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Educación, vulnerabilidad e inclusión

Educar es un acto de benevolencia y de compasión. La benevolencia es la voluntad de bien. La compasión es la unidad emocional con el otro. En el maestro se presupone el deseo de bien para sus alumnos, pero, con ello, no basta, pues se le exige, además, que su acción educativa procure, de un modo real y eficaz, un bien al alumno.

Por Francesc Torralba.

 

1. Procurar el bien

    El bien, como el ser y amor, se dice de muchas maneras, con lo cual la determinación del bien del alumno, en cada caso concreto, no es nada fácil. En ocasiones, lo que es bueno para un alumno X no es bueno para un alumno Y, porque cada uno tiene sus condiciones y sus contextos. Tampoco el maestro debe proyectar fácilmente su noción de bien al alumno. Para el maestro, el silencio puede ser un bien, porque puede desarrollar operaciones de tipo espiritual y, sin embargo, para el alumno adolescente puede ser muy inquietante.


No es fácil discernir
    ¿Cuál es el grado de exigencia que debe mantener el maestro? ¿Está bien suspender a un alumno? ¿Está bien aprobarle a pesar de no tener el nivel mínimo exigido? ¿Es un bien someter al alumno a presión? ¿Es un bien obligarle a hacer tareas que todavía no puede realizar con el fin de estimularle?


    En la vida docente, no es fácil discernir cuál es el bien del alumno en un momento dado. Cuando el maestro utiliza el sonado argumento, “lo hago por tu bien”, tiene que pensar, a fondo, de qué bien está hablando. En algunas tareas no cabe ninguna duda que así es. Es un bien, por ejemplo, que el alumno aprenda a leer, a escribir, a expresarse en distintas lenguas; es un bien que sepa historia y matemáticas y filosofía, porque todo ello ensancha su mente y sus capacidades, pero en otras situaciones no es nada fácil discernir qué es un bien para el alumno.


Los dilemas morales
    El maestro se halla metido en una multiplicidad de dilemas morales que debe resolver sobre la marcha, a partir de su intuición, su experiencia, de su ojo educativo. En tales situaciones se pone de manifiesto de un modo evidente el carácter artesanal de la acción educativa. No se puede aplicar el criterio general al caso particular, no se puede medir, ni nivelar a los alumnos por el mismo rasero, pues cada cual tiene sus necesidades, posee unas capacidades únicas y una historia personal y un contexto familiar intransferible.


2. Acoger al más vulnerable de todos
    El ser humano, al irrumpir en el mundo, sufre una gran fragilidad. Es tan sumamente heterónomo y dependiente que requiere constantemente de la solicitud y de la ayuda de los demás para poder sobrevivir, para poder persistir en el ser. Necesita ser cuidado, alimentado, protegido del frío y del calor, defendido de los animales que desean atacarle y de todo tipo de inclemencias.


    Otras especies animales, cuando nacen, poseen más independencia, no requieren de tantos cuidados y protecciones, porque emergen al mundo bien equipadas por naturaleza, con sistemas de defensa y habilidades incorporadas que les hace capaces de sobrevivir. No es el caso del hombre. En él, el paso de la dependencia a la independencia es progresivo y lento y, además, tiene que vencer todo tipo de resistencias.


Crianza con confianza
    El niño, al nacer, es una fuente de necesidades que, por sí mismo, todavía no puede satisfacer. Necesita alguien que esté por él, alguien que responda a sus múltiples necesidades, que le dedique tiempo y ocupaciones. Esta etapa de la vida humana es la que se denomina la crianza y es fundamental para que el niño adquiera seguridad y confianza.


    El desarrollo del ser humano exige, necesariamente, de la implicación de toda la comunidad, el encuentro con alguien dispuesto a darle tiempo, alimento, protección y cuidado. Sin esta donación, no hay posible desarrollo, ni evolución de la especie humana. Solitariamente el ser humano no tiene futuro. Debe su existencia a los otros, de tal modo que sin los otros no llegaría a ser lo que está llamado a ser, ni a permanecer en la existencia.


    Progresivamente, el niño irá adquiriendo distintas cotas de autonomía, hasta poder valerse por sí mismo. Llegará un día en el cual ya podrá alimentarse, protegerse de los enemigos, ganarse el pan con el sudor de su frente, podrá tomar decisiones, en definitiva, fijar el rumbo de su propia vida, pero el advenimiento de la autonomía sólo es posible si antes no ha sido cuidado y atendido por alguien de su condición.


