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La belleza ¿hiere o sana?

Francesc Torralba, doctor en teología y en filosofía, Cátedra Ethos de la Universidad Ramón Llull de Barcelona, nos presenta una nueva sección en Humanizar, “Ética Global”, con la que esperamos que nuestros lectores encuentren respuestas a algunas de sus preguntas ¡Bienvenido!

Francesc Torralba, Cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull

1. Saludo

Saludo, antes de empezar, a los lectores de Humanizar y agradezco a su director la ocasión que me brinda de compartir con todos ustedes algunas reflexiones de un modo periódico. No es fácil retomar la antorcha del moralista, Marciano Vidal, profesor al que respeto, leo y aprecio profundamente.

Ética global es una denominación que se está imponiendo en muchos niveles culturales y académicos. Se refiere a la necesidad de construir un discurso ético para un mundo global, interconectado, enfrentado a múltiples retos que trascienden el marco provinciano.

La aldea global requiere respuestas globales. Los problemas particulares no se pueden deslindar de los problemas mundiales y la reflexión sobre lo particular se ve afectada, de un modo directo o indirecto, por los movimientos globales. Nunca como ahora nos hemos dado cuenta que lo micro y lo macro están profundamente enlazados. Los filósofos anglosajones y americanos la denominan global ethics y se refieren a un discurso que trasciende lo biológico, lo económico y lo social y atañe, también, a lo ecológico, a lo político y a lo religioso.

El teólogo católico Hans Küng ha participado activamente en la articulación de esta hipotética ética global (Weltethik la denomina él) y otros pensadores de otras disciplinas vindican una ética para todos capaz de garantizar unas mínimas condiciones de vida mínimamente humanas para todo ser humano, indistintamente de su origen, raza y condición y de ofrecer un marco de sentido y de realización de sus máximas aspiraciones. En este debate emergente, la propuesta cristiana no puede quedar al margen de otras legítimas propuestas. Debe poder expresar en el concierto mundial su voz y su voluntad de catolicidad en el sentido más etimológico de la palabra.

2. La belleza, más allá de los tópicos.

La cuestión de la belleza ocupa el contenido de este monográfico. Me pregunto qué efectos tiene la belleza en el estado emocional y mental del ser humano.

¿Por qué anhelamos la belleza? ¿Qué tipo de beneficio deriva de tal experiencia? ¿Sana alguna de las enfermedades del alma? ¿Por qué nos embelesa la belleza de la música, de la poesía, de la pintura? ¿Qué nos pasa cuando contemplamos, absortos, un paisaje marino, un paisaje alpino, el anochecer en la pradera o el despertar de un nuevo día? ¿Adónde nos transporta? ¿A qué extraño lugar nos conduce?

Todo ser humano en plenitud de facultades o en situación de vulnerabilidad física, psíquica, social o espiritual, anhela, de un modo consciente o inconsciente, la belleza. Cuando una persona sufre una enfermedad grave que le ata a una cama durante meses, la belleza de la poesía, de la pintura, de la música, de la palabra humana, del paisaje o, simplemente, de una postal, tiene, verdaderamente, efectos beneficiosos para su salud global.

La necesidad de belleza, tal y como subraya la audaz filósofa francesa Simone Weil, es una de las necesidades espirituales de todo ser humano, pues, más allá de su opción religiosa, de su pertenencia cultural y social, es una tensión que experimenta dentro de suser y que trata de colmar a través de sus propios recursos. El amor a la belleza, la filocalia, como la denominaban los griegos, así como el deseo de bien, de unidad y de sabiduría, no es una extraña pasión filosófica, una obsesión que atañe a una pequeña minoría de seres humanos idos de la realidad, sino un anhelo común, que persiste, a pesar de todo, como un anhelo fundamental. Es un deseo esencial que trasciende modas, épocas, contenidos y formatos y perfora la urdimbre de deseos que esta sociedad hiperestimulada despierta en la sensibilidad del ciudadano.

Pero ¿es curativa de la belleza? Y, en caso de serlo, ¿de qué tipo de males nos cura? ¿Sana el alma? ¿Sana el cuerpo? ¿O todo lo contrario? ¿Hiere la belleza? Y, en el caso de herir, ¿qué tipo de tejidos y estructuras hiere?

Naturalmente, no pretendemos, ni mucho menos, dar respuesta a este grandilocuente rosario de preguntas, pues ello trasciende, con mucho, los límites de que disponemos en este espacio. Pretendemos, eso sí, abordar la cuestión de la belleza para mostrar, al modo de Platón y, después, de Ludwig Wittgenstein, cómo la verdadera belleza y la verdadera bondad son lo mismo, se confunden, o, como reza una proposición del Tractatus, ética y estética son uno. En efecto, una persona bella es una persona buena y, al revés, una persona buena es una persona bella, porque lo que hace bello a un ser humano no es su cutis, ni su altura, ni su peso, ni su indumentaria, sino su modo de ser, de obrar, de hablar, de actuar, de callar.

