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"Taizé, donde una Europa unida se hace realidad"

En una colina de la Borgoña francesa, a tan solo un par de horas de Suiza y poco más de tres horas de Alemania, se encuentra Taizé.

Por Cristina Ruiz. Fotografía, © Maciej Biłas (CC).

Una comunidad religiosa ecuménica que, desde su fundación en 1940, se ha convertido no solo en un centro de peregrinación, sino en un lugar donde hacer realidad el diálogo y el encuentro entre los países europeos.


En plena Segunda Guerra Mundial, un joven protestante suizo, Roger Schutz, sintió el impulso de salir de su país para buscar la forma de ayudar a aquellas personas que huían en la Francia ocupada por los nazis. En esta búsqueda llegó al pequeño pueblo de Taizé, que en aquel entonces no era más que unas cuantas casas de piedra junto a una iglesia románica.


Aquel fue el germen de la comunidad, que comenzó como lugar de acogida de refugiados judíos o perseguidos por otras razones y a los que Roger empezó a alojar con ayuda de su hermana Geneviève. Se dedicaron a esta tarea durante dos años, después de los cuales tuvieron que huir a Ginebra, puesto que iban a ser apresados por la Gestapo.


Es en 1944 cuando Roger logra regresar y comienzan a unírsele los primeros compañeros. En la Pascua de 1949, la comunidad había tomado forma y los primeros siete hermanos asumieron su compromiso de vida en común, guardando el celibato y viviendo con gran sencillez.


Han pasado casi 70 años de aquello y la comunidad de Taizé tiene hoy unas dimensiones que probablemente jamás habían imaginado Roger y aquellos primeros hermanos. En aquel pequeño pueblo de la campiña francesa viven ahora en comunidad más de cien hombres –protestantes, ortodoxos y católicos– que acogen cada semana a varios miles de jóvenes llegados de todos los rincones del mundo.


¿Cómo fue que Taizé se consolidó como el lugar de diálogo, como el laboratorio de convivencia que es hoy? ¿Cómo es posible que se haga realidad esta “parábola de la comunión”, como la definió el propio Roger? Sin buscarlo, sin promocionarlo, la gente fue acercándose a esta fuente.


En las siguientes décadas a su fundación, especialmente en los años 60, comenzaron a llegar jóvenes para pasar unos días con los hermanos. Para orar, para reflexionar, para buscar el silencio, para interrogarse acerca del sentido de sus vidas...

os convulsos años en torno a mayo del 68 fueron un momento de apogeo entre una juventud que buscaba razones y fuerzas para luchar contra las injusticias. También supuso un auge la época de la caída del Muro de Berlín, cuando a los chicos y chicas que llegaban de la Europa occidental se unieron decenas de miles de jóvenes de los países del Este, que no habían podido acudir con anterioridad pero habían oído hablar de la comunidad, incluso habían rezado en secreto con sus cantos.


Pese al descreimiento del siglo XXI, pese a una juventud que parece vivir a través de Instagram y de sus teléfonos móviles, Taizé hoy sigue llenándose de peregrinos cada semana. No hay ningún secreto para ello, por el contrario, las claves son simples: sencillez, oración y escucha desde la diversidad.


Una semana de sencillez
Cuando toda la sociedad impulsa a creer que los bienes materiales y las apariencias son las fuentes de la felicidad, la vida en la colina de Taizé invita a descubrir lo contrario.

Quienes llegan a pasar allí una semana, normalmente de domingo a domingo, son alojados en austeros barracones, tiendas de campaña o sencillos dormitorios. La comida compartida es muy básica, lo justo para no pasar hambre: un plato principal, pan, una pieza de fruta y algo de queso. “La sencillez de la comida nos recuerda que hemos elegido el camino del compartir con los que menos tienen”, afirmó Roger en La pequeña fuente de Taizé, la regla de la comunidad.


Esa sencillez provoca un cambio de ritmo y ayuda a entrar en la dinámica. El horario tiene su columna vertebral en las tres oraciones comunes. Por la mañana, a mediodía y en la noche, la Iglesia de la Reconciliación se abre para que miles de personas puedan rezar junto a los hermanos.

Un templo grande de formas sencillas, con una decoración bella pero escueta –tan solo algunas telas naranjas, ladrillos, velas y vidrieras coloridas– y con una gran moqueta sobre la que todos se sientan a orar en comunidad.


El estilo de oración es otra de las claves que distingue a Taizé y lo que ha facilitado que hasta allí se acerquen personas de orígenes espirituales muy heterogéneos. Partiendo de la liturgia monástica clásica, Roger fue tomando conciencia de que, si querían abrir la oración a la mayor diversidad de gente posible, era necesario simplificar los ritos.

