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EL PODER DE LA PALABRA Y EL SILENCIO

Hablar, callar, escuchar son tres dimensiones que configuran el trípode sobre el que se sostiene una buena comunicación. Si alguna de ellas se hipertrofia o se minimiza, en detrimento de las demás, el sistema queda cojo y se pude derrumbar. Toda relación debería mantener el equilibrio entre esos tres aspectos  de la comunicación para conseguir una perfecta armonía.

Por Alejandro Rocamora

 

 



Hablar

    Hablar por hablar, es decir, relatar todos los pequeños detalles que ocurren cada día no necesariamente supone una mayor comunicación. El charlatán habla mucho pero transmite poco. Pero también es cierto que un mutismo absoluto tampoco indica una buena comunicación. El hablador debería estar también atento a las necesidades del otro; y el silencioso debería esforzarse por hacer partícipe a los demás de sus preocupaciones, temores y proyectos.

Diez “motivos” para hablar

•    Hablo para tener contento a mi pareja o a mis padres.
•    Hablo para evitar que me pregunten sobre lo que no quiero decir.
•    Hablo para olvidar las penas o no “coger el toro por los cuernos”.
•    Hablo para compartir mis alegrías, penas y proyectos.
•    Hablo para buscar solución a un problema.
•    Hablo por el placer de intercambiar opiniones.
•    Hablo por obligación: es un deber.
•    Hablo porque me aterra enfrentarme  con mis propios fantasmas y preocupaciones.
•    Hablo porque necesito que el otro me escuche.
•    Hablo para caer simpático a la gente.


Callar

    Generalmente entendemos por silencio la ausencia de palabra o de ruido. Así, silencio se equipara a mutismo. Sin embargo, el silencio es una vivencia mucho más compleja y puede tener diversos matices. Hay silencios agresivos (respuesta a una palabra malsonante o contra una ofensa); puede significar sorpresa (como ante una muestra de cariño inesperado); puede indicar amargura o duelo (silencio en un funeral); puede tener la característica de buena educación o de respeto (silencio en una iglesia) o,  significar miedo o vergüenza (silencio en un ascensor); puede significar protesta (las manifestaciones de silencio ante los atentados)  o enfado (callarse en una tertulia).

    En todas estas circunstancias el silencio transmite un mensaje (de ofensa, de amargura, etc.) por lo que podemos afirmar que el silencio es comunicación. Y es pues un elemento fundamental en todo diálogo. Sin silencio no podríamos entendernos.

    Por esto, no sin razón en la religión budista se llega a decir: “hay una comunicación auténtica cuando alguien se expresa sin tener que utilizar la boca y escucha sin tener que usar la oreja”. Para el budismo, pues, el silencio es una forma de comunicación significativa. El silencio verbal puede estar acompañado de un mensaje no verbal (postura, gesto, mirada, etc.) que puede comunicar más que la propia palabra.

    Nuestra cultura occidental es poco sensible al silencio y secreto. Todo se habla y todo se expone por la TV y la radio, Se está perdiendo el pudor por la intimidad. De alguna manera nos hemos convertido en “voyeristas” de los fallos de los otros: sus infidelidades, sus problemas de herencia, etc. Por esto cuando alguien guarda silencio nos parece extraño y en ocasiones patológico. Hasta ese extremo hemos llegado.

Diez “motivos” para callar

•    Callo porque no tengo nada que decir.
•    Callo porque me siento mal y enfadado conmigo y con el mundo entero.
•    Callo pues me interesa saber que dicen los demás.
•    Callo pues no me gusta compartir mis preocupaciones.
•    Callo pues considero que nadie me puede ayudar.
•    Callo porque temo no ser comprendido.
•    Callo pues me gusta estar con mis pensamientos.
•    Callo pues considero que lo que se está hablando es un tema intrascendente.
•    Callo pues no tengo confianza en los demás.
•    Callo pues me gusta escuchar.


