Revista Humanizar

Suscríbete y recibe cada dos meses los ejemplares de la revista de referencia en el mundo de la humanización de la salud.

Suscríbete y colabora con nuestra misión

CAMBIA, TODO CAMBIA

Desde Heráclito y los presocráticos a Mercedes Sosa, la coincidencia está muy extendida, en el espacio y en el tiempo: todo cambia. Pasando por el castizo “¡y más que tiene que cambiar!”

Por Araceli Caballero

En el ámbito que aquí nos ocupa –los modos de vida y sus repercusiones en el medio ambiente, y viceversa-, vaya si ha cambiado el panorama. Heráclito y sus compañeros no tenían ni idea de hasta dónde podía llegar aquello del “panta rei”. Menos mal que La Negra, mucho más al tanto de la aceleración que la marcha ha tomado en nuestros tiempos, se encargó de entrar en detalle.

Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo,



Desde las sociedades preindustriales, cuando se producía para satisfacer necesidades básicas, hasta nuestra “evolucionada” sociedad de consumo el camino recorrido es enorme; en lo superficial y también en lo profundo. En principio, adquirimos objetos y usamos servicios porque los necesitamos, de modo que esa es su razón de ser y por eso (y para eso) se fabrican. ¿Funcionan así las cosas en el mundo real? No exactamente.


Lo propio de la sociedad de consumo es que la relación entre el objeto y su función primaria –pan para comer, ropa para vestirse, joyas para adornarse, etc.- deja de ser de contigüidad, se aleja y complica notablemente, de manera que la primera motivación de comprar atuendo no es protegernos de las inclemencias climáticas, en la misma o parecida medida en que los coches no sirven –no sólo; a veces, ni principalmente- para trasladarnos. La función de los objetos sigue siendo satisfacer necesidades, pero no las que parecen obvias, sino otras que tienen más que ver con la aceptación social, el prestigio, la autoestima, etc. (No hay mas que mirar la publicidad para que se disipen las dudas al respecto).


Esta transformación responde a otra más profunda: la demanda ya no dicta la oferta; ahora la oferta induce la demanda que le interesa, prometiendo no limpieza sino felicidad, no funcionalidad sino éxito social. Es decir, que –en general y en un cierto porcentaje- compramos porque otros necesitan vender. La publicidad ya se encarga de que cambie el modo de pensar, de mirar la realidad, de desear y soñar; con mucha razón ha sido denominada "industria de creación de sentimientos de carencia". Todo ello con consecuencias que, a primera vista, parece que no tienen nada que ver, como el deterioro de la salud planetaria y la justicia. La misma canción lo dice: Cambia el clima con los años/ Cambia el pastor su rebaño.


En la medida en que crece la información, la conciencia y el subsiguiente compromiso de la ciudadanía, se producen también cambios positivos. Algo en lo profundo ha debido modificarse cuando la propia organización de los fabricantes de coches (ANFAC) hace propuestas para “contribuir al objetivo de la mejora de la movilidad, poniendo el foco en el automóvil y en sus nuevas tecnologías, sobre la base de un uso racional e inteligente”, que incluyen restringir el tráfico en las ciudades en casos de contaminación alta, promover las energías alternativas, el transporte colectivo de empresa y la economía colaborativa.

Lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana


Es un signo, y existen otros muchos, pero no basta. Hacen falta más, y en muchos terrenos. Por ejemplo, en el de la desigualdad. Según la revista Forbes, cuatro familias españolas –Ortega (Inditex), Roig (Mercadona), del Pino (Ferrovial) y los primos Alberto Cortina y Alberto Alcocer- atesoran más de 80.000 millones de euros, equivalentes al 8% del PIB español. Tal vez por ello España ocupaba en 2014 el segundo puesto en la lista de países de la OCDE donde más ha crecido la brecha social (10 veces más que el promedio europeo y 14 veces más que en Grecia, por ejemplo).

Según un informe de Oxfam, en nuestro país, en el último año el patrimonio de las 20 personas más ricas ha aumentado un 15%, mientras que el del 99% restante de la población ha bajado también un 15%. Ricos que, además, no puede decirse que contribuyan mucho a las arcas comunes, porque, señala el mismo informe, la fuga de capitales hacia paraísos fiscales creció entre 2013 y 2014 un 2.000%.


Con el Planeta no nos portamos mucho mejor. Por ejemplo, el 30% de la pesca mundial no se declara, lo que significa esquilmar de manera descontrolada el patrimonio común, en beneficio de la codicia de unos pocos.
Tal vez no haya que esperar a mañana para abordar los cambios.

Así como cambio yo
En esta tierra lejana


Cambios económicos, políticos, sociales, culturales. Y personales, porque casi todos estos asuntos tienen que ver con nuestra vida cotidiana. A mediados de enero, Amnistía Internacional denunciaba que multinacionales como Apple, Samsung o Sony no comprueban que sus productos no utilizan cobalto extraído con mano de obra infantil en países como la República Democrática del Congo, fomentando así la explotación de niños y niñas.

Las multinacionales mantienen esas conductas, pero los móviles los compramos nosotros. Es sólo un ejemplo.


El eslogan de Manos Unidas de hace unos años -Cambia tu vida para cambiar el mundo- ponía el acento en dos cosas importantes (lo sé de primera mano: yo estaba allí). Una: transformar la realidad requiere cambios personales. Si ahora manda la oferta es, al menos en cierta medida, porque nos dejamos hacer. Dos: para transformar la realidad, los cambios personales han de tener esa perspectiva, porque los problemas encuentran solución en el ámbito en el que se plantean.

La suma de buenas obras particulares no causa automáticamente el bien público. Los cambios han de tener una perspectiva política; es decir, ir al meollo de la cuestión.

Pero no cambia mi amor
Por más lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente



Puesto que la bondad de los cambios no va de serie, la madre del cordero es el sentido del cambio, hacia qué horizonte dirigirse. Concretar no siempre es fácil, pero hay un criterio claro: que quien marque el camino no sea la codicia de la oferta, sino las necesidades básicas de todos y todas. Como canta Mercedes Sosa, el dolor del pueblo, los derechos de la gente.