Hospitalidad
Mayo-Junio de 2013

"En el silencio escucho el rumor de tus palabras y tus pasos"

Santuario de la alegría
La casa de Enriqueta siempre tiene la puerta abierta para que entren sin llamar los que vienen a visitar el “santuario de la alegría” donde ella ejerce de sacerdotisa. El santuario tiene calor de hogar que emerge del fondo del corazón y sus paredes están decoradas con oraciones, besos, risas y lágrimas que Enriqueta enjuga con pañuelos de cariño bordados a mano para que la alegría no decaiga.
Por Julián del Olmo
Enriqueta tiene 93 años y no sabe cuántos le quedan de vida aunque espera que no sean pocos porque tiene muchas cosas que hacer, entre otras acompañar a sus hijas enfermas: Evelina que tiene esclerosis lateral amiotrófica y está en silla de ruedas y Concha que ha perdido la vista y ahora solo ve con los ojos del corazón. Enriqueta tiene otras dos hijas: Clara y Cruces. Clara es religiosa y le trae la comunión todos los días que le da la vida. Cruces, enfermera y budista, cuida a su madre y a sus hermanas y de vez en cuando invita a sus amigas a recitar sus mantras en el “santuario de la alegría”. Enriqueta reza con ellas porque su fe en Dios y en la Virgen de San Daniel no tiene barreras.
Carrilanos de la vida
Llegan al atardecer con los pies cansados de recorrer caminos que no conducen a ninguna parte. Son carrilanos de la vida, sin techo y sin hogar. El padre Ramiro les abre la puerta del albergue y les regala una sonrisa. No les pregunta por sus vidas rotas, tan solo si tienen hambre y frío, y les ofrece cena, cama y ropa limpia.El albergue abrió sus puertas hace 50 años y por él han pasado más de 30.000 personas.
Lo inició un padre dominico y sus hermanos han continuado la obra. El padre Ramiro lleva 40 años, otros 40 el padre Andrés y 26 el hermano Antonio.Más que un albergue al uso es una casa de acogida donde las personas de la calle encuentran, al menos temporalmente, lo que andan buscando: comprensión, respeto y una mano amiga que les indique el camino para salir del laberinto de sus vidas. Y aquí lo tienen. El albergue donde están alojadas 62 personas de la calle se llama San Martín de Porres.
Sanador de almas
Rude es un cura aragonés de mucha Iglesia y poca sacristía. No se refugió en una parroquia al socaire del Moncayo ni en una vicaría para hacer carrera eclesiástica, sino que viajó a Madrid con un puñado de libros y sueños bajo el brazo y se hizo capellán de un centro médico, especializado en cardiología. Y empezó a sanar enfermos, sin hacer competencia a los médicos, porque había tarea para todos.
Rude tuvo buenos maestros. De sus padres aprendió a ser una persona sencilla y generosa, de los médicos a ser prudente en el diagnóstico de las enfermedades del alma y de los amigos a ser delicado y cariñoso con todos. Y con este bagaje y una fe acrisolada en vivencias personales y experiencias comunitarias ha ido haciendo camino al andar por hospitales, campos de pastoral de la salud (de cercanías y larga distancia), asociación de profesionales sanitarios cristianos y servicio espiritual a domicilio.
Ahora, va de acá para allá, con su “Ipad” en la cartera, repartiendo en seminarios, cursillos y encuentros de amplio espectro la ciencia y la experiencia acumuladas en el gratificante oficio de sanador de almas.
Entre viaje y viaje aún tiene tiempo para celebrar la vida y la fe en Casa de Belén donde una comunidad de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl vive, ama, sueña y cuida a 12 niños, ángeles de Dios, desahuciados por los médicos.