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“El cambio climático, aunque no genera nuevas enfermedades, intensifica las que ya se conocen”

Una investigadora española, Cristina Linares, ha sido seleccionada para formar parte del grupo de expertos encargados de elaborar del VI informe de evaluación mundial que presentará en 2022 el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas.

Por Carlos Meza, periodista. (Fotografía, Ricardo Santamaría, del ISCIII)

 

En esta entrevista para HUMANIZAR, Cristina Linares nos habla de los retos que enfrenta la salud pública debido al fenómeno climático, algo de lo que el sistema sanitario y la sociedad deben ser cada vez más conscientes, a la vez que tener una pedagogía adecuada para enfrentar los efectos que causa.

El cambio climático ha sido visto mucho tiempo como problema medioambiental y no se relacionaba con la salud, ¿qué tanto ha cambiado esto?
Es algo que va poco a poco. Si bien de momento queda mucho por hacer en cuanto a la relación entre el cambio climático y salud, sí que ya se ve, a nivel de población general, el incremento de la conciencia de la afectación del cambio climático en la salud y cómo nos repercute, porque lo estamos sufriendo, por ejemplo, con las olas de calor que son más frecuentes e intensas.


Hay también problemas de enfermedades de tipo circulatorio y respiratorio y esto aumenta carga de patologías asociadas al clima y principalmente al calor. La población asocia bien el aumento de temperaturas a nivel global con este aumento de intensidad de olas de calor.


También se ve en vectores de transmisión de enfermedades tropicales –como la malaria, dengue o chikungunya– y no solo asociados a mosquitos, sino también el caso de las garrapatas, que son capaces de reproducirse en ambientes que antes no se reproducían porque no se alcanzaban las temperaturas óptimas para ello y ahora sí al alcanzarse picos cálidos en donde antes no se daban.


Esto hace que aparezcan en España estas enfermedades que están más asociadas a ambientes tropicales, por ejemplo en el Levante español ya hay un plan contra el mosquito tigre que antes no existía.


¿Hay claros avances pero faltan pasos importantes en este proceso?
La dificultad está en bajar un poco de la escala global de lo que representa el cambio climático –como son los problemas de los sistemas polares y el aumento de fenómenos extremos– a la escala local.

La gente antes lo vivía como un problema alejado, pero hoy en día, a la par de mayores periodos entre sequías e inundaciones, ciclones y huracanes, o de los problemas para la tierra cultivable y la seguridad alimentaria, la pérdida de biodiversidad y la situación de los refugiados climáticos, están los efectos en la salud.


Por ejemplo enfermedades indirectas como los cambios en patrones de polinización en las plantas que hacen que aumente el número de alérgicos, y la relación de las ciudades con contaminación atmosférica, y muchos más que hacen muy amplio el rango de efectos relacionados con la salud.

¿Además de las ya mencionadas, en qué otras enfermedades incide el cambio climático?
El cambio climático no genera enfermedades nuevas, sino que intensifica las que ya se conocen. Grupos susceptibles y vulnerables como las mujeres embarazadas, los niños ante la contaminación, las desigualdades económicas en personas con poco acceso al sistema sanitario y conocimiento de estos riesgos, están más expuestos.


Hemos detectado que en enfermedades neurodegenerativas el cambio climático tiene impacto, porque se dan características como la incidencia en personas de edad avanzada, que tienen ya alguna enfermedad de base –que puede ser diabetes, problemas respiratorios o circulatorios, o en otros casos Parkinson y Alzheimer–, se agraven por los efectos de las olas de calor.


Ya con la medicación en algunos casos están en un estado en que no perciben la sed y es fácil que en una ola de calor puedan deshidratarse. Si no hay alguien pendiente de ellos para que no se expongan a horas de insolación, se hidraten, ventilen las casas… pueden sufrir un brote de esas enfermedades ya existentes. El sistema sanitario les considera de especial vulnerabilidad y la mayoría son personas dependientes.

¿Se está viendo un empeoramiento de la salud por la contaminación del aire en grades ciudades?
Lo que sufrimos mucho ahora son situaciones de estabilidad atmosférica que dificulta la dispersión de contaminantes, se propician adhesiones de polvo del Sahara y, con la insolación, aumentan los efectos de estas partículas contaminantes, lo que en su conjunto causa más ingresos hospitalarios por enfermedades respiratorias y circulatorias.


 Hay partículas determinantes en ello como el ozono y el dióxido de nitrógeno que sale de los tubos de escape de los coches. En este sentido está claro que hay que ir hacia la reducción de emisiones contaminantes.


Se habla mucho de los golpes de calor, ¿pero qué pasa con la temporada de frío?
El frío tan importante como el calor, pero el frío no tiene efectos a corto plazo como el calor: no se ve inmediatamente, no hay golpe de frío como con el calor, sino que el frío tiene efectos dilatados en el tiempo porque tiene un mecanismo de acción coincidente con enfermedades respiratorias e infecciosas en invierno, como la gripe, la bronquitis y neumonía.


El frío potencia la acción de ese tipo de virus y bacterias y sus consecuencias se ven a largo plazo. Tiene efectos más difuminados y se confunden con infecciones respiratorias, pero el impacto de olas de frío es tremendo, más aún ahora que se habla de pobreza energética, de gente que no puede por su economía cuidarse del frío o cuya casa no está bien aislada y son personas vulnerables.

Es importante porque el frío puede afectar a un grupo de población mayor, y viene a sumar más carga al sistema sanitario.

¿Cuáles son los principales retos para el sistema de salud en este sentido? ¿está bien preparado para ello?
Lo que vemos quienes nos dedicamos a esto es que, si bien, se están haciendo cosas, no se están haciendo a la velocidad adecuada. Muchos países de nuestro entorno preparan sus sistemas sanitarios para hacer frente a este conjunto de riesgos, que se están planteando y que ya tenemos.

Si bien los planes de prevención ya se iniciaron desde hace varios años en España, quedan aspectos en los cuales trabajar y queda capacitar a sanitarios para detectar estas amenazas.

En cuanto a infraestructuras y programas de vigilancia, habría que hacer una adaptación progresiva y real de los sistemas sanitarios en el sentido de los riesgos.

¿Qué temas serían más urgentes de tratar ante este reto para el sistema de salud?
Con el tema del frío, en España está por desarrollarse un plan de prevención ante olas de frío. Hay un plan contra el calor que se pone en marcha en verano con divulgación y protección de la salud por parte del Ministerio de Sanidad con alertas ante calor, pero no lo hay para el frío.


Sí que es verdad que se trabaja en vectores de enfermedades tropicales, con divulgación, pero hay un rango de efectos específicos que deberían empezar a tratarse para que llegue en forma de protección para a salud pública, pero así como con calor funciona bien y hoy todos saben que no hay que exponerse, se podría trabajar el tema del frío con grupos vulnerables para conseguir mayor implicación de la población.

¿Qué pedagogía cree que es la adecuada para, por un lado evitar alarmismo y por otro crear más conciencia de los efectos climáticos en la salud?
Es importante el papel que desempeñan figuras como los educadores ambientales, divulgadores y científicos. Personas que sepan transmitir el conocimiento, especialistas que sepan cómo hacer llegar la información de las investigaciones, evitar los bulos o informaciones que desprestigian los estudios científicos.

Estamos acostumbrados a ver en las noticias cifras de muertos, pero no se las liga mucho a las enfermedades relacionadas por los efectos climáticos.


Los científicos no somos alarmistas, pero muchas veces los datos lo son y por eso considero importante informar con coherencia con la importancia que se merece.