A lo largo de este breve artículo, trataré de mostrar, no de demostrar, que la belleza cura, pero, paradójicamente, también hiere. Eleva el espíritu, activa la inteligencia trascendente de la persona e, incluso, suscita, en ella, la pregunta por el sentido último de la existencia. La vía de la belleza es una vía para el encuentro con el Deus interior del que habla san Agustín, un camino para conectar con el fondo de uno mismo. Sin embargo, la experiencia de la belleza, como de la bondad sublime, también hiere, porque nos recuerda eso que fuimos y ya no somos, o, para expresarlo en clave escatológica, eso que estamos llamados a ser, pero todavía no somos. Hiere porque recuerda el paraíso que nos fue dado y que no hemos sabido conservar. Hiere porque apunta hacia un mundo nuevo, hacia una humanidad nueva y, al compararnos con ella, experimentamos lejanía y, en último término, la culpa.

3. ¿Qué es la belleza?

Durante el Medievo, la belleza se consideró un trascendental, un atributo de todo ente, por el mero hecho de serlo. La belleza, el bien, la unidad y la verdad eran considerados rasgos de toda entidad y se partía de la idea de que estos conceptos se intercambiaban mutuamente. Lo bello es bueno y, además, es verdadero y uno. Los grandes tratadistas medievales consideraban el mundo como creatio Dei y vislumbraban en él la presencia del Creator en cada entidad, pues cada una, a su modo, refleja la belleza, el bien, la verdad y la unidad de Dios.

En la modernidad, el concepto de belleza fue teorizado a mediados del siglo XVIII. Baumgarten fue el autor de un tratado de estética y después de él Edmund Burke e Immanuel Kant especularon sobre lo bello y lo sublime. A partir del período romántico, las indagaciones sobre el gusto estético y lo bello fueron muy presentes, especialmente en el ámbito germánico. Durante la época contemporánea, con el advenimiento de las vanguardias estéticas y las contraculturas, el concepto de belleza experimenta profundas mutaciones y deja de considerarse un atributo del ser, para concebirse como una experiencia subjetiva y, por lo tanto, relativa.

4. La vía de la belleza

En este marco, resultan interesantes las reflexioiones de Benedicto XVI a propósito de la belleza y del arte. El sábado 21 de noviembre de 2009 recibió a los artistas en la Capilla Sixtina y desarrolló una alocución donde recoge elementos teorizados por Él mismo en su condición de teólogo y también de su predecesor, Juan Pablo II.

Para Joseph Ratzinger, la belleza no es un trascendental estéril o pasivo a lo largo de la historia de la salvación. En su exhortación da un paso más, al considerar que es necesario que la belleza y el arte sean un reflejo de lo divino en el mundo humano. Siguiendo a Pablo VI, afirma que la belleza, como la verdad, alegra el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, une a las generaciones y suscita la admiración. En este sentido, la belleza es fuente de sanación, pues genera bienes tanto a nivel mental como emocional, social y espiritual.

Subraya que la experiencia de la belleza, lejos de ser un riesgo, es una experiencia que no nos aleja de la realidad, sino que conduce a una confrontación abierta con la vida diaria para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, para hacerla más luminosa. En otras palabras, la creación artística es fuente de esperanza. En un mundo sustancialmente feo como consecuencia de la avaricia y de la pulsión destructiva del ser humano, la belleza creada por el artista es un signo de esperanza.

La belleza, subraya Benedicto XVI, impresiona, suscita admiración y, de este modo, recuerda al ser humano su destino, poniéndolo en camino, llenándolo de esperanza y dándole la audacia para vivir, a fondo, el don de la existencia que ha recibido. En este sentido, hiere, porque despierta, abre el corazón, le conecta con el Dios interior, le salva de la superficialidad para meterle en las profundidades y este salto, tal y como expresa Søren Kierkegaard, es una fuente de sufrimientos.

Citando a Dostoievski, Benedicto XVI muestra cómo, a pesar de todo, la belleza salva, cómo puede ser una vía hacia lo trascendente, un camino para penetrar en el fondo sin fondo de la estructura de la realidad. Siguiendo las especulaciones teológicas del teólogo suizo, Hans Urs von Balthasar, considera que la belleza conduce a reconocer el Todo en el fragmento, lo Infinito en lo finito, Dios en la historia de la humanidad.