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Consentimiento e Información: contención al abuso sanitario

Durante muchos siglos las profesiones sanitarias, sobre todo la profesión médica han tenido un modelo de actuación que hoy en día calificamos de paternalista. Esto supone que, en busca del bien para su paciente, ha presentado su actuación imbuida de un aura, casi de misterio, por lo que se obligaba al paciente a cumplir las "órdenes" de sus médicos.

Por Francisco Javier Rivas Flores, médico y bioeticista.

 

En épocas en que los remedios eran más especulativos que científicos, basados en una experiencia muy individual, era fácil entender la entrega incondicional de los pacientes a las propuestas médicas por absurdas que fueran. Estas condiciones podían generar posibilidades de abuso, al entregarse incondicionalmente a la propuesta del médico.


Una historia reciente
Cuando en el siglo XIX empieza a desarrollarse una medicina con más bases científicas, en las que el uso de la estadística facilita la comparación de resultados y sobre todo en el siglo XX con el extraordinario desarrollo de la industria farmacéutica y posteriormente toda la industria sanitaria, podía considerarse que este modelo podía también evolucionar simultáneamente, pero no ha sido así. El desarrollo de la incorporación de la voz de los pacientes en el acto sanitario ha sido muy reciente en el tiempo.

Es verdad que desde la segunda década del pasado siglo se ha configurando el derecho de las personas a ser respetadas en sus decisiones respecto a su cuerpo, lo que implica información previa para la toma de decisiones, es lo que se conoce como Consentimiento Informado. La sentencia del juez Cardozo, viene a ser una crítica al abuso del médico, que, aunque actuando con buena voluntad y buscando el bien de la persona, realiza una extirpación para la que la paciente no había dado autorización, puesto que califica la actuación médica como de agresión a la persona.


Precisamente todo el desarrollo del consentimiento informado dentro de la relación sanitaria tiene este propósito oculto, limitar el poder del médico para actuar de manera unilateral, es decir, reconocer la importancia del poder que tienen los pacientes para participar en estas decisiones, la información supone dotar de empoderamiento a las personas para limitar actuaciones que podrían considerar abusivas.


Poder del consentimiento informado en la investigación biomédica
Si estas actuaciones en la clínica son especialmente condenables, más deleznable puede ser el comportamiento que se ha producido, y aún hoy, en el campo de la investigación biomédica.

Sin detenernos en los conocidos casos de la experimentación por los médicos nazis en los años 40 del siglo pasado y que dieron lugar al conocido Código de Núremberg, pero sí interesa una reflexión sobre el comportamiento sanitario en el mundo de la investigación con personas.

El reconocimiento de estas actuaciones absolutamente perversas, no fue óbice para que los mismos que condenaron estos experimentos realizaran acciones parecidas, como los estudios de Willowbrook y de Tuskegee, en Estados Unidos de América, en los que se utilizan sujetos para experimentos que o bien no cuenta con el conocimiento y conformidad del paciente, o analizan la historia natural de una enfermedad, la sífilis, que ya se conocía desde hace más de 400 años.


Condiciones para garantizar la falta de abuso sanitario en investigación
El escándalo social que supuso el conocimiento de estos experimentos propició la creación de una Comisión Presidencial para estudiar las condiciones que debería darse para la investigación biomédica con personas.

En las conclusiones de esta Comisión se reconocen varios principios que deben darse para cada investigación, entre los que se encuentran el reconocimiento de la autodeterminación de las personas con especial protección para los más débiles, la ineludible finalidad beneficente de la investigación y lo que atañe a la justicia en la asignación y distribución de los sujetos en las investigaciones.

Estos principios fueron posteriormente desarrollados en el planteamiento principialista de la bioética.


Como la investigación sigue siendo un imperativo en el avance de la medicina, y es más se puede considerar un imperativo ético que garantice el principio de beneficencia de las actuaciones médicas, siguen planteándose, desde el punto de vista práctico, cómo garantizar que no se abusa de los pacientes.

La primera cuestión a plantear es cómo se lleva a cabo el proceso de reclutamiento de los sujetos para el estudio, aquí cobra importancia la información que se proporciona a las personas, si cuenta con los elementos suficientes para tomar una decisión libre, si no ha sido sometido a coacciones o manipulaciones que puedan invalidar el consentimiento de oficio.

Es importante reconocer la finalidad del estudio, qué utilidad puede tener, qué pretende investigar, ¿sirve realmente a la sociedad o es un medio para incrementar el curriculum de los investigadores?, En estos casos el abuso supone el engaño que se produce en relación a los planteamientos auténticos del estudio.

Para vigilar y controlar estas situaciones todo estudio de investigación debe ser sometido al dictamen de un Comité Ético de Investigación Clínica, que cuenta con la presencia, no solo de profesionales y expertos en investigación, sino con personas "legas", es decir sin conocimientos médicos y que puede apartar la visión del ciudadano normal, lo que genera una garantía de que no se generen abusos. Una de las misiones de estos Comités está en el análisis de la información que se proporciona a los pacientes, a través de la hoja específica; igualmente el evaluar cuando pueden ser detenidos por tener resultados excesivamente positivos o excesivamente negativos en detrimento de otros participantes.


Estructuras sanitarias abusadoras
Podemos reconocer estructuras abusadoras cuando se plantean tratamientos no suficientemente avalados científicamente pero que vienen presentados por personas de prestigio, catedráticos o líderes mediáticos que generan falsa sensación de seguridad. Así hemos tenido recientemente noticias de venta de productos de dudosa eficacia pero vendidos como la solución al problema de la persona.

Estos hechos son especialmente dramáticos cuando se ofrecen tratamientos para el cáncer (en sus distintas modalidades) o para enfermedades crónica deletéreas, en las que las personas se agarran a cualquier solución y más si viene presentada por personas que inspiran confianza.


Es un deber ético ser especialmente escrupuloso en cómo tratar estas cuestiones, tener claro cuál es el bien a conseguir y cómo obtenerlo. Supone el reconocimiento de la capacidad de autodeterminación de la persona para decidir lo que le interesa pero para ello necesita información adecuada, detallada, completa y comprensible.