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"Abusadas y agredidas. La perspectiva de género en las relaciones no recíprocas"

Me he sentido ridiculizada en la reunión de ayer. Además, no pude decir que no a lo que se me propuso tras la discusión. Es el jefe, y si me paso de la raya, peligra la renovación de mi contrato. Es cierto que me enfadé y así hice gala de que se me considere demasiado emocional al exponer lo que no está funcionando en la empresa.

 

Llegué a casa y me encontré con que las cosas no estaban hechas. Pedro, que es con quien vivo, dice que no me ponga así, que soy una neurótica del orden, y que no es para tanto. Nos repartimos las tareas, y dice él, cada uno las hace a su ritmo. ¿No se da cuenta de que mi siguiente tarea depende de la suya?

 

En mi acompañamiento voluntario a víctimas de agresión sexual, me cuesta que reconozcan que el agresor no tiene derecho a atravesar la frontera del cuerpo sin consentimiento, pero también me cuesta que caigan en la cuenta de que con apariencia de bien, se comete un abuso de poder desde el minuto uno de la relación.

 

En estos ejemplos de la vida cotidiana, nos damos cuenta de que el poder opera en todas las relaciones. Es un elemento que está ahí, del que somos conscientes (o debemos serlo) para no ejercerlo de manera opresiva ni dejar que nadie nos cohíba.

 

 

Relaciones no recíprocas

 

Este punto de partida es interesante para hablar de abuso de poder. Podemos decir que se abusa del poder cuando en la relación hay una figura de autoridad que aprovecha que tiene “la sartén por el mango”, para ejercer una influencia desmedida sobre los subordinados.

 

En el ámbito laboral es frecuente que haya que callarse, y así empiezan los corrillos en la sombra, porque la persona que ostenta la autoridad se aprovecha de que tiene el poder de echar al empleado de su trabajo. Si el jefe es hombre y la empleada mujer, es un añadido, por la atribución que hacemos imaginariamente a los hombres como dominantes y a las mujeres como sumisas. De todo esto, en el mejor de los casos solo quedan micromachismos, es decir, el desprecio a las mujeres sutil pero real, por su forma de expresar las emociones, por su forma de presentarse, por las cualidades y defectos que atribuimos a ellas por ser mujeres.

 

Somos conscientes de cuánto hemos avanzado legislativamente y en la práctica en las empresas. Y también nos consta cuánto se ha abusado del poder y se han cometido incluso agresiones sexuales. Son asuntos que aparecen en los medios de comunicación como la punta del iceberg de numerosas realidades ocultas, que por suerte forman parte, un poco más cada día, de la historia pasada.

 

 

En la convivencia entre iguales

 

Las relaciones entre amigas, si ambas dan y saben recibir, no se convierten en un problema. Sí ocurre, que si percibimos desigualdad, tendemos a protegernos, a reservarnos, porque la generosidad tiene límites cuando una persona siempre da y la otra siempre recibe. Tenemos los sentidos atentos a las desigualdades. Y nos hartamos.

 

Ocurre entre las personas adultas que deciden convivir que las cosas no son como se acuerdan con mucho amor y buena voluntad. A menudo las relaciones se convierten en un “tira y afloja”, y el juego es el poder, a ver quién puede más, quién gana, quién consigue que se haga lo que una quiere. En las relaciones, se cede, se comprende, se ayuda, se procura igualdad. Pero lo cierto es que es difícil.

 

También hay mujeres que en la casa se vuelven exigentes en exceso, que no dejan respirar, que mandan y que quieren que todo se haga como ellas creen que se debe hacer. Ahí están, siguiendo un patrón cultural que las hace reinas del territorio que no cuenta socialmente para que se queden contentas y gasten su energía. Está costando revertir esta realidad profundamente establecida. No está toda la responsabilidad en ellos.

 

Los acuerdos entre los que conviven son transitorios, las desavenencias son muchas, y no logramos estar en otro momento, siendo el reparto de tareas un elemento que lleva a decepciones y genera rupturas. Alumbrar un nuevo patrón en la convivencia que no sea tan “quemante” requiere salirse de los roles de género, ambos, atravesando la programación que se nos ha impuesto.

 

 

En la intimidad sexual

 

Detenerse en este aspecto es obligado cuando hablamos de abusos y género. Ya no existe en la legislación el abuso sexual desde la polémica ley del solo sí es sí. Desde esta tribuna, queremos desvelar lo que nos oculta “el ruido”. La ley, para quien esté interesado, es la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de garantía integral de la libertad sexual, y más allá de opiniones, el acento está en el concepto de libertad sexual. Sobre la operativa de la ley, habrá que hacer mejoras, y de hecho ya ha sufrido modificaciones, pero conozcamos la filosofía inicial.

 

A partir de esta ley, se modifica el artículo 178 del Código Penal, de manera que:

  1. “Será castigado con la pena de prisión de uno a cuatro años, como responsable de agresión sexual, el que realizare cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona sin su consentimiento. Sólo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”.
  2. “Se consideran en todo caso agresión sexual los actos de contenido sexual que se realicen empleando violencia, intimidación o abuso de una situación de superioridad o de vulnerabilidad de la víctima, así como los que se ejecuten sobre personas que se hallen privadas de sentido o de cuya situación metal se abusare y los que se realicen cuando la víctima tenga anulada por cualquier causa su voluntad”.

 

Es decir, no solo hay agresión si hay violencia o intimidación, sino si no se consiente en la relación. El consentimiento, nos dicen, es difícil de probar, es un término ambiguo, y siempre se puede apelar a ello ante las dudas de una relación en la que se produce un abuso, que ahora es agresión sexual, con las penas que comporta.

 

Para quien se adhiere a este argumento, consultemos a las mujeres que tenemos cerca. La “prueba del algodón” siempre es la vida que fluye y que dice más que las palabras. Todas las mujeres que conozco han sido agredidas sexualmente en algún momento de sus vidas, no violadas, pero sí objeto de conductas que invadían su intimidad sin ellas desearlo por parte de varones, y sin poder expresar, ni siquiera en el pensamiento que eso no.

 

La libertad, y su expresión más íntima, es decir, la que concierne al cuerpo, es mi bien más preciado. Solo cuando digo que sí es sí, y no se trata solo de lo que ocurre fuera de mí, sino que cuando me dejo llevar por el contexto o por lo difícil que me es decir que no, me traiciono. Demasiadas traiciones y dejaré de ser la mujer que soy.