Acogida y protección
El niño aprenderá por imitación, repetirá los gestos, los fonemas y los movimientos de quienes le rodean y, de esta manera, se integrará, paulatinamente, en la comunidad de acogida.


    De otro modo, no sobreviviría, pues al nacer no conoce todavía nada del mundo de que le rodea, está despojado de todo, posee muy pocas habilidades para sobrevivir, dispone de leves mecanismos de defensa para hacer frente a la hostilidad del mundo. Necesita una esfera de acogida, una burbuja de protección, donde poder crecer, requiere de un microclima adecuado a su condición.


    La contingencia del ser humano al nacer sólo puede ser superada con la entrega y el don de los otros. Sin la práctica de la acogida y de la hospitalidad ningún ser humano lograría vencer a la intemperie ni superar la dureza de existir. La primera tarea y la más fundamental de todas en la práctica educativa es la hospitalidad. Hospedar al otro, acogerle tal y como es, consiste en ofrecerle un lugar y un tiempo de calidad para que pueda desarrollarse a su ritmo.


    Los padres acogen a su hijo; los maestros acogemos a nuestros alumnos en el aula. No los elegimos, no los rehusamos; los aceptamos tal y como son, pero esta acogida tiene una finalidad clara; desarrollar todas sus potencias latentes, ayudarles a crecer, de tal modo que, al final, ya no requieran la esfera de acogida, ya puedan volar del nido y edificar su propia vida. El nido tiene una función instrumental y de carácter provisional. Cuando el niño ha adquirido las capacidades y las habilidades suficientes para volar alza el vuelo y crea su propio nido. 


3. Inclusión incondicional
    En la incondicionalidad de la acogida nos jugamos nuestra credibilidad como maestros, pero también como padres. Cuando sólo se acoge a alguien por sus condiciones físicas, mentales, económicas, raciales o religiosas, se excluye a quienes no poseen tales rasgos. La consecuencia final es el elitismo educativo.


    Los maestros estamos llamados a practicar una acogida incondicional y universal, pues sólo de este modo es posible hacer real el principio de equidad. Todos los alumnos deben tener las mismas oportunidades a la hora de ser educados, aunque no todos ellos disponen del mismo talento natural, ni del mismo entorno familiar y social. La acogida universal exige mucho a la comunidad educativa, pero también al maestro en particular, porque se debe dar cabida a los denominados alumnos difíciles o especiales o con necesidades particulares.


Peculiaridades de la hospitalidad
    La hospitalidad no tiene como objetivo transformar la naturaleza del huésped, ni convertirle en una copia del anfitrión. La hospitalidad exige respetar al otro tal y como es, sin voluntad alguna de modificar su naturaleza, pero, a la vez, incluye la resolución de sus necesidades y el desarrollo de sus potencialidades.


    Educar es responder a necesidades, pero sobre todo, desarrollar posibilidades del huésped, de tal modo que alcance a ser lo que puede llegar a ser, que se perfeccione, que florezca. Educar es acoger, recibir al nuevo ser humano para protegerle de la intemperie y de los elementos hostiles y, además, para activar sus potencias.


    El niño recién nacido requiere de un hogar, de un lugar cálido, apartado de la intemperie, donde pueda crecer, donde puedan desarrollarse todas sus dimensiones, la corporal, la social, la psicológica y espiritual.


¿Cuál es la mejor educación?
La mejor educación es la que da herramientas para que el educando pueda combatir, en primera persona, las dificultades de la vida. Eso significa que el maestro no debe ofrecer velozmente las soluciones a los problemas que el alumno tiene. Más bien debe esperar que él, de un modo activo y espontáneo, busque la propia solución, porque ello activa la iniciativa.


    El educando es vulnerable, pero también lo es el educador. También el maestro necesita ser acogido en la comunidad educativa y reconocido por parte de la sociedad. Ello exige, por parte de la comunidad educativa, atención a sus necesidades y problemas. Con frecuencia, el maestro se siente solo, no solamente en el aula, sino también en el claustro. La comunidad escolar debe acogerle en su seno y ofrecerle vías para mejorar su actividad docente, de tal modo que vaya adquiriendo habilidades para educar más y mejor.