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REFLEXIONES SOBRE LAS CARACTERÍSTICAS DEL CAMBIO PSICOLÓGICO

De la misma manera que un faro en la costa debe producir luces y sombras para ser reconocido por los barcos, de la misma manera el ser humano a través de sus cambios (personales y situacionales) va construyendo su personalidad.

Por Alejandro Rocamora

Pero para ser efectivo, como el faro, debe encontrar el sentido de su existencia, incluso en las situaciones límites.


La vida como cambio
    La vida se puede definir como un largo rosario de cambios (pequeños y grandes; físicos, sociales y psicológicos), que se inician con la salida del feto del útero materno y terminan con la muerte. Son pequeñas crisis que no entorpecen sino que ayudan a progresar. Estas se producen o bien por el desarrollo biográfico del sujeto (adolescencia, climaterio, etc.) o por acontecimientos externos o internos (rupturas, pérdidas, enfermedades, etc.).


    Es más, sin un mínimo de tensión no podríamos vivir. Sería una vida plana sin sobresaltos pero también sin poder crecer psicológicamente. El cambio es como la sal para las comidas: un exceso la hace insoportable, pero su total ausencia nos priva de disfrutar de los alimentos.


    Cada una de nuestras biografías están sembradas de  encrucijadas, de conflictos, de cambios y, por tanto, también de las resoluciones que hemos dado a esos momentos. De hecho, las personas mayores siempre cuentan su vida con relación a los acontecimientos  de tensión que han sufrido (operaciones quirúrgicas, muertes, separaciones, etc.).  

 
Watzlawick (1980), distingue dos tipos de cambio: el cambio 1 se refiere a las modificaciones superficiales y simples que ocurren en la vida cotidiana y que no suponen una gran transformación. Por ejemplo: cambiar de pantalón o de falda,  salir al teatro o al cine, etc. Pero existen otros cambios (los cambios 2) que atañen a la estructura propia del sujeto y del grupo en que se produce. Por ejemplo: el cambio de pareja, cambio de puesto de trabajo o el cambio producido tras el diagnóstico mortal o la misma muerte de un ser querido. En estos últimos casos el cambio es más radical y más absoluto como si fuera un “renacer” a una nueva realidad.


    Los “cambios naturales” (relacionados con el desarrollo biográfico del sujeto), y también los que surgen en el devenir de la propia historia de cada persona, pueden tener la categoría de cambio 1 o de cambio 2. Lo cierto es  que los cambios que vienen de fuera, suponen una dificultad de adaptación sobreañadida.


    Solamente los “dioses” son inmutables, pues tienen la plenitud. Por el contrario, el ser humano, que es indigente  e incompleto, es esencialmente cambio. En él es donde  encuentra el camino del progreso y de la perfección; sobre todo el cambio 2 nos lleva a “crecer psicológicamente” y a posibilitar el desarrollo completo de todas las facultades. Es cierto que todo cambio supone posibilidad de éxito, pero también está impregnado de la sombra de fracaso; la decisión pues se columpia entre ser o no ser, pero siempre es una ventana abierta a la esperanza, a las posibilidades  de pasar de un “menos” a un “ más”.


    No obstante, ante la encrucijada del cambio personal (sobre todo del cambio 2) el ser humano puede quedarse atrapado y estático, sumido en la indecisión, paralizado. También puede entrar en un círculo cerrado repitiendo las mismas decisiones (y por tanto los mismos errores) y haciendo bueno el pensamiento de Albert Einstein: «Lo más absurdo del ser humano es querer que una cosa cambie y seguir haciendo lo mismo». Es la situación en que se encuentra la persona que ante una adversidad (muerte, enfermedad terminal etc.) insiste en dar vueltas y vueltas a la misma solución; es como intentar sacar agua de una noria que no tiene agua.
 
El hombre en el pozo


    Esta última situación se puede ilustrar con La metáfora del hombre en el pozo, de Kelly G. Wilson. De forma sintética se puede describir así: “imagínese que está en un verde prado, saltando y corriendo, sintiéndose feliz. Lleva una mochila con  herramientas. Pero de pronto y sin esperarlo se cae en un pozo. Ante esta situación desesperada abre la mochila y ve una pala. Piensa que esto es su salvación y comienza a cavar y cavar…Pero, ¿qué consigue?