Fue así como la música se convirtió en un pilar fundamental, con melodías sencillas, de letras repetitivas basadas en textos bíblicos o escritos de los padres de la Iglesia. Ese canto repetitivo, adaptable a distintos idiomas. facilita la oración en común al tiempo que hace que las palabras resuenen en el interior de cada corazón.


La música, con su capacidad de unir a los seres humanos, está en el ADN de la comunidad ecuménica de Taizé. El silencio, arropado por textos y meditaciones breves, completa la ecuación. Eso atrae a los jóvenes que descubren, por fin, cómo rezar. Muy sencillamente llegan así a encontrarse con Dios sin necesidad de tener vidas ejemplares ni de hacer grandes estudios teológicos. Tal y como son.


Libertad y diálogo
Precisamente esa forma de mirar a los jóvenes tal y como son se ha revelado como otro de los grandes secretos del éxito de Taizé. Llegan y son escuchados en sus preocupaciones personales, en sus turbulencias internas, en sus vivencias ya sean dramáticas o alegres. Sin juzgar y sin proveerles de grandes soluciones. Los hermanos los acogen y, a la vez, los invitan a practicar la acogida entre sí.


Cada mañana, después de la oración y el desayuno, una breve introducción bíblica sirve de motivación para los grupos de diálogo que se organizan por franjas de edad. Para facilitar este momento de compartir se entregan algunas preguntas sencillas y una pequeña guía que invita a hablar desde lo personal, a mantener discreción sobre aquello que se comparte, a escuchar al otro antes de opinar y a evitar debates ideológicos.


En los grupos se encuentran jóvenes de distintos orígenes, unidos por su búsqueda personal y la sed de Dios que existe en cada corazón. Se forjan amistades y complicidades. También los adultos cuentan con su propia introducción bíblica y sus grupos, así como las familias con menores de 16 años, que participan de una dinámica especial en una casa llamada Olinda, en el pueblo vecino de Ameugny.


Además de dialogar, los grupos también comparten la responsabilidad de algunas tareas que se les encomiendan, dado que la acogida se sustenta en el trabajo voluntario. La limpieza, la preparación de la comida, la ambientación de la Iglesia, el cuidado de los pequeños…

Las labores se encomiendan a los jóvenes sin paternalismos, con plena confianza en su capacidad para ser responsables.
Así, provenientes de toda Europa, jóvenes y mayores conviven con armonía. Algunos deciden quedarse varios meses o un año para reflexionar sobre su vida o su vocación. A ellos se unen chicos y chicas de diferentes rincones de Asia, América, África e incluso Oceanía, invitados desde las diócesis.


Vuelta a las raíces
Un entorno de encuentro como este es especialmente necesario en el momento histórico que vive Europa, con el resurgir de los movimientos xenófobos, el drama de las personas refugiadas y el reto de las migraciones. En este sentido, Taizé ha vuelto la mirada a sus orígenes y es, de nuevo, lugar de acogida para demandantes de asilo y gente necesitada de refugio.


Varias familias procedentes de Siria han sido acogidas por la comunidad, que les acompaña en el proceso de regularización de su situación de refugiados. También jóvenes procedentes de lugares de conflicto en el África subsahariana, han encontrado en Taizé un hogar donde reconstruir sus vidas. Incluso tras el desmantelamiento del campo de refugiados de Calais, los hermanos decidieron acoger a algunas de las personas que habían tenido allí su hogar.


Paralelamente, la comunidad ha ido estableciendo fraternidades y pequeñas comunidades temporales en aquellos rincones del mundo más necesitados de esperanza. Desde Brasil a Bangladesh, pasando por Corea del Norte, donde los hermanos apoyan a un hospital de la Cruz Roja. Para ellos se trata simplemente de estar presentes, muchas veces sin grandes proyectos transformadores sino sembrando una pequeña de esperanza. Esa luz que tanto necesita la Europa desgarrada de principios del siglo XXI.


Taizé en Madrid
Cada año, desde hace más de cuatro décadas, la comunidad de Taizé organiza un encuentro de jóvenes en una ciudad europea. Salir de la comunidad para ir allí donde se desarrolla la vida cotidiana de la gente fue el impulso que movió a los hermanos a emprender ese viaje, concebido como una “peregrinación de confianza a través de la tierra”. Confianza de quienes llegan, confianza de quienes acogen. Encuentro mutuo a lo largo de las ciudades europeas.


Esta peregrinación llega al fin a Madrid, donde ha sido largamente deseada. Entre el 28 de diciembre de 2018 y el 1 de enero de 2019, miles de jóvenes llegarán a la capital para rezar juntos y conocer la vida de la Iglesia local. Todas las parroquias –y también otras infraestructuras eclesiales ya sean católicas, protestantes u ortodoxas– están invitadas a participar organizando actividades y facilitando la acogida de los peregrinos en los hogares de los feligreses.
Para más información: bit.ly/taize-madrid-18