Envejecimiento saludable
Noviembre-Diciembre 2011

Saborear el presente

Caigo en la cuenta del gran abanico de edades que existe en nuestra familia, desde cuatro meses hasta 70 años, y me llama la atención cómo los cuerpos marcan el paso del tiempo. Hace nada que nació el último personajillo del clan, lleno de posibilidades y todos comentamos admirados la rapidez de su crecimiento, evolución, socialización y espabile.
Por Mari Patxi Ayerra, profesora, animadora y escritora.
Todo esto que sucede tan deprisa en la vida del bebé, ocurre igual de rápido en mi envejecimiento. Y eso que llevo años preparándome para su llegada, recordando que envejecer es obligatorio, pero crecer es opcional, y pretendo seguir creciendo como persona, casi a la misma velocidad que mi cuerpo se inflama, devalúa y envejece. Lo que no es nada fácil, ya que vivimos en una era en la que se valora en exceso la juventud y la moda te invita a disimular los años que cumples y a ocultar las deficiencias, para no bajar tu cotización en bolsa.
La sociedad gasta infinitas energías en investigar la crema, potingue, o secreto del antienvejecimiento, creo que el último ha sido el “ácido jasmónico”. La cirugía rejuvenece por partes a todo el que se deja, de forma que soy de la generación que vamos a despedirnos de la vida muy tarde, pero con unos cadáveres preciosos. Mientras que a las niñas se les mete prisa por parecer adultas y se les viste de mayores, a los maduros nos vende la moda el vestirnos como niños, de forma que te puedes encontrar a cualquier abuela con el mismo modelo que su nieta y a cualquier crío vestido de negro, color que impone la moda este año. Hasta una marca de ropa ha diseñado bikinis “con relleno”, para niñas de siete años. Menos mal que alguien ha tenido la sensatez de descatalogarlos.
Hay gente que vive en una sorprendente atemporalidad. Son personas, algunas de ellas famosas, por las que no pasan los años. Los vemos en los medios de comunicación o en nuestro entorno y nos contagian ese deseo de parecer eternamente jóvenes. Así tenemos a cantidad de gente de mi edad, 65 años, vividos y exprimidos con pasión, que no puede reconocer la edad que tiene y que vive como fracaso el deterioro lógico de los años y las carencias normales de todo cuerpo que ha vivido su proceso de nacer, crecer, florecer, reproducirse, madurar y envejecer, para luego morir, que es el destino de todos, a ese espacio donde se nos examinará del amor, y nunca de la talla, del peso o de la belleza exterior.
Se me olvidaba contaros que hay una franja de edad, de los 60 a los 75 años, que ahora le llaman la sexalescencia, en la que estamos gente que hemos vivido una vida plena y hemos llegado a la ancianidad, con capacidad adquisitiva, que tenemos unas ansias locas de vivir, de gozar, de aprender, de crear, de hacer algo por los demás y no nos sentimos todavía ancianos como para pasarnos la vida pasivamente, enfermos y dependientes, esperando el final.
Todos los seres humanos nacemos sin terminar de ser y nos vamos haciendo conforme transcurre la vida. Todo este tiempo lo pasamos buscando la felicidad existencial. Unos creen encontrarla imitando a los que se dicen felices, o siguiendo los caminos y ofertas de la sociedad de consumo, que les invita a tener y les convence de que en la vida lo importante es el prestigio, el poder y las cosas.
Otros, en cambio, descubren que la felicidad tiene que ver con el ser y con su manera de pensar y estar en el mundo. Para estos últimos, la solidaridad es el gran regalo que les hace la vida, cuando tienen tiempo y posibilidades para entregarse, cuidar a otros o mejorar el mundo. Hay muchos mayores comprometidos en grandes proyectos, que hacen de su “sexalescencia” el tiempo sagrado en el que su vida es para los demás y eso les llena de sentido y de misión, que es lo que suele hacer la propuesta de Jesús, para todos los que le siguen, aunque existe otro montón de motivaciones, tan válidas y profundas como la fe.
