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"Privar a la tecnología de una mirada humanística es un paso peligroso"

El desarrollo de la inteligencia artificial abre tantos debates como ángulos desde donde observarla: desde los cuestionamientos éticos que plantea su diseño, hasta sus consecuencias económicas y sociales. Pero el principal desafío es de enfoque: es necesario abordarla desde el humanismo para que se convierta en una herramienta al servicio de los ciudadanos. En ese ámbito se enmarca la propuesta de Pablo Sanguinetti en su libro Tecnohumanismo. Por un diseño narrativo y estético de la inteligencia artificial (La Huerta Grande, 2023). https://tecnohumanismo.es/

 

El título suena a algo así como a humanizar la tecnología, y en concreto, a un enfoque muy específico para la inteligencia artificial.

 

La mezcla de "tecnología" y "humanismo" en el título del libro plantea una necesidad que me parece urgente: la de entender que esos dos mundos están mucho más entrelazados de lo que parece y que no podemos pensar en uno sin el otro. Es decir: necesitamos aproximarnos a la tecnología con todas las herramientas que nos ofrecen las humanidades. Debemos impregnar la tecnología de una reflexión, de un discurso, de una mirada netamente humanísticos. Creo que entregarnos a una tecnología desprovista de esa dimensión humanística es un paso peligroso. Y, a la inversa, creo también que un humanismo que dé la espalda a lo tecnológico, como ha ocurrido con tanta frecuencia, estará renunciando a un poder -a un deber incluso- clave. Como dices, todo esto vale aún más para la inteligencia artificial, en la que se centra el libro.

 

En ese enfoque hay también una búsqueda de la esencia humana. ¿Por qué nos definimos como humanos en medio de una revolución tecnológica?

 

Olvidamos con frecuencia que la tecnología es un producto humano. Es una confusión comprensible: la aparición de una capacidad que antes no existía nos parece algo venido de otra parte, de fuera de lo humano. Pero la tecnología y lo humano son inseparables. Nuestra evolución espiritual se apoya en desarrollos tecnológicos. Una revolución tan profunda como la que trae ahora la inteligencia artificial es tecnológica, sin duda, pero también filosófica, ética, estética. Por eso los humanistas no pueden darle la espalda ni sentirse excluidos. Son protagonistas centrales en un momento apasionante de nuestra historia, o deberían serlo.

 

En ese proceso hablas de la belleza y del arte como el código que la inteligencia artificial necesita para entender quiénes somos. ¿Son la clave que mejor define lo humano?

 

Sin duda. Dedico un ensayo entero del libro a esa idea, que es menos romántica y abstracta de lo que parece. La belleza es un lenguaje que permite expresar cosas vivas, contradictorias, cambiantes… incluida nuestra identidad como seres humanos. Y poder expresar qué somos, con la infinita complejidad que eso implica, se volverá absolutamente crucial a medida que la tecnología avance. El único lenguaje formal capaz de hacerlo es el arte. A eso me refiero con lo que denomino en el libro "educación estética de la inteligencia artificial". 

 

¿Se están alejando los últimos desarrollos de ese enfoque humanizador?

 

Desde hace tiempo, hay un cisma cada vez más pronunciado entre la tecnología y las humanidades. Se ha creado una suerte de recelo entre ambas partes. Esa separación resulta no solo artificial e injustificada, sino también empobrecedora y nociva. En el libro cito una frase del gran filósofo de la técnica Gilbert Simondon, según el cual lo peligroso no es la tecnología en sí, sino la ceguera de la cultura ante la tecnología. Sin una visión humanística, un desarrollo tan poderoso como la inteligencia artificial plantea una realidad amputada e incompleta que nos genera cierta ansiedad, cuando no miedo.

 

¿Qué se está haciendo mal y qué propones para revertirlo?

 

Recientemente coincidí en un congreso con la profesora estadounidense Meredith Broussard, una referente internacional en el estudio de los desafíos éticos que rodean a la inteligencia artificial. Después de exponer largamente casos de sesgos, problemas de privacidad, perpetuación de desigualdades y errores de esta tecnología, quiso dar un giro positivo a la charla y se preguntó: "¿Qué podemos hacer frente a todo esto?". Su primera respuesta fue: "Un cambio narrativo". Es decir, contar mejor la inteligencia artificial, porque eso equivale a entenderla de verdad y, en consecuencia, a alinear con nuestros intereses su uso, investigación o regulación. Me alegró que Broussard diera tanta importancia a este tema, porque coincide exactamente con la idea central de mi libro, que se plantea ya desde el subtítulo:  El relato. Por ello es necesario un "diseño narrativo" de la inteligencia artificial, de crear un relato mejor que inserte a esta tecnología en nuestra cultura.

 

¿Cómo debe ser ese relato de la inteligencia artificial?

 

Un primer paso es dejar de antropomorfizarla. También de imaginarla como un ente vivo que no entendemos ni controlamos. Debemos dejar de atribuirle poderes absolutos -salvadores o exterminadores- que no tiene. Debemos preguntarnos qué palabras queremos usar para hablar de ella, empezando por la propia etiqueta "inteligencia artificial". Y sobre todo: debemos enfocar nuestro relato en los seres humanos involucrados en cada aspecto de esta tecnología: desde los responsables (subrayo esta palabra) en diseñarla, pasando por los muchos implicados en implementarla hasta los afectados por su impacto (positivo o negativo), los usuarios finales, los reguladores, etc. La inteligencia artificial no es un marciano aparecido de la nada, aunque su historia sea en gran parte un intento por simular eso mismo. Es una realidad sociotécnica. Una herramienta. La IA no nos hará nada. Seremos nosotros los que decidamos qué nos hacemos a nosotros mismos con ella.