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"Sin alma, no hay cuidado. Cómo sacarle jugo a la vida cotidiana"

 

-¿Por qué es necesaria la interioridad, el alma, en el mundo del cuidado asistencial?

Estamos rodeados de artefactos y cachivaches, en cualquier profesión. Es algo que forma parte de la civilización en la que nos encontramos dominada por una razón científico-tecnológica que en filosofía llamamos “razón instrumental”.

Es un modo de pensar que tiende a dejar de lado la comunicación, las relaciones personales, el cara a cara personal y la dimensión de misterio que tiene la vida humana. Gabriel Marcel, un filósofo francés del pasado siglo, distinguía siempre entre “problema” y “misterio” cuando analizaba la vida humana.

Aplicado al cuidado asistencial podemos decir que nuestra relación con el otro no puede ser puramente técnica o mecánica, tiene que ser una relación auténticamente personal, abierta el misterio del otro, que no anule nuestra capacidad de sorpresa o de misterio. A esto me refiero cuando el cuidado asistencial necesita de la interioridad y el alma.

 

-¿Y cómo no perder la conciencia de la realidad en la actualidad tan tecnológica y tan hiperconectada?

Para tener conciencia de la dimensión personal y radical de esa interioridad debemos ser conscientes de que cuidamos personas, no cosas. Aunque trabajemos con máquinas o instrumentos tecnológicos, lo que proporciona sentido a nuestro trabajo es el rostro del otro, su expresión completa, su vida entera.

El cuidado asistencial requiere reflexión, quietud y capacidad de análisis para limitar el aceleramiento de las agendas, los protocolos y los horarios. Como profesionales del cuidado no formamos parte de un engranaje o factoría de reparaciones personales. Los modelos mecanicistas de control de calidad podrán ser útiles para otros servicios pero el cuidado asistencial requiere un modelo comunicativo, dialógico y realista.

El otro al que cuidamos no es una cosa, un objeto o un número, es un tú frágil, vulnerable y menesteroso. Como nosotros. Por eso es tan importante la reconstrucción de todo lo que hacemos con serenidad, confianza y cuidado “reflexivo”. No podemos descuidarnos del cuidado. Nuestro cuidado no puede ser negligente (acelerado, precipitado) sino diligente (reflexivo, meditado).

 

-¿Cómo podemos llevar a cabo  el “cuidado generativo”?

Llamo cuidado generativo a la forma de organizar el cuidado que lo plantea como una relación de crecimiento mutuo, maduración compartida y aprendizaje interhumano. Siempre me ha preocupado la relación de los profesionales con el tiempo. En las organizaciones tenemos la tentación de medir la dedicación de las personas por el número de horas, minutos y segundos que dedican a algo que entienden como “ocupación” u “empleo”.

Esta relación mecánica y externa del tiempo empobrece las organizaciones de cuidado, necesitamos una relación ética e interna del tiempo. No como horas que unos dan a otros sino como horas en las que compartimos la vida juntos y tenemos la oportunidad de ser mucho más que dos. En el cuidado no funcionan los juegos de suma cero, es decir, aquellos juegos donde lo que unos ganan los otros pierden.

Nuestro tiempo es el tiempo vivido, relatado y compartido; planteado como oportunidad para la novedad el crecimiento y el agradecimiento mutuo por la vida dada. Nunca me cansaré de decir que el cuidado residencial no se organiza con la lógica del “dar de mí” (como si fuera un tiempo que reparto) sino desde la lógica del “dar de sí”. Cuidar es una oportunidad para crecer y ensanchar la vida, en cantidad y calidad.

 

-“La nueva clase social será la de los que cuidan”… ¿Por qué?

Esta es una expresión que está en el libro de la profesora Durán cuando hace una lectura sociológica de la importancia que tendrán los cuidadores en el siglo XXI. El libro lleva por título La riqueza invisible del cuidado (publicado en la Universidad de Valencia, 2016) y en él describe la aparición de una nueva clase social que llama “cuidatoriado”.

Analizado con perspectiva el sector de los cuidados y considerando que cada vez desempeñarán un papel más importante en las políticas públicas, esta profesora considera que cada vez surgirán más profesiones relacionadas con el cuidado, más trabajadores dedicados al mundo del cuidar. Quizá tenga razón porque una civilización cada vez más digital exigirá cada vez más cuidadores. Más digitalización exige más personalización.

 

-¿Cómo podemos motivar a los “jóvenes digitales” para que sepan “desconectarse” y acceder al mundo interior?

Haciéndoles ver que el mundo interior también es seductor, que el silencio es revolucionario y tiene un gran potencial educativo, social y laboral. No es solo un problema de los jóvenes sino de todos. Lo vemos agravados en los jóvenes por la habilidad con la que manejan los dígitos pero también los adultos están enganchados.

Para conseguir un uso reflexivo y crítico de los recursos digitales tenemos que entrenar a nuestros hijos y alumnos para la desconexión. Como he señalado otras veces, una de las profesiones de futuro será de la endocrino digital, alguien con capacidad para ponernos a régimen y recobrar la forma humana, donde haya tiempo para la interioridad, el cuidado de sí y el cuidado de los otros.

Las adicciones tecnológicas serán uno de los problemas educativos más graves de la educación del futuro, más aún cuando los tiempos del metaverso que arrancamos nos siguen mostrando la fragilidad de la voluntad humana.

 

-¿Cómo pasar por la vida como un peregrino, y no como un mero turista?

No es fácil, se trata de relacionarnos de manera diferente con las experiencias que tenemos y las expectativas que se nos despiertan. La vida cotidiana no es algo que se consume y se completa como un programa turístico donde la curiosidad y la voracidad de las actividades es puramente cuantitativa, muchas cosas que ver.

Deberíamos pensar la vida cotidiana como un don, como una oportunidad, como una gracia, como una posibilidad de disfrutar de la tierra con los otros y dar fruto con ellos. Los turistas viven alterados por los horarios, los peregrinos viven cuidando el paso y disfrutando de un horizonte que siempre aparece nuevo y abierto, a cada paso y en cada etapa.