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"Deporte, disfrute y liberación"

El tedio de existir es una posibilidad humana. Cuando uno sucumbe a este estado de ánimo, contempla la vida como un círculo que da vueltas ciegamente sobre el propio eje, como un recorrido planificado y sin salida, como la eterna repetición de lo mismo.

Por Francesc Torralba

Entonces experimenta la asfixia vital, la sensación de que falta aire.

Para muchos ciudadanos, la práctica deportiva es un antídoto al tedio vital, a las rutinas laborales, familiares y sociales, pero, en tal caso, se utiliza mal el deporte, pues se contempla como un mecanismo de escapada, cuando lo que uno debe hacer es enfrentarse al tedio de su vida y luchar para gozar intensamente de su cotidianidad.


El vacío existencial
Como indican los sociólogos y los analistas de las sociedades tardomodernas e hiperconsumistas, un amplio porcentaje de ciudadanos que viven en ellas sufre con un gran vacío existencial. La falta de sentido en sus vidas provoca que busquen desesperadamente algún motivo por el cual sus vidas merezcan la pena ser vividas.

Como consecuencia de ello, muchos encuentran formas de evasión como el consumo de drogas y/o alcohol o como la ingestión desproporcionada de comida. El deporte, para muchos de ellos, constituye una de estas formas de evasión.


Para las personas que vivan de esa manera, lo importante no es encontrar una actividad o algo que no les haga pensar durante un rato en su vacío existencial, sino encontrar el motivo por el cual su vida ha llegado a ese punto y, a la vez, algo que les ayude a salir de esa situación.

Encontrar el sentido de vivir
El deporte practicado de la manera justa posee, intrínsecamente, la capacidad de ser terapéutico y de ayudar a las personas en ese proceso de sanación.

El hecho de que el deporte estimule la relación interpersonal y la autotrascendencia, ayuda, de manera exitosa, a que una persona encuentre dentro de sí mismo las causas de que su vida sea tediosa y que le sirva como herramienta para encontrar el sentido de vivir. Es de suma importancia aquí, que el deporte sea la ayuda y el complemento para encontrar y sanar el problema y no la razón en sí misma por la que merezca la pena vivir.


El deporte puede ser utilizado como una excusa para evadirse de las propias responsabilidades, para desaparecer del hogar, para evitar conversaciones difíciles con los más allegados y no tener que enfrentarse a los puntos dolorosos de la vida cotidiana. En definitiva, puede ser manejado como un recurso para desaparecer del escenario familiar, laboral, social o vecinal cuando convenga. En tal caso, es un modo de canalizar una cierta o total inadaptación a la vida real.

Un arma de doble filo

Como cualquier otra actividad, la práctica deportiva es un arma de doble filo. Puede, por una parte, ser una escuela de vida que aporte equilibrio y paz, pero, por otra, puede convertirse en una manera de evadirse de las propias obligaciones y compromisos.


En el primer caso, el deporte es un factor de ayuda, porque posibilita el encuentro con uno mismo, permite deliberar y tomar buenas decisiones, liberar pensamientos y emociones negativas con el fin de regresar a la vida real con un espíritu positivo y constructivo.

En el segundo caso, es una forma de analgésico que, en lugar de curar la herida, calma provisionalmente el dolor que ésta produce, el dolor de vivir una vida carente de sentido, pero de manera provisional, hasta que este vuelva a emerger con toda su virulencia.

Una falsa liberación

Quizás una de las razones del éxito social del deporte, especialmente en las grandes urbes masificadas y, particularmente, en contextos de crisis social y económica como el que estamos padeciendo, sea ésta. A través del deporte, uno escapa, aunque sea provisionalmente, de todo cuanto le mantiene atado, subyugado, atrapado, en definitiva, enajenado.

Esta liberación, sin embargo, es una falsa liberación; es una salida por la tangente, un remedio que no cura la falta de sentido ni el vacío existencial (expresión de Viktor Frankl) que puede padecer una persona.


No cabe duda que muchos ciudadanos, ya sea de un modo consciente o inconsciente, consumen deporte con este fin. Experimentan la necesidad de escapar del mundo laboral, de una cotidianidad que no colma, de una vida anodina.

