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"En el barrio hay de todo"

El comercio de mi barrio promueve desde hace años una campaña bajo este eslogan. Es cierto; aquí podemos encontrar de todo. No sólo en las tiendas. La vida de barrio es rica en entramados diversos, en recursos; y, sobre todo, en personas.

Por Araceli Caballero, periodista medioambiental

El entorno cercano -el barrio, el pueblo- es una mina de recursos y posibilidades de sostenibilidad.El pequeño comercio, de proximidad, tradicional, local y denominaciones equivalentes reúne muchas ventajas comparativas.

Incluso en las grandes ciudades, y a pesar de la presión de las grandes cadenas -¡qué buen nombre!- y de la gentrificación, aún es posible encontrar con cierta facilidad tiendas especializadas (fruterías, carnicerías, panaderías, etc.), con frecuencia negocios familiares con alguna persona asalariada, que se abastecen en mercados mayoristas, con más probabilidad de ofrecer productos cercanos y de temporada.

Aunque la normativa actual exige que sea visible la procedencia de los productos, no es lo mismo leer el nombre de un país o una provincia que oír de los labios de quien aprovisiona nuestra mesa de dónde viene y, a veces, quién lo produjo, entre otras razones, porque tiene esa información.

Esa cercanía posibilita una relación comercial más igualitaria, puesto que el vendedor o la vendedora conocen también de primera mano nuestras preferencias y son más permeables a nuestras demandas.

 

Somos los primeros y mejores beneficiarios y, además, fortalecemos la economía local y favorecemos que los agricultores, pescadores y ganaderos de nuestro entorno vivan dignamente, que se beneficien de su trabajo, en lugar de contribuir a llenar las arcas de grandes corporaciones, sin raíces ni compromiso con el entorno. Sin olvidar que de toda la vida estos comercios son un elemento importante del tejido social, verdaderos centros sociales de encuentro y tertulia.

¡Ojo! No confundir estos establecimientos con el “súper”, tentáculo doméstico de empresas poderosas que imponen su ley -maximizar beneficios- a ambos extremos de la cadena alimentaria (comerciantes y consumidores), mientras nos adormecen con cuentos publicitarios.

 

Aunque ofrecen la ventaja de la cercanía espacial, su lógica comercial y empresarial responde más a los intereses de las grandes empresas en lo que se refiere a las relaciones con los proveidores, las condiciones laborales y el tejido social, con unos costes ambientales que, puesto que no se incluyen en el precio, los pagamos todos, incluidas las personas que no son sus clientes.

Y no hablemos de los hipermercados, a los que consumidores y alimentos llegamos tras un viaje (generalmente muy largo en el caso de los alimentos), con el consiguiente consumo de gasolina y contaminación. “Hipers” y “supers” acaparan alrededor de las tres cuartas partes de las compras de alimentos en España; en nuestras manos está que estos porcentajes mengüen.

El barrio más instructivo
Fue precisamente en un barrio -Sésamo- donde aprendimos la distinción cerca/lejos (¡nunca se lo agradeceremos bastante!), tan significativa. Según el Centro de Investigación e Información en Consumo , con la energía que gastamos en ir una sola vez a comprar en coche podríamos mantener encendida una bombilla más de 800 horas.

Eso sin contar que asumir las reglas de juego de la gran superficie (ya sea ésta de barrio o de la periferia) conlleva aceptar horarios esclavos y otras condicionales laborales abusivas. La sensación de que resulta más rápido comprar en una gran superficie es falsa, como pueden certificar quienes así funcionan. Dejaré claro que no considero que el tiempo que dedicamos a satisfacer necesidades básicas sea perdido (¿acaso somos máquinas de producir beneficios, casi siempre dinerarios y para otros?).

Pero desde luego prefiero “perderlo” charlando con Alejandra (mi panadera) o Alfredo (mi charcutero), o haciendo turno en L’Aixada, mi cooperativa de consumo, que haciendo cola en un establecimiento impersonal, que por su aspecto lo mismo podría estar en mi ciudad que en la de mi antipódico primo.

La cosa no acaba en la puerta de la tienda. El barrio proporciona muchas más posibilidades de consumo responsable. Sus habitantes tienen bastante fácil organizarse, y muchos y muchas las aprovechan. Por ejemplo, formando grupos y cooperativas, con el objetivo de promover y practicar un consumo consciente y responsable.

Compran directamente, eliminando intermediarios y  estableciendo una relación directa con los productores, con lo que ello supone de conocimiento del proceso y de la calidad real de los productos. Las personas asociadas comparten las tareas de compra y reparto de los productos y, en muchos casos, dedican un tiempo a la sensibilización de la sociedad.

No sólo la comida nos alimenta
El valor de estos colectivos va más allá del acceso a productos ambiental y socialmente sostenibles, de asociarse para consumir con responsabilidad (que no es poco). Asociarse en asuntos de consumo es esencial y toca el meollo del consumismo, como señala Michael Renner: “El predominio de las pautas de consumo sumamente individualizadas lleva de forma inevitable a la multiplicación de muchos bienes y servicios a gran escala. Eso garantiza prácticamente la superfluosidad y unas exigencias materiales innecesarias” (Informe Wordwatch 2004).

La iniciativa da un paso más allá y, con idénticos principios pero con más amplitud, han empezado a ponerse en marcha supermercados cooperativos, gestionados por las personas consumidoras, de los que ya existen más de una decena en todo el Estado .

Mientras se ponen en marcha iniciativas autogestionadas, existen los mercados y ferias en los que los propios productores venden el fruto de su trabajo. No sólo de alimentación, que no únicamente la comida alimenta la vida humana. Los artesanos y artesanas, por ejemplo, nos acercan un arte genuino, con frecuencia ajeno a modas y marquetins.

Todas estas iniciativas son sólo “botones” que sirven de muestra, una de cuyas no menores ventajas es que se retroalimentan porque todas ellas abren posibilidades de relaciones humanas, y Benedetti ya dejó muy claro que “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”. Hay tantas que a alguien -la ONG Setem- se le ocurrió en 2013 crear un mapa interactivo para poder localizarlas. Empezó en Barcelona, pero si algo tienen estas ideas es que son contagiosas: Pam a pam, que así se llama, está naciendo en otros lugares.

Esto pone de manifiesto otra realidad: la aldea, el barrio se han hecho globales, pero lo pequeño sigue siendo hermoso porque tiene dimensiones abarcables para la autoorganización y las relaciones directas (en mi barrio, alguien ha colgado en árboles y paredes pequeños avisos para encontrarse vecinos y vecinas a charlar) y, desde ahí, pueden construirse redes que -si nos lo proponemos en serio- pueden derribar fronteras.

Viene ser la puesta en marcha  -que no es quimera, sino utopía en construcción- de lo que tan bien dijo Galeano, que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Y todo empieza en el barrio, en el entorno cercano, que es donde nos hacemos, porque, como escribe Petrella citando a su amigo el padre Léon, “si nadie te saluda, no existes”.