Revista Humanizar

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"¿La inteligencia artificial se estremece?"

Es una buena noticia que la Inteligencia Artificial (IA) acompañe avances en la medicina, nos ayude a visitar virtualmente museos y excavaciones arqueológicas o nos facilite determinadas trabas burocráticas. Sería una maravilla que nos proporcionara cálculos de previsión de riesgos ante la crisis climática que amenaza a la humanidad. Todo es bueno con tal de que la sepamos situar en su verdadero lugar: como un instrumento al servicio de las personas, y no al revés.

A mis alumnos de la Facultad de Filosofía les pido que escriban ensayos originales a partir de los temas que vamos estudiando en clase. Me dicen que eso lo puede hacer un programa de IA. Es verdad. Pero si hay algo que todas las personas debemos cultivar es el pensamiento crítico, el arte de reflexionar y confrontar ideas y posiciones, y conversar con esa persona que siempre va con nosotros, como dijera Machado. Deberemos, entonces, prestar atención al momento en el cual la IA deja de ser una herramienta para convertirse en un absoluto. Cuando eso ocurre, la trama antropológica que somos queda seriamente afectada.

 

HUMANIZAR LA VIDA

El ser humano es más que una conexión neuronal cuya réplica, en la IA, multiplica con mucho la capacidad humana. No se tratar de ver hasta donde somos capaces con la IA, sino de no perder nuestras posibilidades como seres humanos. Buscamos lo mejor para humanizar la vida y no tanto ser como dioses robando el secreto de la ominipotencia.

La IA puede calcular a gran velocidad, pero le falta pausa para admirar. Sin admiración ante las maravillas del universo, sin extrañamiento ante aquello que no entendemos, sin capacidad de sorpresa ante la realidad que vivimos cada día, nos sería imposible pensar y articular opiniones propias, que siempre están sujetas a la evolución y al cambio, porque no somos infalibles.

La IA no puede pensar -escribe Byung-Chul- porque no se le pone la carne de gallina. El estremecimiento ante el sufrimiento del otro es lo que nos impulsa a actuar. La compasión, la solidaridad y el cuidado están forjados en la chispa de una emoción que nos destartala y no nos deja indiferentes. La carne de gallina nos impulsa no solo a actuar sino a forjar esa persona que vamos siendo a través de nuestras acciones que emanan de nuestros sentires. Este es el proceso de ensayo y error a través del cual vamos creciendo como personas. La IA permanece al margen de estas consideraciones. La vida lograda no es una vida perfecta, sino una vida plena hecha de multitud de imperfecciones.

La IA nos ofrece mundos virtuales a la carta. Cuando nuestro mundo no nos gusta el metaverso nos introducirá en mundos paralelos donde podremos encontrarnos con otros compañeros de viaje. Y, sin embargo, cargar con la realidad que vivimos es adentrarnos no solo a través del conocimiento de los hechos sino de la digestión de su mensaje oculto. Por eso las personas estamos abocadas a vivir el acontecimiento como aquello que sucede y cuyo sentido desciframos a través de la reflexión y de la palabra. Solo en el acontecimiento podemos aprender, evolucionar y no repetir fatalidades históricas.

 

SABER NO ES SUMAR DATOS

La suma de datos no nos proporciona un conocimiento verdadero; la información no excluye la posibilidad de observación e indagación; la velocidad con la que almacenamos y distribuimos datos no nos proporciona la sabiduría del buen vivir.  Necesitamos, quizá, anclar nuestras vidas en bases sólidas, que paradójicamente nos devuelven a la realidad frágil que somos. Los seres humanos estamos siempre en transición, sin llegar necesariamente a metas preestablecidas. La itinerancia es nuestro modo de habitar el mundo.

Actuar y contemplar son dos grandes atributos de la persona. Están precedidos por nuestra capacidad de elegir. Somos animales sentipensantes enraizados en la realidad cambiante de un mundo tan complejo como líquido. Ahí tenemos el deber de encontrar nuestro lugar de manera única e intransferible. La IA nos podrá acompañar, nunca reemplazar. Acaso nuestra inteligencia sentiente podrá vincularnos al hondón de nuestra humanidad para seguir extrayendo perlas de convivencia, conversación y colaboración entre los seres humanos.