Revista Humanizar

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"Un colirio para que recobres la vista"

Un hombre entró un día en el salón público de lectura de su ciudad. En aquel momento estaban leyendo una página que trataba de los peligros de la rutina o algo así...

Por Jesús Mª Ruiz Irigoyen, Director de HUMANIZAR

La audiencia escuchaba con agrado cómo escalar la montaña de la vida ascendiendo cada día una cota más alta que la del día anterior. Detenerse en el mismo punto podía crear una costumbre negativa, peligrosa para aquel pueblo nómada. Había, pues, que subir siempre más alto para ver más campo y tener una visión más amplia, para detectar más y mejores pastos, por si un día tocaba emigrar

Le gustó a nuestro hombre lo que allí se leía y se quedó.

“¿Por qué vas a cazar siempre al mismo lugar y por qué subes siempre a la montaña por idéntico camino”? seguía preguntando el lector. “¿Has olvidado acaso que los bosques enteros son tuyos, que los prados, los senderos y los ríos te pertenecen?”

 

Nuestro hombre, impresionado por aquellos párrafos que le invitaban a romper con sus costumbres, se prometió a sí mismo volver más veces a aquel salón. Valía la pena. Por lo menos allí le hablaban claro y llamaban a las cosas por su nombre.

 

Hoy sabemos que la rutina es un mecanismo de defensa que usamos para no cambiar, para resistirnos al cambio, manteniendo un argumento que legitime la dulce continuidad. Pero sospechamos que tal argumento no nos vale.

 

Rutina es el pasado acumulado que todos llevamos dentro por no habernos decidido a ensayar nuevos caminos en la vida. No romper con la rutina y seguir con nuestros usos y costumbres significa envejecer cada día más, sumidos en las propias manías.

 

Lo malo es que a ese paquete de rancias prácticas que vamos arrastrando le llamamos experiencia o, peor todavía, estilo personal. La rutina tiende a encerrarnos en nuestras viejas (a veces tan queridas) cárceles de siempre. Nos impide el contacto necesario y vital con los otros y con el mundo. Nos arrebata la pasión, la belleza y la frescura de la vida, llegando a convertirse ésta en una pesada carga, cada vez más difícil de soportar.

 


Los niños, una vez más, se convierten en nuestros maestros por su diferente manera de actuar. Son ellos los que con su espontaneidad y fresca libertad emprenden nuevos caminos, se inician en diferentes juegos y van aprendiendo nuevas expresiones con las que renuevan y enriquecen su lenguaje y sus meninges. Convendría imitarlos haciéndonos como ellos, pero preferimos seguir
con nuestros criterios adultos. Nosotros somos gente seria.

 


“Te aconsejo… un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista…”



Nuestro hombre se hizo un hueco entre los asistentes del salón y escuchó esas palabras que le hablaban de un remedio para aplicarse en los ojos y recuperar la vista. Cuando se dirigió hacia el espejo para comprobar cómo era su mirada, advirtió que el colirio se lo había estado poniendo mientras frecuentaba con esfuerzo las reuniones de aquel salón.