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"El yugo de las ideologías". Una propuesta feminista integradora

Marta es militante de un partido de derechas y no es querida en la asociación del barrio, donde todos son de izquierdas. A Elena no le

 

admiten dar un curso de formación de líderes en su Parroquia por ser feminista. En el hospital, el Comité de Bioética no cuenta con

 

Lucía, médico y master en bioética, porque al ser creyente católica, consideran que puede introducir elementos tendenciosos en sus

 

discursos. ¿Es este el reflejo del modo democrático de convivencia en el que decimos convivir?

Por Rosa Mª Belda

Estos ejemplos, y otros muchos, no son infrecuentes. A menudo los ataques no son frontales, nadie dice nada abiertamente, los motivos

 

de no admitir al “diferente” están ocultos bajo formas correctas y sonrisas de “buen rollo”. Por otra parte, el miedo a ser excluídos

 

de los que no son mayoría, lleva a la discreción, a no pronunciarse, incluso a mantenerse en la ambigüedad.

¿Todo esto es posible en un Estado democrático? Sí, lo es. Imaginemos cómo serán aquellos estados dictatoriales, donde la democracia no

 

existe ni en los papeles. Si en el tema de las ideas políticas o religiosas existe discriminación según el ambiente en el que nos

 

encontremos, no digamos si nos declaramos feministas, o si hacemos una declaración en favor del género.

En estos tiempos, y en esta cultura, lo “políticamente correcto” esconde demasiada hipocresía. Tras las formas aparentemente

 

igualitarias y participativas, se esconde el yugo de las ideologías y contraideologías. Y, ¡que se imponga el que tenga más poder!,

 

aunque no sea justo, ni racional. Se trata de que ganen los míos, de que se establezca mi criterio, de ser más astuto que el

 

adversario, y mover los hilos de los acontecimientos sin que nos demos cuenta ni tú ni yo.

IDEOLOGÍAS, ¿SÍ O NO?

Si las ideologías son un conjunto de ideas sobre la realidad, que se quieren llevar a la práctica para cambiar una determinada

 

situación económica, social, cultural o religiosa, no deberían ser, en principio, algo negativo. El problema, posiblemente, es que

 

hemos “ideologizado las ideologías”, o lo que es lo mismo, hemos radicalizado las posturas, y en nombre de tal o cual idea, las

 

acciones se han vuelto perversas, e incluso asesinas.

Los juegos de poder y el fanatismo son los peligros de las ideologías. Sin llegar a tanto, hemos de señalar que no es posible, ni

 

quizá humano, ser aséptico, no tener tendencias. Todos esgrimimos ideas y las defendemos porque creemos que son capaces de generar

 

bien. El problema surge cuando juzgamos y excluímos a quién no piensa como nosotros, sin buscar la objetividad, sin mantenernos

 

abiertos al diálogo, sin buscar un punto de confluencia, una verdad mayor.

La ideología de género, así llamada a partir de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, en 1995, en Beijing, parte de una propuesta

 

de esta asamblea, en la que se decide el cambio de la categoría “mujer” por el concepto de “género” dando lugar al necesario

 

replanteamiento de toda la estructura de la sociedad a la luz de los estudios de género. Constituyó un punto de partida para facilitar

 

la igualdad en derechos y oportunidades de las mujeres.

Soy testigo, con dolor, de cómo se puede catalogar una propuesta de igualdad, de manera despectiva como “ideología de género” y cómo se

 

puede atribuir a la misma, el origen de los males “teóricos” de la sociedad actual: destrucción de la familia, aborto, ambigüedad

 

sexual, etc, etc. Es un discurso sumamente extendido en una parte de la sociedad católica, que además tiene cátedra en los espacios

 

universitarios.

Vivo también con tristeza cómo buena parte de los movimientos feministas han hecho bandera de la defensa del aborto utilizando como

 

argumento la protección de la libertad de la mujer, de lo que puede hacer con su cuerpo, sin considerar siquiera que existe otra vida

 

en juego, y sin admitir que, se legisle de un modo o de otro, subyace un conflicto ético de envergadura.

Si la ideología se convierte en un arma arrojadiza, en un elemento de combate, en un ideal por el que se puede destruir o matar, si se

 

radicaliza en una dirección o en la contraria, yo no quiero ideologías. En este tiempo nuevo, tal vez podemos recuperar “los ideales” y

 

abandonar las ideologías.

SERES HUMANOS, CON IDEALES

Los seres humanos tenemos ideas por las que vivir, pensamientos “estrella” que ayudan a ser mejores personas, más coherentes, más

 

solidarios, más equitativos, más honrados. Poseemos valores, ideas referenciales a las que nos adherimos desde el fondo de nuestro ser,

 

que sirven para acercarnos a un modelo de persona, que se pueda llamar específicamente humana. Los ideales, siguen siendo necesarios.

Defendemos con vehemencia estos ideales porque no son abstractos, no son pura intelectualidad sino que se agarran a lo más íntimo, a

 

las emociones, y desde ahí nos hacen capaces de esforzarnos, tomar decisiones, e incluso dar la vida, si llega el caso. Los valores que

 

profesamos se concretan en la vida real de cada uno, por eso, para saber en qué creemos, vale más un ejemplo que mil palabras.

Desde su ser libres, el hombre y la mujer se construyen profesando unas ideas-valores, que constituyen para cada uno, su propuesta

 

ética de vida buena, de vida feliz, de vida plenamente humana. Esta propuesta se hace comunitaria a través de la ciudadanía, asentada

 

en unos fundamentos éticos mínimos necesarios para la convivencia en concordia y en favor del bien común. En esas estamos. La

 

individualidad de las ideas no es suficiente. Buscamos valores que podamos compartir, que sin la comunidad no somos nada.

Si el feminismo es constructor de la justicia y la igualdad, si da luz para que miremos con lupa la discriminación de las mujeres,

 

entonces es un ideal necesario, una propuesta de “valor”, una clave ética para entender la historia de la humanidad y procurar un mundo

 

mejor. Si el feminismo hace mirar más allá de nuestras fronteras, descubrir la situación de muchas mujeres que aún cuentan tan poco,

 

son tan poco respetadas, son utilizadas o maltratadas, sin ley que lo remedie, hagamos del feminismo un ideal, sin transformarlo en lo

 

que no es.

LA IDEOLOGÍA FEMINISTA VERSUS LA PROPUESTA FEMINISTA

A veces, las palabras pueden ser un nido de enfrentamiento, “un polvorín”. No deja de ser terriblemente asombroso que las palabras

 

enardezcan a las multitudes, que provoquen emociones desatadas, que inciten al odio, que se conviertan en apisonadoras para demoler al

 

otro.

Las palabras pueden manipular las conciencias, lavar los cerebros, amedrentar a las personas o incitar a la violencia. Las palabras

 

pueden ser recipientes que guarden el más cruel de los venenos, la más torturadora ofensa. Por eso, la palabra no es inocente, como

 

tampoco lo es un dibujo ni un discurso, ni un gesto testimonial. La apariencia inofensiva no les quita poder.

Si hemos de dejar de hablar de ideología de género, porque en este término se han confundido las cosas, estemos dispuestas a hacerlo.

 

Tal vez vivimos en una nueva era, más allá de las ideologías, más cercana a las propuestas constructivas e integradoras. Si no es punto

 

de comunión sino de enfrentamiento, podemos ceder. Lo que nunca podremos hacer es renunciar a los ideales de la propuesta feminista,

 

entendida esta desde el valor de la justicia, desde el principio de la equidad.