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El viaje de la vida: espiritualidad y feminismo

Y es que la vida, percibida como un viaje, evoca una clave, la espiritual, en la que nos recomponemos, en la que “hacemos vacaciones” del esfuerzo “arre que arre”, del tiempo contado, esclavo, sometido a las normas, a la obligación, a lo ritual, a lo comprimido, al horario, a la formalidad, al “hacer”, al “tener”.

 

Espiritualidad

En una versión muy libre, la espiritualidad tiene que ver con la consciencia de sí misma, es decir, con esa conexión con lo más hondo de ti, allí donde el Espíritu sientes que sopla. Creemos que el Espíritu está presente, aunque no haya consciencia de ello. Pero sentirlo, experimentar que se hace presente en el fondo de ti, eso es otra cosa.

 

Para ello, no queda otra que parar. Me hacen “parar” las preguntas. La pregunta de alguien que se interesa por saber quién eres. Me hace parar el cuerpo, con su insistencia en que necesita dormir y descansar. Me hace parar el límite, la vulnerabilidad, que a cada momento se me enreda entre los latidos de un corazón agobiado por el peso de la responsabilidad.

 

La espiritualidad es esa dimensión sin la cual nada tiene sentido, no hay color, no hay más allá, no hay capacidad de asombro ante lo que sobrepasa, no hay alegría de manantial, no hay mirada en el horizonte y no solo en el camino.

 

La espiritualidad es esa hondura donde una se sabe amada, abrazada, aceptada, acompañada por Dios, con el correlato humano de Dios, que está presente en la vida saboreada en su clave. También existe sin Dios, claro. Es la experiencia que cuentan otros.

 

El viaje

Decía Silvio Rodríguez, que “al final del viaje quedará nuestro rastro invitando a vivir”, y más adelante, “al final del viaje quedarán nuestros cuerpos tendidos al sol como sábanas blancas después del amor”. Bellas expresiones que conectan la espiritualidad.

 

La primera, porque habla de trascender, a través de la vida vivida también para otros, como ánimo y motivación que impulsa a vivir, a VIVIR, con letras grandes, con plenitud. Mi vida provoca si exhala buen ánimo. Tiene que dejar “poso” de alegría. “Estad alegres”. Porque ese ser feliz identificado solo con pasarlo bien es de instante. Tener “instantes” es bello, pero algo por dentro ansía que haya algo más que calme la sed. Como samaritanas deseamos ese “agua” de la que beber con la que no tengamos sed ansiosa, sed de cantidad. Intuimos que hay otra agua.

 

La segunda expresión de Silvio habla del amor. El amor y la espiritualidad están intensamente conectados. De las experiencias humanas, tal vez el amor, en cualquiera de sus formas, es evocador de la ruptura de los límites. Amor, eso sí, que libera, que procura el bien del otro, que lo cuida, que se mete en sus zapatos, que rompe la barrera de lo posible, que da la mano sin agarrarla, que detiene el tiempo, que va más allá de la muerte.

 

Y volvemos al viaje. Viajamos a veces sin movernos de la casa, que pisamos cada día solo funcionalmente, en virtud de las muchas faenas. Viajamos sentadas, sin movernos, en la calma de un tiempo no estructurado, en el silencio externo que permite otro interno, donde percibir el susurro de lo de dentro. Viajamos mientras no hacemos nada, tal vez solo mirar sencillamente como crece una planta vulgar en una ventada, cómo se para una mosca y se limpia las alas, cómo pasan las nubes, ligeras, entre los pájaros chillones.

 

¿Hace falta moverse? Tal vez sí. A veces viene bien salir literalmente, emprender un viaje físico, sencillo, lo justo para acompañar otro viaje mayor, empezando porque los sentidos se desentumecen, el tiempo se disuelve, la rutina se rompe, las relaciones se fortalecen. Bienvenidas al viaje. Sana la mente. Alegra el corazón. Tiene sentido mientras no se convierta en un elemento más de consumo, de lucimiento. Artificio sin valor, insolidario, nueva atadura.

 

Feminismo y espiritualidad

El feminismo nos ha enseñado algunas claves que tienen que ver con la espiritualidad. Ya hemos recorrido un buen trozo del camino. Hemos viajado muchos kilómetros. Entrando en la “tercera edad”, con cuarenta años de feminismo en la mochila, hemos descubierto que:

 

  • El feminismo es una reivindicación que conecta con los valores, clave espiritual por excelencia: Igualdad, Equidad, Sororidad, Respeto, Libertad, Compromiso, Paz. No hay feminismo sin valores, sin llamadas a un mundo mejor realizado a través del testimonio de los valores, de su puesta en práctica.
  • El feminismo libera de creencias y prejuicios, permite volar más allá de las fronteras de lo establecido, lo normativo, la costumbre, lo que siempre se ha hecho así. Es un canto a lo novedoso de la vida, a la trascendencia, a lo creativo. Todo ello tiene que ver con lo espiritual. Parece mentira que algunos no reconozcan aquí una seña del Espíritu.
  • El feminismo es la promesa de una humanidad en armonía, donde no hay supremacías, donde cada una puede y debe aportar, donde nadie se queda atrás, donde juntas tejemos redes que cuidan y sostienen, en medio del dolor y el sufrimiento.

 

Ser feminista ya es indiscutible. Cuando nos definimos subrayamos este aspecto que configura nuestra forma de estar en el mundo. Y mientras hay muertes por feminicidio, y mientras no exista igualdad en la obviedad de que no puede existir diferencia en función del sexo, hemos de seguir subrayando el apellido “feminista”.

 

En el viaje de la vida

No es fácil vivir con consciencia. Hagas mucho o poco. Tengas más o menos. Se te halague o se te reconozca, o no. Pase lo que pase sin que lo de fuera lo diga todo, porque lo humano es voluble, con mucha dosis de vanidad, de egoísmo, de tendencia a quedarse en lo fácil, en lo que la manada dice o hace. No es fácil este viaje viendo cómo se nos arrastra de fiesta en fiesta, porque perdérselas es hacer el tonto, o porque hay que cumplir con la hipotética libertad que da hacer lo que te dé la gana.

 

No es fácil pararse. Preguntarse. Sosegarse. Tomar contacto contigo. Eso quizá, es la mejor de las vacaciones. No hacerlo todo. No tenerlo todo. No participar en todo. No obtener todos los beneficios. No controlar. No ejercer el poder. No asegurarlo todo. No ansiarse. No hacer todos los viajes ni conocer todos los lugares. No dejarse embaucar por la importancia.

 

En el viaje de la vida, el más sencillo y asombroso de los descubrimientos es que mirar hacia dentro puede ser más expansivo que ninguna otra actividad. Pueden ayudar una lectura, una contemplación, el repaso sabroso de la vida, ese reposo que acoge, esos minutos improductivos, ese saberse amada, ese degustar-LE que reconstruye la mirada, que revive las relaciones, que sugiere una palabra más próxima porque está forjada en lo más íntimo.

 

Viajemos pues, conectando con el sentido, con los valores, con lo que trasciende. ¿Es posible hoy viajar así?