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El baile y la música como fuentes de salud y desarrollo

Las innumerables sensaciones que promueve el “movimiento sonidero” son casi equiparables a las historias épicas que absorbe su historia. Una historia de resistencia, amor, convivencia y mucha música. Una historia que recorre los rincones de los barrios más populares de Ciudad de México y que se extiende por América Latina, Estados Unidos y alguna aparición por Europa. Un movimiento propio, unas reglas propias, un mundo propio…



Por Manuel Páez Cendrero, Antropólogo

Los años 40 vieron nacer a los primeros bailes sonideros. El llamado “milagro mexicano” impulsó una industrialización feroz en la capital de la república mexicana. Como consecuencia, millares de personas emigraron como mano de obra a los barrios periféricos del Distrito Federal. Las vecindades, caracterizadas por un patio central y lavabos compartidos, acogieron a esta enorme cantidad de emigrantes de todo el país.

La masificación demográfica, las largas horas laborales y una convivencia densa entre vecinos extraños, causaba una precariedad tanto vivencial como social. Un buen día, algún vecino anónimo sacó su humilde equipo de sonido al patio de la vecindad. Una canción comenzó a sonar, un movimiento empezó a ver la luz, unos vecinos empezaron a bailar. Una comunidad se estaba formando, un espacio de esparcimiento compartido se había creado partiendo únicamente de ellos mismos. Desde este día, el movimiento sonidero no ha parado de crecer. Los bailes sonideros se convirtieron en seña de identidad de sus barrios de acogida. El ritmo de sus gentes hace crecer la magia del sonido a través de sus cinturas. Pasados 70 años desde sus inicios, el movimiento sonidero sigue conquistándonos a costa de sus ritmos latinos.

El “sonido” como valor social en el barrio bravo. Desde que llegué a Tepito en Abril de 2014, no paré de escuchar música sonidera. La guaracha, la salsa, la cumbia, la matancera, el son cubano o el danzón entre otros, acompañaron cada visita a las vecindades, cada baile y cada conversación. Toda esta música ha sido recolectada por los sonideros en viajes épicos por toda Latinoamérica en busca de la canción con sabor, la que haría mover las emociones a sus vecinos, la más bailonga, la romántica, la desmadrosa.

Los sonideros, cargados con sus acetatos recién traídos de Cuba, Puerto Rico, Colombia, Ecuador, Perú, Brasil o Republica Dominicana, ofrecían a sus barrios de origen su mejor repertorio. El baile constituía y constituye una de las piedras angulares de la convivencia diaria, de la liberación temporal: el escape y el sentimiento de compartir el momento con tus iguales. Un lugar donde el barrio se hace barrio al ritmo del son, donde las identidades se componen en gran medida por el reconocimiento de la música como propia, compartida, y en constante desarrollo comunitario.

El aporte personal que reporta el baile, me fue relatado por sus protagonistas como “liberador”, “la mejor ayuda”, “el compañero fiel”, “mi vida” o “tan necesario como el agua, güerito”. Todo relato de las emociones producidas por el baile tiende hacia un sentimiento de ayuda, algo terapéutico, algo necesario. La música sonidera ha sido una pieza fundamental en la vida del barrio, en su desarrollo, en sus parámetros identitarios y en el quehacer diario. El “sonido” adquiere un valor social importante para el buen funcionamiento de la comunidad, un mediador entre realidades, un soporte emocional positivo, una identidad inscrita en la música.

Sin embargo, la vida en Tepito no tiene nada que ver con las facilidades. Situado a ocho cuadras del centro de la capital mexicana, acoge uno de los mayores mercados informales del mundo. Su currículum diario está marcado por el movimiento de mercancías, legales e ilegales. El nivel de pobreza de sus habitantes es de los más altos de México.

La violencia en el barrio es conocida por todos a través de los medios de comunicación nacionales. La precariedad, el tráfico de drogas, asaltos, asesinatos, secuestros, el olvido institucional, la informalidad llevada al extremo, las motos de esquina en esquina y sus secretos, ofrecen una imagen de Tepito que contrasta con la vivida en sus bailes sonideros. Un baile en Tepito El primero en llegar es Sonido “Pato”; viene cargando sus bocinas, sus acetatos, su tornamesa - tocadiscos-, bafles y todo lo necesario para montar su sonido. Su sombrero lo acompaña, su colección de discos lo alzan al estrellato. Ya está todo dispuesto, ¡qué comience el baile, vecinos! Los primeros compases son de un danzón delicado.

Las caras que reflejan historia, esperan la llegada de su rola –canción- favorita. Al principio, son ellos los protagonistas, mientras todo un público se comienza acercar por la llamada musical. Sonido “Pato” rebusca en su baúl buscando a la sonora matancera, él sabe perfectamente lo que le gusta al barrio. Cada vez se incorpora más gente, los saludos son continuos. Las manos buscan manos cómplices para bailar con ellas.

Los cuerpos se mueven con delicadeza, las vueltas y vueltas acompañan al ritmo en una conjunción perfecta. Los niños corren entre tanto, los jóvenes ansiosos de salsa movida buscan morra –muchacha-, que les aliente. El baile está en proceso y todos los allí reunidos formamos parte de él. Se acerca un hombre de aspecto duro a pedir un saludo para su madre que se encuentra bailando en ese momento. Al fondo, aparece Sergio “el bailador”, viene con su traje bien formado, sus chapas en la solapa muestran las mil batallas ganadas en la pista de baile. Puede bailar hasta con diez mujeres al mismo tiempo, me comenta una vecina. Siempre seguro, nunca concede una mirada a los ojos, baila observando al tendido pero acariciando el movimiento de su pareja, atento al momento de darle otra vuelta.

“Shakira” llegó hace rato, concedió al danzón su repertorio de pasos. La calidad del baile nunca decrece, todos saben lo que hacen, llevan toda una vida bailando. El antropólogo siempre a un lado, comienza a bailar con dificultad, todos le miran, -se nota que no es de aquí- andan comentando. Mi experiencia con el baile ha sido un regalo en mi vida. Después de treinta años parado sobre mis pies mientras la gente se movía alrededor, he comprendido, gracias a la ayuda de mis amigos,

Sonido “Pato”, Carla Danzoneando, Chilaquil, Joyce Joy, Mosko Mix, David Rivera, Sonido América y todos los vecinos de Tepito, que el baile es una fuente de salud y de desarrollo tanto colectivo como individual. La sonoridad acompañada por el movimiento de tu cuerpo, acompasada por la complicidad con tu pareja de baile, el ejercicio físico, las miradas, el gusto, la liberación mental, concentración y dispersión, crean un abanico de positividad en tu interior. La historia de los bailes sonideros es una leyenda en crecimiento que busca su cimiento en la comunidad, en las relaciones sociales, en el compartir, gozar, y sentirse liberado de las dificultades de su entorno más cercano.

El baile nos acerca a nuestros valores más humanos, a saber, comunicación, emoción y el amor de compartir. A mi juicio, Tepito bailará siempre. ¡¡ Bailemos con Tepito!!