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Covid19, el virus que pone a prueba nuestros vínculos personales

El entramado de relaciones de una persona ha sido descrito algunas veces con una metáfora: es como una telaraña sujeta entre las ramas de un árbol, que al romperse uno de los hilos la estructura se mantendrá con los demás hilos y la araña podrá construir otros para repararla. Pero si una crisis, como en este caso puede ser un viento fuerte, rompe más de un hilo de los que sujetan la telaraña, ésta corre el riesgo de no volver a quedar nunca igual.

La idea, muy utilizada por profesionales del trabajo social, bien se puede aplicar a lo que en marzo de 2020 viven millones de españoles que debido a la crisis por la pandemia de Coronavirus (Covid19) han tenido que confinarse en sus hogares y alterar con ello todas sus actividades, rutinas, planes y expectativas inmediatas, pero además adecuar la convivencia con la familia, las personas con las que se comparte vivienda, compartir ese tiempo con teletrabajo, cuidado de niños, familiares y en algunos casos hasta vecinos. De hecho, las pregunta iniciales en una inmensa mayoría de casos eran: “¿cómo podremos aguantar tanto tiempo sin salir de casa?, ¿de verdad seremos capaces de hacerlo?”, que en pocos días ha pasado a poner a prueba la capacidad de las personas para sobrellevar la situación.

Información, desinformación y conciliación
En medio de todo ello, así como de la cascada de noticias que reflejan la gravedad de la pandemia, con cifras cada vez mayores de contagiados, muertos y una difícil gestión sanitaria del problema, preguntamos a algunos ciudadanos qué se pone a prueba en las relaciones inmediatas, partiendo de su propio sentir hasta los vínculos más afectivos y los que conforman la vida familiar, social y laboral. La atención y las prioridades durante el encierro pasan por altibajos, mucha espontaneidad y también improvisación, pero siempre intentando fijar perspectiva de cara a una salida de la crisis.

La experiencia es que cada día es diferente y no todo es bueno ni malo en una misma jornada, explica Carmen, de La Coruña, que pasó estrés en el inicio del confinamiento y, en medio de ello, se rompió el meñique de un pie por querer cumplir con su teletrabajo como funcionaria municipal sin descuidar el cuidado de dos hijas pequeñas de 1 y 4 años de edad y sus deberes caseros. Crear un equilibrio entre todo ello hace que “teletrabajar sea por momentos utópico”. Dejar la costumbre de ella y su pareja de pasar el tiempo libre con las niñas rodeadas de naturaleza generó temor, pero “el día a día me está demostrando que tiene varias cosas positivas: ahora se está mucho más tiempo con ellas; ahora es una oportunidad pasar el día entero con ellas” y eso hace que haya menos espacio para la tensión con su pareja.

Para una persona que ha decidido pasar sola el confinamiento, este ejercicio emocional tiene momentos buenos y malos, y se combina con una natural inclinación al contacto con los seres más allá de  las paredes de su casa, como le ocurre a Adela, que si bien trata de no perder el contacto con su familia que vive en otro país, su situación laboral que se mermó en medio de la crisis del Coronavirus es lo que le genera incertidumbre: “se nos alerta que viene un tiempo negro, sin trabajo, con recesión económica, eso no deja de causar desasosiego”. En forma paralela destaca que esta situación ha vuelto a generar contactos por videollamadas con gente con la que hacía mucho tiempo no lo hablaba: “son momentos que nos vuelven a la humanidad de necesitarnos, en el abrazo y en el beso, por lo que deseo que esta experiencia nos integre más como seres humanos, nos haga cuidar el planeta, nos haga más espirituales”.

José María, quien junto con su hermana cuida a su madre dependiente de casi 90 años de edad, lo más doloroso de la situación “es no poder acercarse a ella, a darle abrazos y besos, que son sentimientos que siempre agradece, pero ahora por motivos de seguridad se le da de comer a un metro de distancia”. La crisis “ejerce de aglutinador o efecto suavizante” en su entorno familiar, tanto por la necesidad de llevar una sana convivencia como por un mayor contacto telefónico con familiares y amigos. “Veremos cuando todo esto pase si la gente cambia o sigue igual que antes, todos los que salen a aplaudir a balcones y ventanas, a cantar “Resistiré”. Lo que quizá sí cambie a favor es el valor que se le da en estos momentos a los funcionarios y servidores públicos, que han sido infravalorados por el neoliberalismo en el mundo, en España y especialmente en Madrid”.

En el caso de Raúl, que comparte su vida son su mujer y cuyos hijos ya formaron sus propias familias, hay una constante necesidad de comunicarse con sus hijos, saber cómo están, darse ánimos, así como de no perder el contacto con la naturaleza. “En lo que va de este largo y penoso encierro he visto volar aves migratorias rumbo al sur”. Como personas mayores evitan el contacto con el exterior, y además de la lectura y la escritura se centra en otra pasión más reciente: “estos días me he dedicado a la pintura, que es algo me entretiene. Llevo una gran colección de pequeñas obras (óleo en papel) que guardo con celo, porque serán testimonio del año de la pandemia (2020) que padecemos y esperamos sobrepasar”.

Añoranza de la felicidad cotidiana
En los cuatro testimonios destaca la añoranza de la vida social en el exterior de sus casas, se valora el tacto con la naturaleza, desde un baño en la playa hasta los paseos por zonas rurales, el contacto personal con los amigos y el tener la libertad de decidir en qué modo vivir ese contacto externo.

“No se trata de incumplir la disposición [del estado de alarma] de no salir a la calle, pero es verdad que acostumbrado a una vida social fuera de casa, uno sí se siente encerrado” reconoce José María, que echa de menos trabajar a través del contacto personal con los demás. En eso coincide Adela que asegura echar de menos salir a la calle, pero recuerda que este es un tiempo para descubrir las capacidades de uno mismo y por tanto trata “de ser paciente y confiar en que esta situación puede ser temporal”.

A Carmen la idea de confinarse con dos niñas pequeñas acostumbradas a salir mucho, también le asustó “pensando que les faltaría el aire libre del exterior” y porque rompe –aunque sea por un tiempo– con el anhelo de que crezcan en movimiento. “En el fondo sabemos que hay días mejores y otros peores pero los días van pasando, y esto tendrá un final”.

La principal conclusión es que todos desean que esta crisis haga mejores a las personas que la viven: refuerce los lazos, disminuya el consumismo, ayude a valorar los detalles pequeños a los seres queridos y sus gestos tan humanos como un beso y un abrazo.