tenemos una visita a la semana” se lamenta Mari Paz. “Además, aunque tenemos actividades en la residencia, ya no hacemos obras de teatro ni funciones de zarzuela ¡con lo bien que lo pasábamos!” me cuenta mientras espera su turno.
Raquel es la peluquera del centro desde hace tres años, tiempo suficiente para conocerles y compartir momentos entrañables. “Es inevitable cogerles cariño porque, como en todas las peluquerías, aquí nos contamos la vida y es muy bonita nuestra relación. De hecho, lo pasé mal cuando me reincorporé tras el confinamiento del Estado de Alarma y me enteré de los que ya no estaban…” confiesa.
“Raquel es un encanto” dice Pepa que este mes cumple 90 años. “Yo vengo todos los viernes porque me gusta verme guapa, lo he hecho toda mi vida y aquí igual. Hay que cuidarse para verse bien y que te vean bien, aunque sea en apariencia porque tengo unos dolores… pero ya sabes: Antes muerta que sencilla” añade con una sonrisa y haciéndome un guiño.
Y es que en la peluquería se respira alegría, ilusión y mucha coquetería. “Lo que más me piden es lavar y peinar, también se cortan el pelo, algunas hasta se tiñen y la cera para el bigotillo ¡no falta!” explica Raquel, quien también se pasa por las plantan para atender a quienes no se pueden desplazar los lunes, miércoles y viernes que viene al Centro de Humanización de la Salud.
“Aquí lo que no tenemos es cotilleo porque se respeta a los demás” me susurra Mari Paz, mientras invita a Amada a que se siente. Esta cordobesa de ojos claros siempre lleva una flor en el pelo pero no deja que nadie se la ponga, ni siquiera la peluquera. “Ella me lava y me peina, pero la flor me la planto yo que me conozco” argumenta acariciando su tocado sobre su sien plateada.
Ahora llega Antonio que viene por primera vez a que le corten el pelo. “Es que soy nuevo, llegué ayer, y aquí estoy a que me esquilen y me dejen bien” se ríe abiertamente. Al tiempo, varias enfermeras acercan a otros residentes, que ya deben esperar en el salón porque la peluquería está llena. “A mí no me importa aguardar mi turno porque luego merece la pena” dice Ana, que va detrás de Josefina quien dice venir “a que me hagan mis ricitos”.
Pero también hay acompañantes como Luis, que acerca a Teresa, su mujer. “Para que la arreglen y corten el pelo, supongo, que yo de esto no entiendo. Lo que sé es que me gusta verla guapa y a ella también” asegura. “Luego daremos una vuelta por el jardín, que es lo único que nos queda, si el tiempo acompaña y las circunstancias…”
Unos tiempos inciertos en los que a pesar de todo lo importante es cuidarse y dejarse cuidar, por dentro pero también por fuera. Y, como vemos, de eso sabe mucho la peluquería de San Camilo.