Revista Humanizar

Suscríbete y recibe cada dos meses los ejemplares de la revista de referencia en el mundo de la humanización de la salud.

Suscríbete y colabora con nuestra misión

"Muerte por suicidio: duelo prohibido"

Pablo tiene 20 años. Cuando tenía 8 años su padre murió por suicidio. Durante muchos años él creyó que su padre había muerto cuando estaba limpiando las ventanas de su casa en un décimo piso. Hace unos días y de forma casual se ha enterado de que su padre realmente se suicidó. Se quedó en shock y ahora solamente desea saber toda la verdad.

La muerte por suicidio es una muerte difícil de elaborar por varios motivos: es una muerte repentina, traumática, antinatural y socialmente inaceptable. Ante la noticia de que alguien se ha suicidado casi siempre surgen algunas de estas preguntas: ¿qué habrá pasado en esa familia? ¿estaría loco? ¿por qué la familia no lo ha evitado? Y un largo etcétera. Y casi siempre la respuesta es no hablar, no comunicar, ocultar los hechos o en ocasiones inventarse alguna historia: ha muerto de un infarto, tenía cáncer, o como el padre de Pablo se cayó por la ventana.

 

Mecanismos defensivos sociales

Ante la cruda realidad del suicidio, a título individual y colectivo, la sociedad se defiende de forma insana, por alguno de los siguientes “mecanismos defensivos”, que a la larga más que solucionar dificultan la elaboración del duelo por suicidio: negándolo, reduciéndolo a una sola causa y descalificándolo.

Negación

Es el mecanismo de defensa más arcaico del yo. Es el primero que aprende el niño: “yo no he sido” afirma rotundamente cuando la madre le regaña por haber roto un juguete… en su presencia. Es también el mecanismo que el ser humano utiliza ante un acontecimiento trágico: una muerte, un diagnóstico mortal, etc. Se responde: “no puede ser”, “mi hijo no”. Es una actitud evasiva ante un problema. El mensaje profundo es: “si yo hago como si esto no fuera… entonces no será”.

En nuestro caso, a nivel familiar se manifiesta cuando se oculta la muerte por suicidio del padre, madre, hermano o cualquier otro familiar, o incluso se construye un “relato” falseando la realidad.

Y a nivel social la negación se pone de manifiesto cuando no se publican las noticias sobre suicidios o se hace de forma inadecuada.

Reduccionismo

Es frecuente que al dar una noticia sobre un suicidio se ponga el énfasis en una sola causa, transmitiendo el mensaje que la persona se ha suicidado porque “le han suspendido en seis asignaturas”, o “porque le ha dejado la pareja” o “por un desahucio” o más en general, por la crisis económica. Pero la cruda realidad es que la conducta suicida es multicausal.

En otras ocasiones el suicidio se identifica totalmente con la locura. La creencia colectiva es que el suicidio es consecuencia de una enfermedad mental. Y aunque es cierto que un gran porcentaje de suicidios se estima que se cometen por personas que padecen una enfermedad mental habría que definir qué entendemos por enfermedad mental, y, sobre todo, no simplificar esa conducta sino tener una visión integral e integradora. En definitiva, la conducta suicida es un problema de Salud Pública, no solamente de Salud Mental.

 Es cierto, que con frecuencia hay una causa desencadenante (no causal) que es como la gota que colma el vaso de la existencia, pero la realidad es que el vaso rebosa porque antes estaba lleno. Es decir, el sujeto no disponía de los mecanismos psicológicos y sociales para neutralizar la idea suicida.

Descalificando

Cuando afirmamos que esta persona habla del suicidio para llamar la atención, es una forma de eludir cualquier responsabilidad ante ese posible acto de muerte. Se pone el énfasis en el deseo de protagonismo para concluir que la “persona que piensa en el suicidio” lo que desea es ser el centro de atención. Aunque en algunos casos podemos admitir que esa conclusión puede ser verdadera, pero lo que es ineludible es que esa conducta suicida refleja los pocos recursos de la persona para comunicarse con los demás y para resolver sus conflictos. La triste realidad es que solamente a través de la posibilidad de muerte se puede sentir escuchado.

Podríamos decir que incluso en esas circunstancias (intentar conseguir algo a través de la amenaza del suicidio) más que manipular, lo que subyace en la profundidad del mensaje es una petición de ayuda. Sería, pues, como decir: “me siento tan mal en esta circunstancia que la única salida posible es la muerte”.

 

Hablar, hablar, hablar

¿Qué podemos hacer en esas circunstancias? Todos los estudiosos del suicidio están de acuerdo en afirmar que la forma de neutralizar la idea de muerte, o en caso que se produzca el fallecimiento asumirlo, es facilitar el poner palabras a los pensamientos de muerte o poder comunicar la realidad del suicidio del familiar. Hablar, hablar, hablar. Y de esta manera no induciremos al suicidio, lo mismo que ocurre que por hablar de la violencia de género no por esto se incrementa.

A nivel social, son importantes las campañas de visibilización de la conducta suicida y de esta forma superar los mitos y los mecanismos defensivos sociales que existen en nuestra sociedad occidental. Para ello, es preciso la instauración de una Ley nacional de prevención del suicidio que aúne esfuerzos y posibilite que se puede hablar del suicidio sin miedo y sin temor.

Muchos Pablos (como el joven de nuestra historia) podrán conocer la verdad sobre la muerte de su ser querido y trabajar para elaborar de forma sana su pérdida. Así, la muerte por suicidio dejaría de ser un duelo prohibido.