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"Leer contando, contar leyendo"

Realmente mi nieta no comete ningún error, porque el que lee, cuenta y el que cuenta, en cierta manera “lee”. Y leer o contar un cuento a un niño es algo especial, porque tiene la fuerza de la declamación más sentida, la energía de despertar emociones con la palabra, haciendo sentir miedo, asombro, alegría, gustito, intriga y muchas más emociones fascinantes. Leer o contar una historia a un niño es hacerle vivir el protagonismo en un mundo mágico y extraordinario, es ayudarle a aprender lo que es la bondad y la maldad y entender las consecuencias de las acciones.

 

Despertar ilusiones en cualquier niño al escuchar una fábula es ayudarle a entrar en el territorio de la fantasía donde los pequeños despliegan toda su creatividad e imaginación productiva. Entonces es el niño el que “lee y cuenta” o “cuenta y lee” al adulto. El poder del cuento no está en el adulto que lo cuenta o lee, sino en la apertura mágica del niño que lo escucha.

 

Yo no quiero entrar en el efecto y beneficios de lo que la lectura de una buena novela hace en el adulto. Me interesan más los niños, los que no leen, pero cuentan historias y me gustan los adultos que cuentan y leen imágenes, palabras, sueños y quimeras. El niño que escucha se siente arrullado, acompañado, relajado y vivo, se siente seguro y le ayudamos a pensar, porque el cuento al ser cosa del adulto y el niño, a través de las preguntas, les ayudamos a reflexionar y sacar conclusiones.

 

Leer o contar un cuento es la garantía de que el adulto dedica tiempo al pequeño y por eso el niño quiere más y más. Hacer esto todos los días no solo tiene los beneficios que acabamos de decir, sino que favorece el aprendizaje ya que potencia la atención, la memoria, la intuición, así como habilidades cognitivas importantísimas, como la inferencia y la extrapolación, entre otras. Y no hablemos del desarrollo del lenguaje, además de ir fijando poco a poco el hábito de la lectura.

 

Nunca podré olvidar mi experiencia de voluntariado a los 15 años. Todos los domingos iba al Hospital de San Rafael a estar con los niños enfermos. Y yo lo que hacía era contar o leer cuentos a los más pequeños. Me marcó, no solo por el choque de relacionarme con niños que sufrían, sino porque cuando les contaba leyendo o les leía contando un cuento, sus ojitos se encendían. Con ellos aprendí a inventar los cuentos personalizados, especial para cada niño y aprendí a adaptar los clásicos a cada niño, por eso nunca contaba el mismo cuento a ningún niño.

 

Decir “había una vez un niño que caminaba por la selva…” era convertir al niño enfermo en un aventurero que necesitaba salir de esas sábanas blancas para adentrarse en el mundo profundo, frondoso, denso e impenetrable de la selva, donde solo los valientes son capaces de entrar. Y ese niño entraba y se transportaba con su mente a zonas salvajes donde encontraba también un monstruo con poderes, muy alegre y bueno que se aliaba con él para cruzar la selva de la mano de su monstruo defensor o dejarse transportar por el pequeñito colibrí, también con poderes y tan veloz que podría escapar de cualquier peligro.

 

El efecto terapéutico de los cuentos tanto en niños enfermos o no, es innegable. Uno de los efectos más destacables es el poder conducir al niño hacia lugares de aprendizaje. En ese aprendizaje toman conciencia de los valores que el adulto quiere transmitir y de los valores que el niño añade porque le parecen importantes. Son capaces de protagonizar situaciones complejas buscando alternativas de solución de problemas, desarrollando la empatía, avivando la compasión por esos animalitos heridos que se encuentran en el camino o ese niño perdido en la noche y resolviendo problemas con un matiz optimista y positivo.

 

El uso del cuento en los acompañamientos a niños en duelo o en situaciones de crisis extremas por terribles desastres naturales es, no solo saludable, sino terapéutico.  Contar leyendo y leer contando… Ahí está la magia.