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En el fondo del corazón. Mujeres que construyen, ¿mientras se destruyen?

María convence a su marido con palabras estrujadas noche a noche de su cerebro inquieto, para que saque los ahorros y financie un proyecto a uno de sus hijos. Maribel llama a su exmarido para que trate a su hija con más cariño, que lo necesita, a pesar que siente que ha de armarse de una paciencia infinita para no alterarse ante aquella persona que ya no está en su sintonía...

Por Rosa María Belda


Rocío llora por las noches en la cama para ablandar a su pareja, para agrandar su corazón porque ya está harto de cuidar a más nietos. Carmela intenta mantener a su madre en casa, en difícil equilibrio con las hijas y un marido que no dice nada y hace su vida. Soledad no se separa aún para que sus hijas no vivan el trauma, aunque ya no se siente querida y sobrevive vacía por dentro, noche tras noche, en el silencio sordo del desamor…

¡Son tantos los nombres! Escritos uno a uno podrían rellenar las páginas infinitas del libro de la humanidad. Hablamos entre nosotras, mujeres, de cómo construimos y mantenemos la vida a nuestro alrededor, en ese debate eterno entre dejar ser y cuidar, con los hijos e hijas, y en los espacios en los que fácilmente se nos adjudica el papel de cuidadoras, el que llevamos impreso a fuerza de usarnos como tales, privilegio y carga, don y atadura, ternura y batalla.

En el corazón de las mujeres

Así está nuestro corazón. Va y viene entre la alegría y el dolor. Animando la vida y la fiesta en la casa y en la calle. Animando a los hijos e hijas, empujándoles suavemente para que vuelen libres pero también responsables. Animando a los hombres que se deprimen, que flaquean, que necesitan un hombro, una mano, una palabra de contrapunto. Animando a otras mujeres, tejiendo con ellas espacios de comprensión y catapulta. Sacando fuerzas, destapando esperanzas, rescatando los cantos, cultivando las risas.

Así está nuestro corazón. Un poco roto, sin que nadie se quiera enterar, del todo. Cabalgando sin montura porque lo que la cabeza dice no siempre convence a esas rebeldes fibras que laten a destiempo, expresando el desacuerdo. ¿Quién es capaz de ponerse en nuestro pellejo? Cuerpos a veces de madre, a veces de trabajadora consagrada infinita, o de ambas cosas, cuerpos vencidos, cargados, agotados, que echan en falta el detalle, un ¡oh admirado!, el descanso, sobre todo el descanso y un alter dispuesto a recogerlo todo, también la basura. Mujeres que esperan una sorpresa, un verso, un gracias, un te quiero, cuando tantas de estas cosas regalamos un día y otro sin tregua y sin espejo.

Así está nuestro corazón, en tensión con la cabeza y entre ambos tratando de vencer todas las trampas, las tentaciones, los desalientos, mirando siempre más allá del propio interés, más allá de cualquier vanidad, más allá, más lejos y más profundo.


La aportación a lo humano

Cada noche en Etiopía, un grupo de mujeres se reúne a ambos lados de la carretera que conecta a la región de Fiultu con Somalia y encienden hogueras visibles a lo lejos. Cocinan platos para vender a los viajeros, y se las conoce como “Luz en la noche” (ILCAWO).

Un sencillo ejemplo de mujeres que no persiguen la gloria sino el servicio o contribuir al pan de la familia, y que se han convertido, como símbolo de humanidad, en “luz en la noche”. Tal vez cansadas de sus propias tareas y sin sabores, tal vez al límite de las fuerzas, tal vez embarazadas, tal vez abandonadas por un hombre que yace con otra, tal vez, hasta cantando.

¿Cuántas mujeres anónimas habrá hoy en Siria que están llorado a sus hijos muertos, paridos con dolor y devueltos sin aliento, que nunca serán homenajeadas, muertas condenadas a vivir, que nunca serán esculpidas en las largas listas de caídas por cualquier horrible causa? Mujeres que lloran cada noche y siguen buscando el pan. Que han sido violadas y siguen luchando por los de abajo. Que son utilizadas y reemplazadas. Que están en la sombra y siguen intentándolo, un día y otro más.

Las mujeres aportan a lo humano mucho más de lo que es palpable, de lo que apreciamos, de lo que aparece en la pantalla o en prensa, de los estereotipos que colapsan a las niñas que no dan la talla, que no coinciden con los intereses creados, con la mujer-icono que gasta sus ahorros en instalarse siliconas, apretando aún más fuertes los grilletes de la esclavitud moderna.  

 
Revisando lo que nos pasa

Es cierto que el corazón de las mujeres está “tocado” de generosidad que mide poco, que no espera recompensa, que se abre fácilmente para compartirse enteramente, sin tapujos, sin recovecos, sin reservas. Las mujeres tenemos más amigas que ellos amigos de comunicación profunda. Es cierto que estamos contribuyendo mucho más de lo que están dispuestos a reconocernos a que este mundo no sea tan oscuro y tenebroso. Es cierto también, que viajamos por la vida con una herida que sangra alegremente, porque no podemos detenernos a lamentarnos, a curarnos, a conceder la debida importancia a lo que se va rompiendo.

Hay mujeres heridas que se han instalado en una apatía útil. No hacen ruido, no llaman la atención, siguen sirviendo, por dentro apagadas y maltrechas, por fuera siguen siendo el apoyo de muchos. Hay mujeres que ya renunciaron a buscar un buen amor, que ya dejaron de escalar profesionalmente, que soportan el yugo de unos hijos e hijas que no son capaces de mirarles como personas completas, que ya se han conformado porque en el fondo están desfondadas, aunque nadie lo sepa. Allá dentro se han ido destruyendo mientras construyen. Hay mujeres que miras sin ver lo que de verdad late en su corazón, porque mirarlo sería hacerse responsable.

Hay mujeres, aún jóvenes, que viven en realidades difíciles, en debates enredosos de la cabeza y el corazón, llenas de imputs, satisfechas y vacías a la vez, estrenando una libertad sin descubrir el para qué, el sentido, que antaño nos era tan fácil encontrar en los ambientes con Dios y deber de mirar a los sufrientes. Es doloroso ser madre de éstas, hijas inteligentes, que nos superan en velocidad de pensamiento, en habilidades, en conocimientos de la actualidad, pero no han descubierto la forma de ser felices forjando su propio camino sin herir a quien te quiere.

Quizá podemos algún día, todas las mujeres, no madrugar y cerrar los ojos hasta las doce, hacer como que dormimos, respirar hondo, dejar que el oxígeno llegue hasta el útero, soltar las manos, soltar las riendas, soltarlo todo, mirar la herida, curar la herida, cada cual como sepa, como quiera, y dejar por un momento de batallar porque nos entiendan. Quizá podemos quitarnos la ropa que marca y aprieta, regalarnos flores, inventarnos cuentos, comer con alegría, cantar a toda mecha y escupir la culpa, esa que merodea las entrañas rellenando todos los huecos, esa que se hace inseparable de la responsabilidad, esa que fue instalada en el rol de madre y hermana mayor aunque no lo fueras, de mujer que cuida y es perfecta, esa que no permite que una se mire nunca como víctima, esa que siempre pone un “pero”, una pega a sí misma.

Quizá algún día podemos entregarnos enteramente a la certeza que intuimos y confiar en las manos del que amasó nuestro barro y nos hizo diferentes pero igual de dignas. Y mañana, eso siempre, seguiremos en la brecha.