Revista Humanizar

Envejecimiento saludable

Número 119, Noviembre-Diciembre 2011

Vísperas

Si vamos a hablar del envejecimiento, ¿para qué perderse en filosofías o en pensamientos de otros? Mejor contar mi propia experiencia. No es por coquetería o por autodefensa, pero debo decir que todavía no soy viejo. Sin embargo sí sé que estoy en las vísperas. Y de cómo se vivan las vísperas dependerá bastante cómo resulte de divertido el proceso de envejecimiento real.
Por Pepe de Lucas
Mis vísperas empezaron hace unos cuantos años, cuando “el sistema” decidió que mi aportación al mundo laboral era prescindible por razón de mi edad; prejubilación llamaron al suceso. Hoy ese mismo sistema camina en dirección contraria, y os pide a los que estáis en activo que sigáis unos cuantos años más de tiempo añadido. ¡Qué mareo!
Procuré afrontar el nuevo tiempo con una cierta frialdad en los sentimientos; nada de rencores ante lo que fácilmente podría pensarse que era una decisión injusta, arbitraria e inconveniente (y años después se ha visto).
¡Y para qué cabrearse cuando los beneficios personales (empezando por la libertad de calendario) que me reportaba la nueva situación eran mucho mayores que las pérdidas! Pero pérdidas había. En la situación, y también con el paso, uno a uno, de los años. Perdí poder. No voy a presumir de si era o no un jefe importante, pero ciertamente tenía una agenda bien nutrida de teléfonos que podrían servir para muchas cosas.
El carecer de toda influencia en el mundo laboral, y también la criba entre los otros profesionales de mi generación, adelgazaron sustancialmente mis capacidades de contacto, y engordaron la duda de si ya “era alguien” en el mundo.
La pérdida de un calendario laboral por cuenta ajena, la suplimos mi mujer y yo con la dedicación a nuestros nietos que, casual o providencialmente, empezaron a llegar por esas mismas fechas.
Habría que calcular lo que aportamos los abuelos al PIB de la nación (lo digo en serio); pero con nuestra decisión no tratábamos de continuar de una u otra forma en el tejido productivo, sino de dar un servicio a nuestros hijos y a sus hijos.
Y de enriquecernos con sentimientos nuevos. Y de retrasar de manera importante los síntomas de la vejez.Porque las enfermedades avanzan, sin duda. Cada año tenemos una gotera nueva; incluso alguna no es gotera, sino daño en estructuras. Bien, de eso podremos hablar otro día. Pero el deterioro físico y mental se pasa cuando ves que alguno de los nietos descubre un nuevo trocito de la vida, del Universo, o se lo enseñamos a descubrir.
Hablaba antes de contactos. Ahora los amigos son menos, pero son más de verdad. Ya no están cerca a la sombra de las influencias comunes, ni por nuestro arrollador impulso vital; si están es porque nos interesamos mutuamente por lo que simple y desnudamente somos.De evitar el sedentarismo a estas edades, ya se habla bastante. Y yo lo comento de vez en cuando con mis hijos: cada partido de pádel que jugamos cada semana los cuñados (sumamos 258 años sobre la pista), es al menos una semana que retrasamos nuestra dependencia.
LOS ESPEJOS.
Una de las cosas que he notado en los últimos años, es que tenemos que cambiar todos los espejos de casa: les están saliendo arrugas. Pero no importa. Una buena parte del mayor tiempo libre que me ha dado la prejubilación, la he dedicado a leer y a escribir. He descubierto en estos años el Cielo; me refiero a lo que antes se llamaba el Firmamento. No sé si es una pasión o un vicio. Pero sí sé que no es pecado. Y me ha dado para escribir un par de libros. Y he seguido repasando a mi querido Don Quijote. De Sancho he aprendido que lo importante, por mucho que cambien a mal las circunstancias, es la fuerza interior. En el peor momento de su vida, cuando vuelve a su pueblo con los despojos de su señor, nos enseña: “Que si cuando era gobernador, estaba alegre, ahora que soy escudero de a pie, no estoy triste”.

Volver