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La lucha de seguir siendo niño en un campo de refugiados

Irak, Siria, la Franja de Gaza o Sudán del Sur: los graves conflictos que han azotado gravemente al mundo en los últimos meses amenazan con convertir 2014 en un año negro para los refugiados de todo el mundo y especialmente, para los más vulnerables en esta situación, los niños. Los menores desplazados están expuestos a enfermedades, a traumas, desarraigo familiar y efectos imprevisibles a largo plazo en su desarrollo. Y el problema se agrava cuando una situación que en un principio es transitoria se convierte en permanente y el campamento se convierten en su único hogar. Pero quizá el desafío más difícil es que la identidad como niño prevalezca a la de refugiado.



Por Raquel Miguel

“Nunca hubo tanta población refugiada censada y tantos desplazados internos desde la Segunda Guerra Mundial como este 2014”, señala David del Campo, director de cooperación internacional y acción humanitaria de la organización Save the Children España. Una situación que sufren actualmente casi 16 millones de niños y niñas, el sector más vulnerable.

Una vulnerabilidad que comienza con la división o incluso la pérdida de sus familias, su primer ancla de seguridad, pues muchos de ellos llegan solos a los campamentos de refugiados. Y que continúa con el largo tránsito desde el lugar de origen hasta el destino, un camino en el que muchos pierden la vida o sufren violencia o abusos. El trauma sigue con la pérdida del sentimiento de seguridad, el pánico y las pesadillas nocturnas, que golpean duramente a su desarrollo emocional. “Hay adolescentes que se convierten en bebés y niños que dejan de serlo para convertirse en refugiados”, constata Del Campo.

Por eso, para las organizaciones internacionales que trabajan con la infancia, una de las prioridades consiste en crear espacios seguros donde los niños puedan seguir siendo niños. “Donde puedan jugar con otros niños o estudiar como en la escuela donde estaban antes. Un espacio seguro, amigable, de normalidad”, donde además se puedan detectar los problemas físicos y psicológicos que sufren, explica Del Campo.

“En estos espacios, denominados amigos de la infancia, el objetivo es que el niño pueda recuperarse de lo que ha vivido porque si no, siempre será víctima de ello”, explica Lorena Cobas, responsable de emergencias de UNICEF Comité Español. “Se intenta volver a la normalidad dentro de esa situación de trauma que permita al niño dejar de pensar en lo ocurrido y sentirse seguro, compartiendo con otros niños”.

Una de las terapias más clásicas y efectivas en este aspecto son las actividades de dibujo. “No hay mejor diagnóstico para explicar lo que sienten los niños que han sufrido traumas que hacerles dibujar, llevarles al juego a través del dibujo para sacar lo que tienen dentro”, explica Del Campo.

La atención sanitaria es otra de las cuestiones prioritarias para atender a los pequeños, que suelen llegar a los campamentos muchas veces tras caminar 20 ó 30 días por el desierto, desnutridos y con enfermedades contraidas en el camino, señala Cobas. A veces sin acceso a agua potable, lo que los expone a diarreas. Y en un campo de refugiados una enfermedad leve puede convertirse en mortal. Además, se dan casos de la aparición de enfermedades endémicas, como la polio, porque no existe la posibilidad de completar su vacunación.

La educación, el principal escudo contra la vulnerabilidad

Otro de los retos centrales para atender a estos menores es darles educación, “el principal y más eficaz escudo para protegerlos de la vulnerabilidad”, señala Del Campo, destacando sin embargo el coste que tienen los programas educativos que la comunidad internacional muchas veces no prioriza.

“La vuelta a la escuela debe ser acorde con la cultura de origen, respetando las identidades”, añade Cobas. Las escuelas suelen organizarse dentro del campamento, pero en lugares donde la situación se prolonga se buscan maneras de convivencia e integración con la sociedad local. “Trabajamos para fortalecer y adaptar escuelas del lugar de recepción de refugiados, como es el caso de Jordania, donde se intenta integrar a los niños sirios”, cuenta. Un objetivo no siempre fácil por el riesgo de tensiones con la población local, una situación peligrosa porque puede forzar una nueva huida de los refugiados a otro destino.

Cuando la condición de niño refugiado se convierte en permanente

El objetivo principal de las organizaciones humanitarias e internacionales es poner fin a los conflictos de origen y posibilitar que la población desplazada regrese a sus hogares. Pero muchas veces esto no se consigue y la condición de refugiado-desplazado se alarga para convertirse en casi permanente. Entonces las poblaciones local y refugiada se ven abocadas a convivir.

Es el caso de lo que ocurre en campamentos de larga existencia de refugiados somalíes en Kenia, de palestinos en Líbano o los campamentos saharauis en el desierto argelino. Incluso en los campamentos sirios hay ya niños pequeños que han nacido allí y que sólo conocen esa realidad como su hogar.

“Las primeras palabras que algunos aprenden a leer son ACNUR o Save the Children”, cuenta Del Campo. “Pasan de ser niños a refugiados y la niñez empieza a difuminarse en el día a día, viven una niñez más compleja y agresiva y con consecuencias muy difíciles de predecir, pues muchos han crecido en un caldo de cultivo de violencia y odio”.

Por muy larga que sea la estancia, “no hay garantía de normalidad”, añade Cobas. “Porque escuchar durante años que te han echado de tu tierra impide que un niño sienta que pertenece a ese lugar. Además, no sienten que tengan oportunidades de futuro, de estudiar o trabajar, porque su objetivo es volver a su lugar de origen”. Todo ello conlleva rendimientos más bajos en los estudios peor acceso al mercado laboral y cicatrices emocionales, con el peligro de repetir patrones aprendidos.

Sin olvidar las consecuencias físicas, como es una disminución considerable de la esperanza de vida de un refugiado. “Ningún refugiado suele llegar a viejo”, apostilla De Campo.

La situación es especialmente grave en países como Siria o Sudán del Sur, donde no matan las balas, sino el hambre y las enfermedades, cuenta Del Campo. “Allí se está gestando una de las mayores tragedias humanitarias que hemos conocido y vamos a conocer”, advierte. Y en ambos lugares existe el peligro de perder una generación entera.

Principales enemigos: la falta de medios y el olvido

Para proteger a los más pequeños se necesitan medios que posibiliten una respuesta de calidad (y no sólo cantidad) a las emergencias pero también luchar contra el olvido de cientos de conflictos que no han desaparecido, aunque apenas se hable de ellos, cono los casos de Níger, la República Centroafricana, Somalia o el Sahel. “Muchas de estas crisis pasan a la historia pero las personas que ahí quedan no son historia”, culmina Cobas.