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"Pedíamos manos y llegaron personas"

Desempeñan el trabajo más importante que puede existir: el cuidado de nuestros seres queridos. Sin embargo, su empleo se desarrolla en condiciones precarias y es uno de los peor remunerados en el sistema laboral español. Aún en el siglo XXI, esta es la gran la paradoja que afecta al empleo del hogar y los cuidados.

Por Cristina Ruiz Fernández, periodista.

“El empleo doméstico no puede ser considerado un asunto periférico, pues se encuentra en el núcleo de las relaciones sociales, en la encrucijada de la vida cotidiana, entre el espacio privado del hogar y el público, entre el trabajo doméstico y el empleo, entre el ámbito irregular de la economía y el empleo formal”, afirma la socióloga Cristina García Sainz, autora de Inmigrantes en el servicio doméstico.

Al menos un 15% de los hogares españoles cuenta con algún tipo de ayuda remunerada para las tareas domésticas y el cuidado de menores, ancianos y personas dependientes. Aunque el Instituto Nacional de Estadística presente cifras sobre este sector, realmente es muy difícil saber cuántas de estas trabajadoras existen realmente (hablamos de mujeres porque se trata de un sector eminentemente feminizado, aunque haya presencia puntual de trabajadores varones). Para nadie es un secreto que la irregularidad en la contratación es la tónica general en este tipo de relación laboral.

Pese a que se hayan hecho algunos esfuerzos legales, como la promulgación en 2012 del Real Decreto 1620/2011, por el que se regula la relación laboral de carácter especial del servicio del hogar familiar, el servicio doméstico sigue estando precarizado y anclado en la economía informal. No dar de alta a la empleada doméstica o darla de alta solo por algunas horas y no por su horario real son prácticas habituales, al igual que pagar en mano esas “horillas” sueltas cuando el servicio es esporádico.

La situación es especialmente complicada en lo que se conoce como “internas”, trabajadoras del hogar que pernoctan la mayor parte de la semana en el domicilio donde trabajan. “El principal problema es el abuso”, explica Constanza Cisneros, ecuatoriana de 45 años. “Tienen que trabajar 12 y 14 horas al día y a veces incluso de madrugada si se despiertan los niños o los ancianos a quienes cuidan”. Si hay contrato, el horario establecido se queda sobre el papel y la empleada deja de ser dueña de su propio tiempo. “No se respetan los días festivos ni los horarios y no se nos paga como se debería según el salario mínimo”.


Desde mediados del siglo XX la figura de empleada de hogar interna había decaído. “Se consideraba obsoleta por estar ligada tradicionalmente a una posición de estatus y a un modo de diferenciación social”, señala García Sainz. Sin embargo, se ha observado un repunte de esta figura, incluso en hogares de clase media-alta. “Reaparece en la última década del pasado siglo, mostrando una rápida recuperación, hasta el punto de que las cifras de ocupación se duplican en el plazo de una década”, observa la socióloga.

“Este resurgimiento se lleva a cabo en paralelo con la llegada masiva de población inmigrante a un mercado laboral periférico que actúa como factor de atracción para colectivos que proveen mano de obra barata a un sistema productivo con un alto grado de informalidad laboral”.

Unidas frente al abuso

Difícilmente va a llegar a un domicilio privado una inspección de trabajo y más aún si es la propia empleada quien tiene que denunciar la situación. Los riesgos son demasiado altos. Por eso, frente a esta realidad de abuso y precariedad, algunas trabajadoras de los cuidados han ido encontrando vías para fortalecer al colectivo y reclamar sus derechos, bien sea a través de cooperativas de autoempleo, redes o asociaciones.

Es el caso de Territorio Doméstico, una red creada en Madrid hace más de una década, en la que las mujeres encuentran un espacio de ayuda mutua. “Nos reunimos para conversar, para acogernos unas a otras, porque casi todas somos inmigrantes y hay mucha soledad”, nos cuenta Constanza Cisneros, miembro de este grupo desde hace unos tres años. “Mucha de la gente que llega está
sola y no sabe a dónde acudir”.

A menudo las internas tienen un solo día libre a la semana y, dado el carácter absorbente de su trabajo, se sienten perdidas y no tienen tiempo de desarrollar un entramado de relaciones sociales. Alguien con quien conversar, a quien contarle los problemas de trabajo, con quien expresar sus necesidades. Las mujeres que forman parte de Territorio Doméstico encuentran una manera de paliar esta soledad y se reúnen los segundos domingos de cada mes en Escalera Caracola, un espacio alternativo en el madrileño barrio de Lavapiés. “Es un momento para arroparnos cuando existe alguna necesidad o situación familiar”.

