Revista Humanizar

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"Todos somos humanos, pero unos más que otros"

1. Sanidad pública en acto de servicio

De pronto la habitación empezó a girar y a duras penas, sujetándome en las paredes como un borracho que viene de juerga, pude alcanzar la cama sobre la que me desplomé. No era un terremoto como el que viví hace años en Nepal sino un ataque de vértigo como me diagnosticarían después los médicos de la Seguridad Social. 

Acudí a “urgencias” para que inmovilizaran la casa que seguía moviéndose  o me quitaran el mareo que es lo que finalmente sucedió.  Era sábado por la tarde y en “urgencias” me atendieron pronto y bien. Los médicos y el personal de enfermería, jóvenes ellos y ellas, fueron serviciales en su trabajo y amables en el trato. ¡Como se agradece que te traten con respeto y amabilidad siempre pero sobre todo cuando uno se siente frágil y desvalido!


Rompo una lanza por la Sanidad Pública y no solo por mi experiencia en este caso   concreto sino también en otros, incluido  el servicio en mi Centro de Salud.

2. “Más corazón en las manos”
Lo natural de la persona es ser “humana”, ni más ni menos, pero  a la vista está que no siempre sucede así. En unos casos la persona se “sobrenaturaliza” y en otros se “infrahumana”, que tanto da por  exceso como por defecto. La “humanidad” es lo que nos identifica a los seres humanos. Todo tiene que ser “humanizado”: las personas, la atención sanitaria, la economía… ¡Hasta Dios se humanizó!


Hace 400 años, Camilo de Lelis  inventó la receta de la humanización: “poner más corazón en las manos”. La receta es muy sencilla porque el corazón y las manos están físicamente muy cerca y solo falta hermanarlos. “Los camilos”, hombres y mujeres de ayer y de hoy, llevan el corazón en las manos y la humanización tatuada en su  ADN y en los rótulos de sus obras y servicios: “Centro de Humanización de la Salud”, Revista HUMANIZAR…


La “humanización”  es un virus que inoculó San Camilo a los cuidadores de los enfermos  y se transmite por contagio directo entre personas, particularmente entre profesionales sanitarios. El pronóstico es que el virus pase de epidemia a pandemia para bien de la Humanidad. En esas estamos. 
    
3. A diez kilómetros del ambulatorio
Los pequeños pueblo rurales pierden su encanto cuando los enfermos y ancianos tienen  que desplazarse a otra población para recibir la atención médica que necesitan. En mi pueblo, sin ir más lejos, el ambulatorio está a diez kilómetros y el hospital a 43.

No son distancias largas cuando se dispone de coche particular y se tienen condiciones para conducir porque de lo contrario  la cosa se complica. Mi pueblo tiene media docena de vecinos en invierno. Una vez a la semana vienen a pasar consulta al pueblo un médico y una enfermera  del ambulatorio y si se produce alguna urgencia acuden con prontitud. La ventaja de los pequeños pueblos es que los profesionales sanitarios conocen personalmente a los ancianos y enfermos y les hacen un seguimiento telefónico para saber se encuentran.

De esta manera suplen las desventajas sanitarias que el mundo rural tiene  en relación con las grandes poblaciones. Y hay que agradecérselo a los profesionales sanitarios rurales.

3. Emigrar para salvar la vida

En Zambia me dijo un padre de familia que tenía un hijo muy grave: “Si yo si viviera en tu país mi hijo no moriría porque vosotros tenéis medicinas y dinero para comprarlas”.

Me quedé sin palabras porque es la pura verdad. A los pocos días me enteré que  el niño  había muerto, al parecer de neumonía. El hecho me sirvió para reafirmarme que la gente emigra para “salvar la vida”, propia y de su familia, aunque en el intento la pierda. Es lo que haríamos  nosotros si estuviéramos en su situación. La xenofobia es un pecado mortal.