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Educar la mirada, educar al ser humano

La exposición “El arte de saber ver” redescubre en Madrid la figura de Manuel B. Cossío, pedagogo pionero de la Institución Libre de Enseñanza.

 

Por Sol Demaría.

 

En los últimos años se ha escuchado hablar mucho de la necesidad de un cambio en los métodos educativos: las inteligencias múltiples, la pedagogía experiencial, el abandono del aprendizaje memorístico… Conceptos que parecen muy nuevos y que generan encendidos debates en la televisión, en Internet y en las reuniones de padres y madres de las escuelas.


Sin embargo, hace ya muchas décadas –más de un siglo en realidad–, una corriente de hombres y mujeres preocupados por la educación empezaron a darse cuenta de que era necesario hacer las cosas de otra manera. Y esto sucedía no sólo en Italia con la figura de María Montessori, en Bélgica con Ovidio Decroly o en Estados Unidos con John Dewey. También en España surgió el germen de una nueva manera de concebir la educación, de la mano de pioneros como Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío.


El proyecto pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) constituyó una iniciativa de vanguardia que comenzó sus pasos en la enseñanza universitaria y después se extendió a la educación primaria y secundaria. Sus bases estaban en la defensa de la libertad de cátedra y en los ideales del krausismo, a partir de los cuales se plantearon el objetivo de crear una enseñanza pública, gratuita, obligatoria y laica.


Igualdad de oportunidades
Desde ahí, la Institución puso el foco en el alumno, en los niños y niñas desde un planteamiento de igualdad de oportunidades. Para ellos el conocimiento académico tiene su importancia y por supuesto hay que preparar a los alumnos para ser científicos, abogados, maestros o médicos… pero, sobre todo, lo importante es prepararles para ser personas con el interés despierto, con una amplia cultura general y con capacidad de concebir un ideal y de gobernar su propia vida.


Ya aquellos precursores hicieron a un lado los llamados libros “de texto” y las lecciones aprendidas de memoria, por creer que todo ello contribuye a “petrificar el espíritu y a mecanizar el trabajo en el aula”, por contraposición al estímulo, la curiosidad por aprender y el despertar del interés vivo en los menores.
El cultivo de la sensibilidad artística


En este sentido, desde la Institución Libre de Enseñanza, Cossío puso todo su empeño en cultivar la sensibilidad artística de los alumnos, fuese cual fuese su nivel educativo o su vocación profesional. Incluso, tal y como mencionó Eugenio Otero Urtaza, profesor de Teoría e Historia de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela en una conferencia ofrecida recientemente con motivo de la exposición, "Cossío decía que los niños antes de aprender a escribir y a leer tenían que aprender a ver".


Método y maestro

Así, en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, ya en 1879 Cossío describía un método educativo pionero basado en educar la mirada o, como él lo llamaba, en “el arte de saber ver”.

Para este pedagogo la esfera de la enseñanza necesitaba transformar los métodos utilizados hasta ese momento, por lo que reclamaba “que el niño aprenda jugando; que represente y realice los objetos de sus concepciones; que la memoria deje de ser, como ha venido siendo hasta aquí el casi único instrumento de la enseñanza; que se amplíen los programas escolares, dando entrada en ellos a las ciencias naturales; que se practiquen las lecciones de cosas; que los alumnos trabajen en oficios mecánicos; que no se desatienda el desarrollo físico, etc”.

Incluso iba más allá al afirmar que “es relativamente secundario lo que el alumno ha de aprender, al lado de la manera cómo debe aprenderlo” y que “el problema está en el método y en el maestro, antes que en los asuntos”.


Gracias a estos principios, tal y como afirma Otero Urtaza “la labor de Cossío fue de las más singulares en Europa, fue reconocido en todo el continente”. Para él “la principal tarea de aquel tiempo consistía en sacar a España del atraso, la ignorancia y el dogmatismo; construir un país desarrollado, a la europea, de ciudadanos conscientes y libres”, escribía recientemente en El País sobre Cossío el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Javier Moreno Luzón.


…Y sin llegar a atinar
Muchas décadas han pasado desde entonces y grandes cambios se han dado en España tanto bajo el régimen franquista –que frenó los avances que había alcanzado la Institución Libre de Enseñanza– como durante la Transición en la que legislatura tras legislatura, los planes educativos se han ido sucediendo sin llegar a atinar en una fórmula que ponga verdaderamente el foco en la formación de las personas.

Poco a poco, en pos de una supuesta excelencia educativa y de una preparación para las destrezas técnicas que exige el mundo laboral, han ido perdiendo peso asignaturas como la Filosofía, la Música o la Historia del Arte que eran claves en el pensamiento de Cossío.


Parece que el aprendizaje experiencial y sensorial que estaba en la base de la ILE hubiera quedado relegado a la Educación Infantil y que, una vez se inicia la Primaria, ya sólo importase la competitividad y el aprendizaje del temario exigido por las “reválidas” y los controles. En el afán por completar los programas se minimizan experiencias como las excursiones, los viajes de estudios o las visitas culturales a museos que eran un elemento fundamental en la propuesta educativa de aquellos pioneros del pasado siglo.


Visionarios de la pedagogía
Ahora que desde diversos ámbitos se reclama el establecimiento de un Pacto por la Educación, que permita una ley educativa de largo recorrido y ajena a intereses partidistas, conviene volver la mirada hacia estos visionarios de la pedagogía.

En este sentido, desde el pasado mes de noviembre puede verse en Madrid la exposición “El arte de saber ver. Manuel B. Cossío, la Institución Libre de Enseñanza y el Greco” que recupera la figura de este pedagogo e historiador del arte que fue el principal y más cercano discípulo de Francisco Giner de los Ríos, de cuya labor fue continuador tras la muerte de éste en 1915.


La muestra se desarrolla desde una perspectiva múltiple, teniendo como ejes la biografía de Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935), la pintura del Greco, la ciudad de Toledo y la tradición intelectual de la Institución Libre de Enseñanza, así como la importancia que para el institucionismo tuvieron la las artes populares.


El Greco
 Los escritos de Cossío sobre El Greco le sitúan entre los primeros historiadores del arte españoles que se acercaron al estudio de los hechos artísticos a través del análisis directo de las obras y el cotejo de documentación, convirtiéndose en un referente a la hora de establecer un método de enseñanza de la Historia del Arte.

Por eso su libro El Greco tiene un papel fundamental en la muestra, donde también se dedica un espacio a las visitas escolares al Museo del Prado porque, como afirmaba el pintor Aureliano de Beruete, “un museo es, ante todo, un establecimiento docente”.


Una esperanza
Entre las más de 300 piezas de la muestra –que incluyen pinturas, esculturas, documentos, fotografías, filmaciones de época, cartas, trajes, libros, revistas, manuscritos y otros objetos–, se encuentran las procedentes de instituciones como el Museo del Prado, el Museo Sorolla, la Biblioteca Nacional, el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), el Museo Nacional del Romanticismo o la Residencia de Estudiantes, entre otras.

Así, la exposición “El arte de saber ver” constituye una cita para redescubrir aquella manera de concebir la educación, que era tan novedosa antaño como lo es hoy en día. Una muestra que plantea en el horizonte la esperanza de volver a poner al arte, a los valores y, al fin, a la persona en el centro del sistema educativo.