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Psicología de la autenticidad. Mentir y mentirse

“Todo hombre tiene recuerdos que no contaría a nadie más que a sus amigos. Otras cosas hay en su mente que ni siquiera revelaría a sus amigos, sino solo a sí mismo, en absoluto secreto. Pero hay otras cosas que el hombre teme incluso contarse a sí mismo, y todo hombre decente tiene una cantidad de esas cosas guardadas en su mente” (Fedor Dostoievski, en su libro Recuerdo de la Casa de los muertos).

Por Alejandro Rocamora

Dostoievski describe de forma magistral la diferencia que existe  entre mentir y mentirse. Así podemos decir, que mentimos cuando relatamos, de forma alterada, alguna expresión o hecho para conseguir una ganancia: dinero, alabanza, reconocimiento o perdón.

Así, el adolescente miente al explicar que su retraso para llegar a casa ha sido producido por una avería del autobús (cuando la realidad es que se entretuvo en la discoteca) o el paciente que miente, exagerando los síntomas gripales, para conseguir la baja laboral, o el amigo que afirma que estuvo llamando toda la tarde para invitarnos al cine, cuando la realidad es que no pensó en nosotros para ese evento.

En los tres casos se miente para conseguir un beneficio: evitar el castigo de los padres, conseguir la baja laboral o no perder el reconocimiento del amigo. Estas son las mentiras, según Dostoievski, que contaríamos a los amigos.


    Existen otras mentiras, más profundas, más estructuradas, que solamente se contarían a uno mismo: los impulsos sádicos en las relaciones interpersonales, las fantasías eróticas con un compañero o compañera y no digamos las situaciones de una “doble vida”: tener un amante o conductas pervertidas (voyerismo, fetichismo, etc.).

Son nuestras mentiras que guardamos en absoluto secreto, que ni siquiera comunicamos a nuestra pareja o a nuestro mejor amigo. Es como una zona oscura de nuestra mente, que siempre se mantiene en la penumbra, que constituye la “quinta esencia” de nuestro ser, que solamente revelamos al confesor, al psiquiatra o psicoanalista; constituye la “caja negra” de nuestra existencia, que exclusivamente se abre en las vivencias más traumáticas (muertes, diagnóstico mortal, etc.) o en las situaciones que nos exponemos al alcohol o a otros tóxicos.


    Pero el autoengaño es más complejo, es la tercera posibilidad de mentir de Dostoievski: todo hombre decente tiene una cantidad de esas cosas guardadas en su mente, que teme incluso contarse a sí mismo.


    Como considero, amable lector, que tu te considerarás “una persona decente”, no te extrañes que a pesar de todo pueda decirte que eres un mentirosillo, todos somos un poco mentirosos, pues todos tenemos una parte de nuestro inconsciente que todavía no ha sido a la luz. En sentido estricto, no podemos decir que es una mentira, pues nosotros mismos lo desconocemos, ya que forma parte del mundo inconsciente.

También en esta ocasión se quiere conseguir alguna ganancia, no de forma cuantitativa como antes, sino lo que se pretende es reducir la angustia. Freud, a este proceso, lo llamó mecanismos de defensa, pues nos permiten ser “personas normales” y llevar una vida dentro de unos parámetros aceptados por nuestro entorno; nosotros hablamos de “trampas de la mente”, pues en muchas ocasiones se vuelven contra el propio individuo.

Es decir, la forma de actuar el sujeto va configurando su estructura de carácter, que dará lugar a un estilo de vida, que en muchas ocasiones produce más pesar que satisfacción. Reprimir un impulso o sentimiento nos puede servir de momento, pero a la larga será fuente de angustia y sufrimiento y, en última instancia, pueden aparecer los síntomas: angustia, fobias, insomnio, etc.

Ser auténtico

    La autenticidad, pues, es el envés de la mentira. Cuando decimos “este cuadro es auténtico” o este “vino es auténtico” estamos afirmando que ambos están en consonancia con lo que esperábamos de ellos. Es decir, un objeto o persona es auténtica cuando está en armonía con su propia esencia.


    Desde el punto de vista etimológico la palabra autenticidad tiene su origen en el griego y quiere decir: “el que tiene autoridad”. Es decir, auténtica es toda persona que tiene autonomía y existe concordancia entre su sentir, pensar y actuar.


    Por esto, la primera premisa para ser auténtico es que el sujeto se acepte a sí mismo, con todo lo que esto implica: aceptar su sexo, su familia, su país, sus capacidades físicas y psíquicas, etc. A partir de ahí es desde donde podemos construir el edificio de la autenticidad. Pero, también ser auténtico es aceptar al otro como es: bajo o alto, negro o blanco, generoso o tacaño, agresivo o pacífico, etc.

