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Doce consejos para convivir con un adolescente

Hoy, al reflexionar sobre la adolescencia se me antoja pensar que el “joven adulto” se encuentra entre Peter-Pan (el niño que no quería crecer) y Superman (reflejo del poder, la fuerza, la omnipotencia); entre la infancia que siente deseo de superar, pero también nostalgia, y su convicción de ser más que nadie, incluso que los padres. El adolescente, pues, está en esta encrucijada: dejar de ser niño para convertirse en adulto. He aquí algunos consejos que pueden ayudar a los padres en esta ardua tarea.



Por Alejandro Rocamora, médico psiquiatra

1.- Reglas claras y concisas: Gráficamente podemos afirmar que la adolescencia es como un caudaloso río, que es preciso encauzar para que no se desborde. Toda la energía y potencialidad de esta etapa de la vida precisa de unos límites claros y precisos. Si algo le repugna es la mentira, la confusión, la oscuridad. Por esto, es preciso definir y expresar con nitidez las reglas de convivencia familiar, pero sin pretender la ley del embudo: al adulto todo le es permitido; al adolescente todo le es prohibido.
    
2.-Comunicación sin culpabilizar: Posibilitar la comunicación fluida entre padre e hijos, no imponiéndola por la fuerza sino con el ejemplo. No podemos desear que nuestro hijo adolescente nos diga dónde ha estado una tarde del domingo, cuando nunca le comunicamos en qué consiste nuestro trabajo  o cómo se encuentra la situación económica familiar. La comunicación no se impone, se mama desde pequeño o no se incorpora al código personal.

Por otra parte, debemos aprender a comunicarnos sin sancionar o  culpabilizar. Podemos evaluar una acción, pero nunca a la persona. Por ejemplo: ante el abandono de las normas más elementales de orden en el dormitorio podemos  decir: "Emilio, tu cuarto está desordenado.

No has hecho la cama desde ayer. Es necesario que reflexionemos y veamos que es lo que anda mal". No hemos descalificado (no hemos dicho que "eres un cerdo o un abandonado"). Solamente hemos detectado un hecho y hemos pedido la colaboración para solucionarlo. Este lenguaje, ni policial ni descalificador, generalmente es aceptado bien por el adolescente.

3.- Ambiente familiar acogedor: es necesario propiciar un clima familiar donde se pueda expresar tanto los sentimientos  positivos como los negativos. El adolescente necesita comprobar que su agresividad no destruye a sus seres queridos ni tampoco a él mismo.

Por esto podemos permitir que exprese su ira, su rencor o su envidia o celos, para posibilitar una buena elaboración. Lo “malo” no es tener sentimientos negativos, sino el llevarlos a la práctica, a través de la agresión física o verbal. Pero también debemos favorecer la exteriorización de sentimientos positivos: el afecto, la valoración del esfuerzo realizado, etc. De esta manera favoreceremos la configuración de una personalidad equilibrada.

4.-Valoración: eso sí, el adolescente debe sentirse valorado y querido no solamente por lo que hace (obtener buenas notas, ser obediente, etc.) sino por lo que es: hijo, persona. Los padres no podemos poner en una balanza nuestro amor hacia los hijos para que se equilibre con los logros conseguidos (ser un buen estudiante o deportista) sino que se debe “sentir querido” aunque tenga malas notas y no cumpla las expectativas que teníamos sobre él.

5. - Identificar las señales de alarma: en la convivencia con el adolescente debemos mostrar una actitud respetuosa con su intimidad (no “machacar con preguntas invasivas: ¿con quién has estado? ¿Qué has hecho esta tarde?, etc.)  pero al mismo tiempo debemos conocer quienes son sus amigos y cuales son  sus aspiraciones. ¡Difícil equilibrio!

Es necesario, pues una “vigilancia respetuosa”. Por esto, debemos estar atentos a  “señales” que pueden ser indicio de algún problema. Así: el aumento o disminución de peso significativo en poco tiempo, absentismo escolar sin justificación, bajo rendimiento escolar de forma repentina, indicios o sospechas que consume alcohol u otras drogas, algún problema con la ley, alteraciones del sueño, entre otras, si se mantienen al menos durante un  mes se debería pedir la ayuda de un profesional de la psicología.

6.- Aceptar las limitaciones del adolescente: si es cierto que todas las comparaciones son odiosas, mucho más cuando lo referimos a lo que hace un adolescente. Debemos aceptar a cada hijo con sus posibilidades y límites, tanto en el aspecto psicológicos, como rendimiento escolar o en el mismo deporte. Puede ser inteligente o no, con posibilidades para el deporte o no, pero siempre tendrá aspectos positivos que habría que potenciar: su solidaridad, su sentido de la justicia, su sentido del humor y un largo etcétera.

Los padres aceptan las posibilidades y limitaciones de su hijo cuando no lo comparan ni con el vecino, ni con el primo, ni con otro hermano, ni siquiera se ponen ellos mismo como modelos. Comentarios como: "mira qué buenas notas ha sacado tu hermano...", o "yo a tu edad estudiaba y trabajaba", están completamente abolidos. No importa lo que logren los demás. Lo significativo es que cada uno desarrolle al máximo todas sus potencialidades. Ese es el verdadero éxito. Y en ello pone su empeño "una familia sana”: a cada uno se le exige y se le gratifica según su propio esfuerzo, no por los premios conseguidos.

