"¿Los 30 son los nuevos 20"?
Los 30 son los nuevos 20. Y los 40 los nuevos 30. Y así hasta el final. Estas frases tan escuchadas últimamente consuelan cada vez que cumplimos años pero, lejos de ser triviales, reflejan un profundo cambio social que hace tambalear los tradicionales roles propios de cada edad, dilatando la entrada en la vida adulta…
Por Raquel Miguel, periodista
…Este profundo cambio es fruto del progreso social y económico pero que plantea transformaciones individuales y colectivas llenas de retos a largo plazo.
“Yo a tu edad (….)”. Otra de las coletillas más frecuentes que salen de la boca de nuestros progenitores ponen en evidencia ese cambio social que afecta a las pirámides de edad tradicionales en las sociedades occidentales y que retrasan la entrada al mercado laboral o la formación de una familia. Los números son los mismos, pero las percepciones, bien distintas. En la década de los 20 o incluso antes, lo más urgente no es ya buscar una vía de supervivencia económica. Ni tampoco formar una familia, como sí lo era hace sólo una o dos generaciones.
La “época dorada”
La veintena ha pasado a ser una época de transición entre una adolescencia acabada y una edad adulta que no termina de llegar. Una época dorada definida en muchos caso por una gran libertad, ausencia de responsabilidades plenas y un abanico de posibilidades ante una vida cuyos límites no se perciben y en la que nada de lo que hacemos parece definitivo.
Aún hay tiempo para probar y cambiar de rumbo, pensamos. Según una encuesta de la MTV, los jóvenes definieron los mejores años como una fase entre los 25 y los 34 años, una percepción de alargamiento de la juventud que se plasma incluso en los cánones estéticos.
“Las tareas y roles que desempeñábamos hace unos años con menos edad, como la incorporación al trabajo o la formación de una familia se ha retrasado”, constata el Alejandro García, profesor de sociología de la Universidad de Navarra en entrevista con HUMANIZAR. “Incluso la etapa de madurez en la que uno se hace responsable de sus acciones y de su vida”.
Las causas son de diversa índole, pero sobre todo, económicas. El progreso económico, pero también social y cultural hace que no sea tan urgente trabajar de inmediato para ganarse la vida, asegura el experto. “El incremento de condiciones productivas y económicas permite que podamos dedicar más tiempo a la formación, prepararnos para la vida adulta y profesional de forma más dilatada y pausada”.
Entre la adolescencia y la adultez plena
El estado del bienestar permite, en definitiva, dedicar más tiempo a la etapa de premadurez o preprofesional antes de empezar una vida propia. Una etapa que si antes se daba por zanjada en la entrada de la veintena, hoy se sitúa al final de esa década.
El profesor estadounidense Jeffrey Arnett creó una teoría aplicable a las sociedades desarrolladas contemporáneas bautizada como la adultez emergente (“emergind adulthood”) en la que define un momento entre la adolescencia y la adultez plena, que sitúa entre los 18 y 30 años. Una fase de transición a la edad adulta que se caracteriza por una gran estabilidad pero también gran libertad y un amplio abanico de posibilidades para definir el futuro.
Pero también por una gran trascendencia en la búsqueda y definición de la identidad. De ahí los llamamientos como los de la psicóloga estadounidense Meg Jay a no desperdiciar esos años y a ser conscientes de que son claves para la definición del futuro.
“Lo que se retrasa no es el desarrollo cognitivo”, defiende García. Sino el desarrollo como seres culturales, la asunción de un proyecto de vida propio del que uno se hace responsable.
Porque la madurez tiene una faceta más externa, reflejada en hechos como la incorporación al mercado laboral o la formación de una familia, y otra más interna, consistente en la capacidad de adoptar decisiones propias con responsabilidad y asumiendo los costos que esas decisiones tienen.
El desafío de educar para la madurez
¿Qué suponen estos cambios para nuestras sociedades? ¿Son buenos o malos? Por un lado, el cambio de roles acompaña un cambio en las pirámides de edad y se adapta de alguna forma a ese cambio demográfico. El aumento de la esperanza de vida hace disponer de más tiempo para el desarrollo de un proyecto personal y la postergación de las decisiones parece lógica. Pero plantea también algunos retos de índole social, familiar o incluso psicológica.
“En términos educativos, se ha producido una cierta infantilización de nuestros jóvenes”, considera el profesor García. No tanto en el sentido de que tarden más en marcharse de casa, tener un trabajo o formar una familia como en el de no estar preparados para enfrentarse solos a problemas o contratiempos, asegura.
“El estado del bienestar lo hemos interpretado como la ausencia de problemas o contratiempos y en términos educativos hemos evitado formar a los más pequeños a enfrentarlos, sobreprotegiendo a nuestros hijos e infantilizando de alguna forma a las nuevas generaciones, abocándolas a una cierta carencia formativa y de autonomía, que es una de las claves para enfrentar la madurez”.
Los logros estructurales de las sociedades occidentales de las últimas décadas -traducidas en una mayor confortabilidad económicas o coberturas sanitarias, educativas o sociales- han traído cambios, pero el problema es dar todos los avances por descontado y postergar la capacitación para enfrentar problemas y dificultades reales.
Algo que puede producir conflictos personales e incluso problemas psicológicos, cuando un adulto llega a cierta edad y no se siente preparado para enfrentar determinados desafíos. Los agentes sociales educativos deben enseñar a tomar decisiones; enseñar a que toda elección conlleva una cesión y a que en la vida no se puede tener o hacer todo.
Además, los nuevos tiempos traen consigo desafíos diferentes, pero no menos duros, de cara al futuro. “Los retos actuales son más cualitativos que cuantitativos”, considera García. “Buscamos calidad en el empleo, un desarrollo profesional, que lo que hacemos nos llene, pero ya no pensamos tanto en morirnos o no de hambre como las generaciones anteriores”, afirma. Sí existen otros desafíos graves como la precariedad laboral o desafíos medioambientales de igualdad de género que se enfrentan con más crudeza en estos momentos.
La trinchera biológica
Uno de los desafíos más infranqueables se presenta sin embargo en el ámbito familiar. Aunque el reloj social se ralentice, el biológico sigue corriendo a la misma velocidad, constituyendo un desafío especialmente acuciante para las mujeres, que se ven muchas veces obligadas a elegir entre éxito profesional o formación de una familia. Algo que se intenta paliar con políticas de conciliación que favorezcan que no sea así.
“La edad biológica es la que es. Ahora se potencian otros métodos que permiten postergar la maternidad, pero siempre hay un límite”, cree García. Y esa postergación de la maternidad y la paternidad sí está teniendo consecuencias en una institución vertebradora de la sociedad como es la familia, produciéndose una cierta crisis en el modelo familiar tradicional.
“La crisis de la natalidad en España y Europa tiene que ver con esa transformación del momento en que empezamos nuestro proyecto de vida profesional y familiar y es consecuencia de que estamos privilegiando más la primera”, apunta García.
Nuevas oportunidades y modelos
Pero no todos son desafíos. Los cambios entrañan también oportunidades y la apertura a nuevos modelos sociales. Las trincheras de los roles de edad y los modelos de vida se desdibujan para dar paso a más opciones distintas de desarrollo personal y elecciones más propias. No tener hijos o apostar por un proyecto de desarrollo personal centrado en el trabajo, en viajar o en modelos de familia alternativa son cada vez más frecuentes, aunque aún minoritarios.
“Las opciones se han ampliado y no todo el mundo sigue ya las pautas establecidas en generaciones anteriores, pero la clave sigue siendo un proyecto de vida propio y diferenciado”, insiste el profesor García.