Violencia entre menores: ¿En qué estamos fallando?

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Testimonio de Consuelo Santamaría, psicopedagoga, Doctora en Ciencias de la Educación y experta en duelo en el Centro de Escucha San Camilo

Desafortunadamente estamos escuchando noticias que desvelan unos hechos, en sí mismos, espeluznantes y repulsivos. Si nos quedamos en eso, en el hecho en sí,  sentimos repulsa, condena y rechazo absoluto, pero este tipo de acciones nos han de llevar a un análisis profundo del marco contextual en el que se producen.
    Todo menor es hijo de unos padres, vive en un barrio, tiene unos amigos, va a un colegio y forma parte de una sociedad en la que está inmerso. Todo lo que envuelve y acoge a los menores ejerce una influencia directa que les lleva a actuar de una determinada manera.
    La alarma social salta ante estas atrocidades y los políticos utilizan el hecho, una vez más, para hacer ver las carencias y maldades de los otros. Hay sectores que exigen la reforma urgente de la Ley del Menor, como si un endurecimiento o no de la ley tuviese consecuencias inmediatas para prevenir la violencia infantil. Si así fuese, tendríamos una ley mágica capaz de modificar la conducta de los seres humanos. Pero no, desgraciadamente no es así. La ley no actúa sobre los padres, la ley no vive en un barrio, la ley no va al colegio todos los días y la ley no forma parte de toda la sociedad, puesto que hay sectores de la misma que están en contra de dicha ley.
    Cuando lo que se busca es endurecer la ley, algo va mal, porque es como descubrir que la familia no puede o no sabe educar en valores a sus hijos, es como afirmar que en los barrios no hay alternativas pacíficas y sanas de ocio para los menores y adolescentes, es como proclamar de una manera sutil el fracaso de la educación en las escuelas y es una manera decepcionante de decir que el sistema democrático no sirve con los menores, que hay que endurecer el sistema…
    Yo no quiero caer en la trampa de mostrar mi opinión sobre castigo o no castigo para el menor, mayor o menor pena, libertad o prisión, para eso están los jueces. Yo lo único que puedo defender es lo que vivo desde hace mucho años en la intervención con los niños y adolescentes. Hay que reinventar día a día la escuela, la familia, la sociedad desde una perspectiva humanizadora. La familia, la escuela, la sociedad tiene que buscar objetivos útiles para la vida, por ejemplo, enseñar empatía a los niños, hay que hacer reflexiones sobre la vida con los menores para que descubran las consecuencias de los actos que violan los derechos más esenciales. Hay que preguntar a los niños, aunque la respuesta sea en algunos casos “a mí me da igual”. ¿Cómo se sentirán los padres de la menor violada? ¿Cómo se sentirán los padres de los menores agresores? ¿Cómo se sentirá la niña agredida y violada? Hay que impregnar de valores la vida de los niños.
    Basta ya de tanto juego violento en la Play Station. Juguemos con los niños, juguemos con nuestros hijos, y enseñémosles a ponerse en el lugar de los niños que sufren acoso, bulling, desprecios, humillaciones… Basta ya de permitir que nuestros niños sean, como escribió Javier Urra, el pequeño dictador, y demos paso a niños que respeten al otro, que se respeten a sí mismos.    
    El fenómeno de la violencia entre menores muestra caras espantosas, como la incorporación de niñas a las peleas y, según palabras de muchas menores, lo hacen para divertirse y por puro morbo… y la cara atroz del abuso de los más débiles, esos niños con problemas, con discapacidad, que tanto enseñan a los que de verdad sabemos verles como uno más.

    Todo acto tiene causas y toda acción debe tener consecuencias. Ojalá estos lamentables sucesos tengan la consecuencia de replantearse la educación en la familia, en la escuela y en la sociedad con un solo objetivo: HUMANIZAR LA EDUCACIÓN, LA RELACIÓN Y LA VIDA, con toda la carga de valores que la palabra humanizar conlleva.