Pero aceptar no significa asumir las deficiencias (propias o ajenas) sino luchar por neutralizarlas. Por ejemplo, si uno es propenso a la ira, ser auténtico no quiere decir que debemos dejarnos vencer por ella; por el contrario, la persona auténtica es la que es capaz de dominar su ira, agresividad, etc. porque tiene autoridad sobre sí mismo.


    Ser auténticos como padres, amigos o compañeros consiste en poder expresar los sentimientos hacia el otro (tanto los positivos como los negativos: valoración, cariño, agresividad o rechazo) y con una finalidad constructiva, no destructiva.

Eso sí, podemos confundir sinceridad con autenticidad; lo primero, consiste en decir lo que a uno se le ocurre sin tener en cuenta las consecuencias y la autenticidad presupone contar con los sentimientos del otro y sus circunstancias.

Falsos tipos de autenticidad


    Lo más opuesto a la autenticidad es la alienación o la locura. En esa situación el individuo no actúa por sí mismo sino teledirigido por su vivencia psicótica. Sin llegar a ese extremo, en la vida cotidiana podemos encontrar algunas formas de inautenticidad, que revisamos a continuación:

•    ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente: este dicho es un fiel reflejo de todas las  “personas robot” que actúan, no por sí mismas sino dirigidas por la moda, los mensajes publicitarios o el “qué dirán”. Son como barcos a la deriva, por un mar encrespado de teorías y gustos.

Se olvidan de sí mismas y pretenden ser “buenas copias” ante de ser originales, aunque mediocres, como diría un amigo mío. Un claro ejemplo son los adolescentes, que tienen por bandera el ser únicos e irrepetibles y tener mucha personalidad cuando no saben elegir un vestido o un disco distinto del que sale en TV. Su “autenticidad” consiste en seguir los gustos del cantante o futbolista de moda.

•    Dime  de qué presumes y te diré de qué careces: es el dogmático, tan intransigente, que siempre se considera en posesión de la verdad. En el fondo se está mintiendo y lo que esconde es su baja autoestima e inseguridad. Parece auténtico porque es rígido en sus ideas, pero en realidad es esclavo de sus creencias y por lo tanto ni es libre, ni tiene autonomía, requisitos indispensables para ser auténticos.

Este tipo de personas pueden defender con mucho énfasis sus posiciones políticas, religiosas o su visión de la vida, porque tienen pánico al diálogo y que les cuestionen sus propias posiciones. El admitir nuestras equivocaciones y los errores es una manera de mostrar nuestra autenticidad.

•    “Estar en Babia o estar en la higuera”: son los que carecen de criterio, ni siquiera siguen la moda, y aparecen como si no tuvieran identidad. Su posición pasiva e huidiza es lo más opuesto a la expresión de autenticidad.

Por desgracia, son tipos de personas que pasan del mundo laboral, social e incluso familiar, que nunca se comprometen con nada, y por lo tanto nunca se equivocan, pero tampoco pueden disfrutar con los posibles aciertos, pues no se arriesgan.

•    “No tener pelos en la lengua o cantar las cuarenta al lucero del alba”: son personas que alardean de autenticidad pues dicen lo que sienten, pero olvidan que ser auténticos es algo más: tener en cuenta al otro y sus circunstancias. No somos más auténticos porque manifestemos claramente nuestra postura respecto a un asunto y no imitemos, sino cuando hacemos eso no de forma impulsiva y teniendo en cuenta al otro.

Es lo que ocurre con Antonio: tiene un grave problema con su hijo que es un mal estudiante y en todo momento le está recriminando su falta de interés y su escasa preocupación por los estudios. Aquí el análisis es correcto pero las formas de exponerlo contamina toda la acción y se pierde toda credibilidad. A veces, es mejor callar que explotar o desahogarse.

Mentira y autenticidad


    Solemos decir que las “mentiras tienen las patas muy cortas”. Esto es cierto, entre otras razones, porque toda persona tiende a la autenticidad, es decir, en su fuero interno todos repudiamos la mentira y mentirnos. Por lo tanto, por inercia tendremos a buscar la verdad como forma de felicidad y de forma consciente o inconsciente evitaremos mentir o mentirnos.

Sobre todo el “hombre decente” de Dostoievki procurará cada día ser capaz de contarse a sí mismo más cosas de su propio mundo (angustias, tensiones, etc.) como indicador de su madurez y felicidad. La persona auténtica es la que no miente pero tampoco se miente así misma.