7.- Saber negociar: una forma frecuente del adolescente de autoafirmación es la rebeldía. Esto lo podemos ilustrar con la historia de Antonio: tiene 15 años. Sus padres le han forzado a consultar al psiquiatra, porque sistemáticamente transgrede el horario de volver a casa. Siempre llega tarde. Tras hablar con los padres nos entrevistamos con Antonio a solas. Nos dice: "Mire usted,  esos veinte minutos que llego tarde a casa, son los más aburridos del día.

Cuando todos mis amigos se marchan, yo doy unas cuantas vueltas al bloque de mi casa... hasta que se pasan esos minutos. Después ya puedo subir a cenar". Es una de las formas de autoafirmación del adolescente: se opone porque sí, aunque no consiga ningún bene¬ficio a cambio. ¡Existen muchos Antonios entre los jóvenes!

    Por esto,  a la hora de plantear horarios de salida y de llegada, o la cuantía de la paga semanal, siempre hay que buscar un término medio. No negar todo, pero tampoco conceder todo.

Negociar, es posiblemente el verbo que más tenemos que conjugar para conseguir una convivencia satisfactoria con el adolescente. No consiste, es evidente de dar todo lo que pidan (horarios, paga semanal, tiempo del ordenador) sino más bien ceder en algunos aspectos para  ganar en otros.

8.- Castigar con cordura: es una de las “recetas magistrales” para la convivencia con un adolescente. Como primer ingrediente podemos señalar éste: no le amenaces con un castigo que no vayas a cumplir (“todo el año sin salir los domingos”, “te suspendo la paga semanal durante tres meses”, por ejemplo); segundo ingrediente: si castigas no puedes después echarte atrás (en este sentido existen padres que se les va la fuerza por la boca y solamente castigan buscando demostrar su poder. ¡Craso error!);  tercer ingrediente: el castigo debe ser proporcionar a la falta cometida.

Si a algo es sensible el adolescente es a la  injusticia. Sé justo en el castigo y el propio adolescente reconocerá su error; y el cuarto ingrediente: que el castigo no sea producto de tu ira, rencor, frustración, sino que el adolescente reconozca que ha cometido una falta y tiene que repararla.

9.- Razonar las normas: el adolescente puede tener comportamientos díscolos y se puede dejar llevar por sus impulsos y su tendencia al desorden, al caos, pero puede entender que los padres prefieran el orden. No responden nunca: “porque sí” o “porque soy tu padre  o tu madre”, o “mientras estés en esta casa harás lo que yo te diga”. 

Todas estas contestaciones lo que hacen son favorecer la rebeldía del adolescente. Más bien, habrá que procurar decir, sin voces y sin descalificaciones, que nos agrada que tenga el cuarto arreglado o cuando se va a retrasar nos gustaría que nos llamara por teléfono, por poner solamente algunos ejemplos.

10.- Admitir los errores: el adolescente se encuentra en la encrucijada de paso de niño a adulto. Es preciso que sepa reconocer que sus padres no son omnipotentes sino que son humanos y se pueden equivocar pero esto no significa que sean menos sabios o menos poderosos. Por otra parte, debemos ir  asumiendo que el adolescente puede tener una opinión incluso más válida que la nuestra.

Debemos favorecer su autoestima con frases como éstas: “Javier, pienso que en ese tema tenías tu razón, yo estaba equivocado” o “Cristina, eso que dices es verdad no lo había pensado así”.

11.- Somos padres, no amigos: oímos por doquier que debemos ser amigos de nuestros hijos pues de esta manera tendrán más confianza con nosotros y como una forma de allanar las diferencias. ¡Grave error! La confianza no se consigue porque nos comportemos como el otro (inmaduro, inseguro, desorientado) sino porque el hijo compruebe  que estamos atentos a sus problemas, que somos comprensivos y que tenemos capacidad para orientarles en sus conflictos.

Y esto lo podremos hacer no desde la igualdad sino desde nuestra capacidad como padres para favorecer “el buen rollo” aunque estemos en planos diferentes: los padres son los máximos responsables de la familia y ellos son los que tienen que dictar las normas y enseñar los valores; los hijos deben obedecer y admitir las reglas, aunque siempre en un clima de compresión.

12.-Educar para superar la frustración: es una “receta básica” para el buen funcionamiento de la familia. Así como existe una vacuna contra la meningitis y otras enfermedades, deberíamos aprender a vacunar a nuestros hijos contra la frustración. ¿Cómo? No protegiéndoles de tal manera que parezca que viven en el paraíso terrenal: nada se les niega (todos los caprichos están a su alcance), todo se les permite.

A este respecto decía un autor: el niño que nunca oye la palabra NO en boca de sus padres, será un niño infeliz”. No aprenderá a poner límites a sus deseos y necesidades. Y esto es así porque el NO de sus padres puede frustrar pero también organizar al trazar las coordenadas por donde se puede mover el niño o el adolescente. Esto sí, deben ser unos límites razonables no autoritarios.

Todo esto se consigue en un medio familiar tolerante y flexible donde todo se puede pensar y decir (aunque no realizar), y donde el adolescente se sienta querido y valorado y todas las reglas sean claras y asequibles.