No salir a la superficie sino hundirse cada vez un poco más y hacer el pozo más profundo. Lo que falla no es la pala, sino la forma de utilizarla. El error está en insistir en la misma solución y no buscar otras alternativas (vocear, lanzar una cuerda al exterior, etc.)

    La moraleja de esta historia es evidente. A veces ocurre que en “el prado de nuestra vida” donde todo es alegría y bienestar no somos conscientes que la adversidad puede aparecer y no estamos preparados para ello: una enfermedad mortal, una pérdida, una ruptura, etc. Y el error es querer solucionarlo repitiendo y repitiendo la misma “solución”: ansiedad, depresión, desesperanza, etc. De esta manera lo único que conseguimos es profundizar más en nuestro malestar.

Soluciones


Para poder salir del “pozo del conflicto” y cambiar, he aquí algunas actitudes que pueden facilitar un cambio más profundo y existencial:


•    La creatividad: en definitiva crear es salir de uno mismo y dar forma a una idea, a una inspiración o a una fantasía. La creatividad es una capacidad de todos los seres racionales; los animales, por el contrario no crean, sino que repiten las conductas impresas en su código genético.


Para  desarrollar esta capacidad debemos educar al niño que en encuentre las soluciones a sus pequeños conflictos y contrariedades y no que repita, como un loro, lo que los mayores le dictan. Para ello, debemos potenciar su capacidad de observación y fantasía, acompañada de una actitud flexible para aceptar los errores y potenciar los aciertos. En ese claro obscuro de la existencia es donde debe ir construyendo su personalidad. Lo negativo no es equivocarse sino el no reconocerlo y cambiar.

•    Un “nosotros” fuerte: es imprescindible, para conseguir lo anterior, que el niño viva en un ambiente acogedor y seguro donde se permita expresar sus sentimientos (positivos y negativos) y no reprimir sus emociones. El vínculo familiar y social cuanto más sano se desarrolle será un buen trampolín para superar cualquier caída en “el pozo de la vida”.

•    La esperanza: la esperanza es una vivencia constitutiva del ser humano, no solamente en los malos momentos (muerte de un familiar, suspenso en un examen, ruptura sentimental, etc.), sino también es imprescindible para progresar y crecer psicológicamente, y en definitiva, para ser felices. Esperar como señala Fromm (1971) es como estar alerta como el tigre que está quieto, hasta que salta  la oportunidad de captar a su presa.


El ser humano, tanto en el fracaso como en el éxito, debe estar atento para progresar, asumir los cambios, y en última instancia adaptarse a las nuevas realidades, que van surgiendo en su vida.


La búsqueda de sentido



    Una idea que recorre los textos de Viktor Frankl es que el sufrimiento humano, que también es un cambio en la vida de la persona, se contempla  no como un factor destructor de la felicidad personal sino como una oportunidad de encontrar la propia identidad. Esto no es óbice que se pongan todos los medios (médicos, etc.) para aliviar o suprimir ese dolor. Pero es en el sufrimiento irremediable donde el sujeto debe encontrar el sentido de su vida. A este respecto dice Frankl (1980): “Es cierto que toda enfermedad tiene su sentido. Pero el sentido auténtico de una enfermedad no está allí donde le busca la investigación psicosomática, no en el qué del estar enfermo, sino más bien en el cómo del sufrimiento”.


    El autor señala tres caminos para encontrar el sentido: el hacer o crear, el vivir algo o amar a alguien”. Pero en definitiva “lo que importa es la actitud y el talante con que una persona sale al encuentro de un destino inevitable e inmutable. Solo la actitud y el talante le permiten dar testimonio de algo que solo el hombre es capaz: de transformar y remodelar el sufrimiento a nivel humano para convertirlo en un servicio (Viktor Frankl, 1980).


    Eso sí V. Frankl (1980) tiene muy claro que el sentido es personal y por tanto cada sujeto debe  encontrarlo: no puede ni darse, ni inventarse, sino que debe descubrirse. Por esto en cualquier situación toda persona puede encontrar el sentido a su padecimiento incluso en la “triada trágica”: sufrimiento, culpa y muerte.