Con los años uno puede ir aprendiendo a comunicarse mejor, aumentando sus “palabras miel”, siendo afectivo, divertido, entretenido y sabiendo expresar el amor, o puede utilizar cada vez más “palabras hiel”, volviéndose más cascarrabias, agresivo y cortante. Todos conocemos mayores insoportables y también ancianos que da gusto estar con ellos y son un regalo para los suyos y los de alrededor. Cada uno elegimos cómo queremos ser… y cuando no elegimos, nos dejamos llevar por la corriente de queja, negatividad y resentimiento que nos rodea.
Dicen que ser persona adulta consiste en asumir el pasado, sumergirse en el presente y preparar el futuro. La forma más sana de vivir es saboreando el presente, entrando del todo y saliendo del todo de cada situación. En cambio, quien vive en la memoria, recordando el ayer, o preocupado por el futuro, se impide a sí mismo disfrutar, vivir una vida plena y además, estas personas, con su autocompasión, se convierten en pequeños ladrones de la felicidad de los de alrededor.
Todos vamos envejeciendo, porque ser mayor es una consecuencia de la vida biológica. Pero lo que sí podemos elegir es cómo envejecer, cómo vivir, llenando los años de vida, en vez de la vida de años. Porque ser mayor no es volver a la infancia ni a la juventud, sino asumir la propia vida con sus deterioros, conocimientos, capacidades, aprendizajes y expectativas de futuro. No tenemos que llenar un tiempo muerto sino continuar construyendo el propio proyecto de vida.
Aunque nuestra sociedad sólo valora lo joven, al mayor le aporta diversión y bienestar pero sin respetar su autonomía. Le tutelan y dirigen sin contar con su parecer y sin comprenderle del todo. Un indicador de que una sociedad es sensible a los mayores es la comprensión que tiene hacia ellos. A los 65 años, aún queda mucha vida por delante y no hay que apartar a estas personas de la vida y dejarlas aparcadas como inservibles, sino ayudarles a conseguir un envejecimiento activo, potenciándole que mantenga su independencia, participación social y bienestar emocional y espiritual, con el fin de tener cubiertas sus necesidades básicas. La persona mayor vive dentro de sí misma una contradicción entre lo que desea y la realidad que le acompaña. Le cuesta no alcanzar objetivos que en su día fueron fáciles para él, siente el deseo de presumir de joven y de mostrar sus habilidades, pero ha de adaptarse a lo que es lo propio del mayor, que es vivir un tiempo libre de prisas, con serenidad de espíritu, con tiempo para la reflexión, lejos de impulsos juveniles, e irá alcanzando cada vez mayor sabiduría y paz interior, como premio a abandonar prisas y rivalidades.
Seguir creciendo integralmente, atentos a los demás, es lo que nos mantiene vivos y nos hace levantarnos con ilusión cada mañana, para así llegar al final de los días sin amarguras, resentimientos ni depresiones, sino con paz, serenidad y armonía. En resumen, hay que vivir la vida con un claro proyecto personal, eso facilitará la vivencia de todas las etapas de la vida, especialmente la final.
La vejez no se improvisa, se va preparando poco a poco, con una dosis de aceptación, de humor, de flexibilidad interior y de ilusión para seguir descubriendo cosas, personas y situaciones nuevas, para encontrar el sentido a cada nuevo día y un motivo por el que vivir. Es tiempo de sensibilidad, de saborear la buena música, la naturaleza, los amigos, el amor, los niños y las pequeñas cosas que la vida nos ofrece, si sabemos encontrar la belleza que encierran.
Y hay que saber vivir en comunicación con uno mismo, para autoconocerse y reflexionar lo que vamos viviendo en relación con los demás, aprovechando este tiempo para decir el cariño, para potenciar a la gente, para transmitir valores, para entusiasmar con la vida, y también es necesario compartir la experiencia de Dios, cuidando la parcela trascendente, para prepararse para terminar la vida vivo, es decir, con serenidad y dejando a los demás bien queridos, sosegados y reconciliados. Hace falta mucha sabiduría para llevar todo esto a cabo. Muchos lo han conseguido. Hagamos nosotros lo imposible.