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La longevidad y la espiritualidad: una alianza necesaria

Tener una vida larga ha sido siempre una aspiración de la humanidad y vivir bien constituye hoy uno de los derechos fundamentales del ser humano…

Por Leocir Pessini

El aumento de las expectativas de vida y el crecimiento de la población, sobre todo la de “mayor edad”, evidencia la necesidad de poner en marcha nuevas formas de vivir, y aún más cuando consideramos los nuevos desafíos, las incertidumbres y las crisis del mundo contemporáneo.


    Un rápido diagnóstico del momento que vivimos nos permite percibir de inmediato que está marcado por la fragilidad de los lazos de solidaridad intergeneracional.

Y esto afecta directamente al proceso de cuidar a la población de más edad, debido al surgimiento de una nueva generación de personas mayores, de vida prolongada, que coexiste en un espacio que propicia múltiples identidades, búsqueda de sentido del tiempo y del modo de gestionar ese tiempo de vida más larga, caracterizado por una multiplicidad de tareas y comportamientos para evitar el envejecimiento.

Estamos viviendo una crisis de valores en relación con la existencia humana, unas transformaciones que generan nuevas oportunidades, causadas por la tecnología y  los avances de la ciencia, que coexisten simultáneamente con un tiempo de transformaciones generadoras de inseguridad y riesgos en relación con el envejecimiento.


En las sociedades industrializadas, el anciano casi no cuenta. No se le escucha y cada vez se ve más abandonado a su incapacidad y a sus limitaciones por parte de la población, privándose esta de la rica vivencia de su historia personal, de su experiencia y de su saber humano.

Detrás de esa visión reduccionista de persona la humana, que solo vale por lo que “produce” y no por lo que es, subyace una gran cuestión, y es que el envejecimiento implica una etapa de crisis existencial basada fundamentalmente en tres dimensiones: la crisis de identidad, la crisis de autonomía y la crisis de la partida. Urge recuperar el sentido de esta “crisis”, que afecta profundamente a la “persona de edad” en una civilización del descarte que se une a una obsolescencia programada.


Explorar dimensiones más profundas relacionadas con el envejecimiento, haciendo hincapié en la promoción de una espiritualidad que permita a esta etapa de la vida la búsqueda y el descubrimiento de nuevos sentidos para vivir este momento preciso que es el presente, marcado por muchos años de vida. Cultivar la espiritualidad junto al mayor significa ayudarle a descubrir los nuevos valores de la vida, de modo que viva ese tiempo de su existencia en la serenidad y la paz, como un momento de “kairós” (momento de gracia, de encanto) en medio del “kronos” despersonalizante de nuestra sociedad.


Otro punto a destacar es encarar la realidad con optimismo y valentía, con fe y esperanza. El amor es el fundamento para el discernimiento y la profundización espiritual. Es saludable en este sentido recordar a Gabriel Marcel, filósofo francés, que dice: “Cuando yo digo que te amo, estoy diciendo que vivirás para siempre”. Todo esto tiene que ver con la agenda de la espiritualidad que rescata  sentido de vida, encanto y sueños.


Es imperioso rescatar la palabra sentimiento de los mayores que nos haga recordar que debemos vivir de una manera saludable y feliz el “domingo de la vida”, para tener así la sabiduría de existir, para celebrar  nuestros valores de fe, para el encuentro con los otros y para el cultivo de la transcendencia, en lugar de dar prioridad al pragmatismo vacío y despersonalizante de la  sociedad contemporánea.