Revista Humanizar

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Humanizar, preciosa utopía.

Por Jesús María Ruiz.

 

El presente número, número especial por ser el de las Bodas de Plata, me ofrece la ocasión propicia de agradecer a nuestros lectores y suscritores todo el apoyo que nos dan con su activa presencia y las oportunas indicaciones que nos sugieren para que hagamos mejor nuestro trabajo. Es una alegría contar con todos ellos.

También me presenta en bandeja la oportunidad de agradecer a nuestros redactores sus colaboraciones, escritas o de diseño, con las que componemos la revista. Y la oportunidad de reconocer que, a medida que pasan los años, aumenta la calidad de sus envíos. Gracias a todos ellos HUMANIZAR, durante dos décadas y media, ha ido saliendo a la luz, bimestralmente, sin interrupción.

En el primer número que publicamos en enero de 1992 anunciábamos, no sin cierto atrevimiento, que nuestra pretensión como revista era la de promover el arte de vivir la salud, la enfermedad y la muerte de la manera más humana posible. A tal fin, la publicación intentaría reforzar con sus escritos las hondas aspiraciones del ser humano, esas que han ido atravesando como columna vertebral la historia de la Humanidad. 

Poco a poco, con el salir de los números, hemos ido aprendiendo que la tarea de humanizar no conoce límite. Humanizar el mundo de la salud implica la humanización del mundo entero, pues sus órbitas se entrecruzan. Hemos ido descubriendo también, casi sin darnos cuenta, que para humanizar es necesario humanizarse antes, que es imprescindible renacer a un estilo nuevo de vida, entender el trato humano desde el prójimo y no desde nosotros mismos. Y que de ese modo el verbo humanizar se convierte en una maravillosa utopía.

Es así como lo entendió Camilo de Lelis, nuestro maestro. De él hemos aprendido que humanizar se conjuga sobre todo llenando las manos de corazón.

Al pie de la escalera que conduce al primer piso del Centro de Humanización de la Salud, en Tres Cantos (Madrid), se colocó hace años una estatua de San Camilo, el titular de dicho Centro. El artista que la concibió y la esculpió presenta a Camilo, rodilla en tierra, sosteniendo tiernamente con la palma de su mano izquierda la cabeza de un desvalido. Mirándole al rostro, reconocerá en él un hijo de Dios. Camilo, tendiendo su brazo derecho hacia el enfermo muestra intención de abrazarlo. Pero, antes, su mano diestra le ofrece un bol de comida, sustento previo a otras atenciones.

Este grupo escultórico materializa el pareado que la Esposa del libro “Cantar de los Cantares” enuncia emocionada en el capítulo 2,  verso 6: Mi amado, con la izquierda, sostiene mi cabeza (símbolo de la dignidad), y con su derecha me abraza (necesidad de cariño). En la estatua, la Amada/enfermo, pide reconocimiento y caricias. Camilo/esposo, se presta a complacerle. 

Comparadas con esta estatua de Camilo, otras anteriores a ella parecen esculpidas por artistas miopes; no logran transmitir la mística inherente al arte de cuidar. Nuestro santo aparece en todas ellas de pie, rígido, solemne o distante de las verdaderas necesidades del enfermo.

En la imagen que comentamos, más estudiada y refinada que las otras, Camilo, arrodillado al lado de su “señor”, mira al enfermo y no pierde de vista la globalidad de su persona. Con ojos y espíritu permanece atento a todas las necesidades físicas, psíquicas y espirituales que aquel pobre posee. Y saliendo al paso de ellas, las atiende con solicitud y las remedia con delicadeza. 

El escultor llena de naturalidad y de gracia el gesto de Camilo hacia el enfermo y en ese comportamiento nos ofrece un modelo de la nueva humanización que están pidiendo los nuevos tiempos. Hacia ellos, sin darnos cuenta, nos conduce el gesto de Camilo, aquel con el que pedía a todos poner más corazón en las manos.