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El médico de Budapest. Diagnóstico: la sociedad está enferma crónica

Un director consagrado realiza una película con fuerte componente autotestimonial desde una mirada propia del final de la vida (tiene 83 años) y con un fuerte mensaje social que se presenta como legado de la generación saliente a los que quedan vivos.

 

István Szabó es uno de los grandes cineastas húngaros con Miklós Jancsó, Béla Tarr, Márta Mészáros y László Nemes. El cine que viene del Este nos debe interesar para comprender lo que ocurre en este flanco de Europa y que luego en la geopolítica de los intereses nos puede venir encima abruptamente.

Las sociedades postcomunistas han hecho un giro diverso respecto a flanco occidental. Los liderazgos autoritarios, la tendencia populista y la historia de sumisión, la irrupción del interés y el consumo capitalista son los ingredientes para una digestión diversa de la cultura política y social. El cineasta Szabó es un converso de este proceso, amenazado de muerte, confidente de la brutal policía política comunista, director significado que puso en paralelo la caída de imperio austro-húngaro con la caída de la trama soviética en su famosa trilogía, integrada por la esencial Mephisto, la sombría Coronel Redl y culminada por la esotérica Hanussen. Tomemos nota del tiempo de la caída de los imperios.

 

No saber vivir sin su profesión

Nuestra película cuenta la historia de un reputado cardiólogo interpretado por su actor de cabecera Brandauer, que ya protagonizó su citado Mephisto, que fue Oscar de ese año a la Mejor Película de habla no inglesa.  Nuestro médico es jubilado abruptamente y como no sabe vivir sin su profesión, se traslada a su pueblo con la intención de ejercer de médico de familia como lo hizo su padre. Esta ruptura para un viejo, deja a su mujer- gran cantante de ópera en Budapest, es la ocasión para recobrar su pasado: la relación con una madre posesiva, sus antiguos amores y la historia de su país.

 

“Dios está en tu interior, tienes que buscarlo”

Lo que encuentra al llegar a su pueblo es un descanso a la penetración del mal, hecho de rumores y crueldades, de corrupción y dominación, de mentiras y soledades. “Mira este pueblo, no tiene salvación, aquí todo se pudre lentamente. Las almas también, lo veo en sus cuerpos, lo veo todos los días” así hará el reconvertido médico de cabecera su diagnóstico. En este sentido resultan iluminadoras las confidencias con su viejo amigo, ahora cura, en el confesionario mutuo de una barca. “Dios está en tu interior, tienes que buscarlo”, dirá el párroco que ha profundizado en el sentido del pecado.

Y en el fondo la música como medicina, que además tiene voz de mujer. El coro de los pequeños es el gran signo de esperanza. Música de Bach y Verdi en medio del desprecio y la envidia quería poner la maestra-víctima. Será la música de la resistencia quien una a los viejos y los jóvenes. Los unos ya saben que son “innecesarios, o al menos reemplazables”, los otros dan un paso adelante. “La gracia de la salvación se concede al penitente. Él va por fin en paz bendecido, del infierno y de la muerte no temo Porque en toda mi vida estás cerca. Aleluya. Aleluya. Eternidad.” El testamento de un viejo director de la mano de Tannhäuser de Wagner. Bendito Dios permítenos seguir cantando.