Además de crear red y generar un espacio de ayuda mutua, en Territorio Doméstico las mujeres pueden realizar talleres de autocuidado, informática básica, derechos laborales… Una formación  muy necesaria porque “la mayor parte de las veces las compañeras no conocen sus derechos”, subraya Cisneros. “Por ejemplo, en mi anterior trabajo –recuerda– para salir al médico tenía que
pagar como un día de fiesta porque yo no sabía que era mi derecho”. Son situaciones de abuso y de sufrimiento demasiado frecuentes, por lo que la red cuenta también con una abogada que las asesora.

En paralelo a este camino de empoderamiento, las mujeres de Territorio Doméstico han ido ganando visibilidad en la sociedad civil, participando en manifestaciones e iniciativas para reivindicar los derechos del colectivo. Así, forman parte del Grupo Turín, una plataforma creada en el año 2012 y a la que pertenecen asociaciones similares como Senda de Cuidados, SEDOAC, Brujas Migrantes, Abierto hasta el amanecer, Mujeres que Crean o la Red de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe en España.

Una de sus principales reivindicaciones es conseguir que el Estado español ratifique el convenio 189 de la OIT (y recomendación 201) titulado “Trabajo decente para los trabajadores y las trabajadoras domésticos”, que plantea, básicamente, la equiparación de este tipo de empleo al resto de relaciones laborales. Actualmente, incluso en los contratos establecidos legalmente,
existen fuertes discriminaciones: no tienen derecho a paro, el contrato puede hacerse de manera verbal y, a través del desistimiento, el empleador puede decidir en cualquier momento que la relación laboral termine. “Dejas de trabajar y te quedas en la calle, literalmente”, denuncia Cisneros,  “no tienes ayuda de ningún tipo”.

Por este motivo para ella, la principal reivindicación es que “el trabajo del hogar sea exactamente igual a cualquier tipo de labor, que nos equiparen al resto de trabajadores porque, aunque digan que estamos incluidas en el régimen general, no tenemos los mismos beneficios”.

Un trabajo en el que das la vida
La indefensión en la que se encuentran las mujeres empleadas del hogar es el caldo de cultivo de estos abusos y desigualdades. “Por necesidad nosotras tenemos que aceptar cualquiera de las propuestas que nos hacen los patronos”. Si ellas no aceptan el horario o las condiciones, seguramente el empleador encontrará a otra trabajadora que sí que esté dispuesta. “Hay compañeras
que tienen hijos y por mantener a los hijos una hace cualquier cosa y te tienes que atener a lo que haya”, se lamenta Cisneros, “la prioridad es trabajar y sobrevivir”.

Además, por las especiales características de la labor que desempeñan, el trabajo de los cuidados es especialmente duro. “Trabajamos con personas mayores, enfermas… y todo eso es una carga mental y personal que se suma al resto de factores de nuestra vida”.


“Nosotras absorbemos todo eso y nos apropiamos de los problemas y dolores ajenos, cuando vine yo no estaba preparada para el trabajo de cuidados”, recuerda esta ecuatoriana de 45 años, de los cuales lleva ya 10 en España. “Este trabajo no solo es un trabajo, sino que es parte de la vida; lo que nosotras hacemos es dar la vida en el trabajo”. Muchas mujeres en este tipo de puestos enferman y, cuando vuelven a sus países de origen lo hacen con la salud muy deteriorada.

Una vez más aparece la necesidad de cuidar a quienes cuidan y Territorio Doméstico cumple también esta función. “Hacemos ejercicios de relajación, motivaciones… para que puedan sacar todo eso que solitas caminando por la calle no pueden sacar”.

Cisneros es consciente, además, de la relevancia de su labor. “La mayoría de los empleos son con gente mayor o con niños que si no estuvieran a nuestro cuidado tendrían que estar con sus padres”. Las empleadas domésticas se revelan como imprescindibles para el funcionamiento de nuestro sistema económico. “El trabajo que nosotras hacemos es importante para el desarrollo de la sociedad y del país”.

“Tienes que hacer de psicóloga, de médica, de asistenta, incluso de alcahueta”, nos cuenta a modo de conclusión. “Es un trabajo duro y cuando ya no sirves… te echan”.