No ven en el deporte un modo de celebrar la vida, de gozar de la existencia, de conmemorar el hecho de estar vivo, sino una ocasión para la fuga, una manera de escapar de la realidad, como si fuera un viaje onírico.

Evasión y escape
Para una parte nada desdeñable de ciudadanos, el principal foco de sentido de sus vidas, lo que Carl Rogers denomina el camino de autorrealización, lo hallan en la práctica deportiva.

Viven para el deporte, aunque no viven del deporte y dedican su tiempo libre unidimensionalmente a esta actividad con el fin de escapar, de evadirse de un tipo de vida que no les satisface.


Este modo de ejercitar el deporte es un mal uso de esta  noble actividad humana, pero es más frecuente de lo que uno se imagina.

El deporte, tal y como lo concebimos, es una forma integral de festejar la vida, de celebrar la vida corporal, la vida psíquica, la relación interpersonal; es un modo de gratitud a la naturaleza y a sus formas; un tipo de ritual que, en contextos profanos y altamente secularizados, pone al ciudadano en contacto con las fuentes originarias de sí mismo y de la naturaleza.

Salud y consciencia

Defendemos la necesidad de practicar deporte para tener una vida saludable, para despertar a la consciencia, para disfrutar plenamente del instante y para observarse y aprender de uno mismo y de los otros.

Por el contrario, practicar deporte como una vía de desahogo de las propias frustraciones, como una manera de conseguir éxito y relevancia social o como un método para aumentar la autoestima a costa de demostrar que uno es mejor que los demás, se convierte en un ejercicio negativo que se vuelve contra uno con efecto boomerang.


Esta manera de vivir el deporte no sólo no es beneficiosa, sino que conlleva graves perjuicios para uno mismo y para su entorno humano y ejerce el mismo efecto que una droga de la cual hay que desintoxicarse. Es clave para que ello no suceda poner la atención en el proceso y no en el resultado.


Todo ser humano siente, en un determinado momento de su vida, la necesidad de escapar, de evadirse de su entorno, de estar ausente, pero el deporte no es un canal para desparecer del escenario, sino todo lo contrario, es un camino para estar más presente, para sentirse doblemente vivo.

Nos desatamos del rol
La actividad deportiva genera, en el ser humano que la vive, una sensación de libertad y de desahogo. A través de ella, uno se desata de su rol, se desapega de sus funciones habituales, pero para asumir otras.

El oficinista se convierte en portero del equipo; la enfermera en centrocampista, el profesor en un atleta amateur, el lampista en jefe de cordada.


Esta liberación del rol habitual es higiénica y necesaria, pero no es una forma de escapar o de evadirse de la realidad; sino un modo de cultivar otra faceta de la vida humana.

En este sentido, el deporte no es la salvación de una vida carente de sentido, sino una faceta de la vida humana que toda persona es capaz de desarrollar si explora, con detenimiento, sus cualidades físicas y psíquicas.  Cada cual tiene las suyas y siempre existe una modalidad deportiva adaptada a sus condiciones.

Contacto con tu yo más íntimo
Esta experiencia liberadora, festiva y celebrativa, íntimamente unida a la práctica deportiva está descrita bellamente por el ensayista y antropólogo francés, Marc Augé, en su Elogio de la bicicleta: “El primer pedaleo constituye la adquisición de una nueva autonomía, es la escapada, la libertad palpable, el movimiento en la punta de los dedos del pie, cuando la máquina responde al deseo del cuerpo e incluso casi se le adelanta.En unos pocos segundos el horizonte limitado se libera, el paisaje se mueve. Estoy en otra parte, soy otro y sin embargo soy más yo mismo que nunca; soy ese nuevo yo que descubro” .


Sentir que dominas el balón con tus dedos o sentir la energía de la roca al tocarla con las manos, constituye la entrada en una nueva dimensión. Poco a poco el balón y la canasta, la roca y el entorno natural dejan de ser algo externo a ti y logras fusionarte con ellos y ser un uno indivisible.


El tiempo se para, no hay pensamientos y cuerpo, mente y espíritu están perfectamente en armonía. Cuando terminas, vuelves a la realidad, pero te das cuenta que algo dentro de ti ha cambiado, que has traspasado una barrera y que has iniciado un camino que ya no tiene marcha atrás.

Has entrado en contacto con tu yo más íntimo y ya no quieres abandonarlo más.