Escuchar

    Según los expertos caminamos hacia una sociedad donde no se compartirán ni proyectos ni emociones, y donde cada persona construirá su propia "torre de cristal" (tareas domésticas, trabajo, ordenador) sin sentir la necesidad de transmitir al otro el propio sentimiento (alegría, rabia, pena, etc.).

    Escuchar bien es una habilidad que implica ser capaces de captar no solamente las palabras y frases que nos transmiten, sino también el mensaje de que está impregnado. Metaescucha, llaman algunos autores, a esa capacidad  de descifrar y de leer entre líneas.

    Ser capaces de tener una actitud de "escucha activa", exige que antes nos hayamos escuchado a nosotros mismos y  hayamos descubierto todas nuestras luces y nuestras sombras. A partir de ahí, podemos construir el edificio de una "buena escucha".

    Escuchar bien es tarea difícil, y a veces agotadora, pues obliga a atender a la persona en su totalidad: la letra y también la "música" de su discurso. Lo que nos dice explícitamente y lo que nos transmite en el fondo (rabia, miedo, esperanza, etc.). Para ello debemos ser como una buena esponja: empaparnos del dolor ajeno, pero saber expulsarlo después. Nunca ante la comunicación de un conflicto podemos decir: "Ese es tu problema". Desde que nos hacemos receptores de él, desde ese momento, de alguna manera, también es nuestro problema. Saber escuchar, pues implica saber aproximarse al otro, para sentir con él, pero después distanciarse para mantener nuestra autonomía y la del interlocutor.

Diez “motivos” para escuchar

•    Escucho porque el otro me importa.
•    Escucho porque me gusta saber qué pasa en mi familia.
•    Escucho para después poder transmitirlo a los demás.
•    Escucho pues siempre me interesa lo que  los demás dicen.
•    Escucho pues así aprendo de las experiencias de los otros.
•    Escucho pues no sé qué decir en ese momento.
•    Escucho por mera cortesía.
•    Escucho pues me gusta observar a las personas y aprender de sus fallos y aciertos.
•    Escucho por deformación profesional.
•    Escucho pues me siento bien así.



Saber escuchar en familia


        Comunicamos con la palabra, pero también con el cuerpo, los gestos y el silencio. Hay muchas maneras de decir a un hijo que se le quiere: con la palabra, con la renuncia a un viaje para estar junto a él, o escuchando sus pequeños o grandes problemas cotidianos.

        Es frecuente que la mujer se queje de que el marido habla poco, pero esto no necesariamente  supone falta de comunicación. Lo que sí puede estar ilustrando este hecho, son dos modelos de entender la relación: contar todo lo que ha ocurrido, o decir, solamente con palabras las grandes experiencias, guardándose los pequeños detalles. Ambas fórmulas pueden ser válidas, siempre y cuando ninguna de  ellas se canonice como la única  verdadera.

        Pero comunicar implica saber escuchar: ser receptivos ante la necesidad de transmitir las experiencias. Pero aprender a escuchar es como aprender a conducir: también en este caso la práctica resulta fundamental.

        Comunicar y escuchar no se improvisa. El niño lo debe mamar desde la cuna. Debe vivir en un ambiente donde todo se pueda decir y expresar aunque sea negativo: el rencor, el odio, la envidia, etc. Lo patológico no es tener esos sentimientos, sino el no poder expresarlos. Sentir no "es malo"; "lo malo" es tener que ocultar o reprimir esas emociones.

        Es más, una auténtica comunicación no debe estar exenta de tensión. El diálogo padres-hijos, a veces, es como los coches de choques de la feria: no se hacen daño, pero es necesario el contacto para que el viaje tenga emoción...La comunicación (la palabra, el cuerpo y el silencio) puede provocar malestar o sufrimiento pero a partir de ese momento se puede crecer y madurar. Ahí reside el poder de la palabra y el silencio.