"El dilema del erizo"
“Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor...Por Peio Sánchez
El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos”. Luis Cernuda escribió estos versos recordando el viejo dilema de Schopenhauer sobre la dificultad de encontrar la distancia justa. Bien pueden servir para acercarnos a la cuestión de la eutanasia por compasión tema recurrente en el cine.
La cosa empezó con “Johnny cogió su fusil” (1971) de Dalton Trumbo, el guionista de la lista negra que por fin hizo su película. Tras la I Guerra Mundial un joven soldado permanece en el hospital, no se sabe si vivo o muerto. Una explosión le ha dejado sin rostro – ni ve ni oye- y un torso sin brazos ni piernas.
Pero a pesar de todo piensa, siente y recuerda. “S.O.S. ayúdame” es su grito que casi nadie percibe, quiere morir. Solo una enfermera- con un colgante en cruz en su cuello- intenta ayudarle a morir. Pero la maniobra fracasa por la presencia de un general médico que le condena a vivir, sin previo aviso. La máquina de matar no quiere dejarle morir.
En “Million Dollar Baby” (2004) de Clint Easwood, el compasivo Frankie Dunn sí logra su objetivo. Su pupila la joven boxeadora se ha terminado por convertir en la hija que desapareció, pero un golpe fatal en el ring dejará su cabeza sufriente pegada a su cuerpo inerte.
Su desesperación es tan grande que se intenta matar mordiéndose la lengua. Aquello derrota a Frankie que terminará, a regañadientes como todo es su vida, por desconectar el respirador y ponerle una inyección mortal.
“Y luego salió de allí. Creo que ya no sentía nada” dice la voz en off de Scrap (Morgan Freeman) su viejo amigo que nos ha servido de narrador.
Otro tetrapéjico entre la realidad y la ficción. Ramón Sampedro, que diseñó en 1998 su muerte para no culpar a los que le ayudaron, llegó a la pantalla seis años después ganando un óscar después de muerto.
Mar adentro (2004) dirigida Alejando Amenábar, tuvo un antecedente en “Condenado a vivir” (2001) de Roberto Bodegas. En este caso junto a Bardem, que encarna al pescador postrado, aparece la figura de Julia (Belén Rueda) una periodista enferma de esclerosis múltiple que le realiza un reportaje de gran repercusión y entre los que surgirá una relación.
Al final en lo que parece una alianza por morir juntos, solo Sampedro logra su objetivo. Ella quedará viva, sin memoria y sin dolor, paseando junto al mar.
Las invasiones bárbaras (2003) de Denys Arcand no es una película sobre la eutanasia, sino el certificado de defunción del mayo del 68.
Rémy, viejo y profesoral revolucionario está terminal y decide reunir a sus antiguos amigos del Declive del imperio americano (1986), película que actúa como precursora.
Ateo como el resto de los enfermos del cine de eutanasia quiere montar una despedida y para resistir se inicia en el consumo de droga con una joven toxicómana. Los amigos del profesor universitario está a su nivel y el sarcasmo inunda sus diálogos de despedida.
Al final la joven Nathalie le suministrará una sobredosis con gotero a la vez que heredará la casa y biblioteca del profesor definitivamente jubilado.
Han seguido en esta estela otras muchos films. Entre los más interesantes está “No conoces a Jack” (2010) de Barry Levinson sobre Jack Kevorkian, más conocido como “Doctor Muerte”. La danesa “Corazón silencioso” (2014) de Bille August sobre una mujer terminal que decide morir y lo encarga a su entorno. No será fácil ya que es la esposa, madre, suegra, abuela y amiga.
Y también la comedia israelí, “La fiesta de despedida” (2014) de Tal Granit y Sharon Maymon cuenta la historia de una máquina para practicar la eutanasia y una residencia de ancianos. Y entre más duras sin duda “Amor” (2012) de Michael Haneke con una durísima eutanasia del marido a su esposa que nos deja la sangre helada.
Volviendo a Luis Cernuda, el poeta exiliado “El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos”. Cuando te acercas demasiado las púas causan dolor inmenso. Lo describe el personaje roto de Frankie interpretado por Clint Easwood hablando con el cura de su parroquia.
“Pero ahora quiere morir. Y yo sólo quiero que se quede conmigo. Y juro por Dios, Padre hacerlo sería cometer un pecado. Pero manteniéndola viva, la estoy matando.
¿Entiende lo que le digo? ¿Qué puedo elegir?” El dilema del erizo. La contestación del sacerdote me pareció que en primera instancia era lavarse las manos. Sin embargo repensando encuentro especialmente sugerente su respuesta: “Nada. Hazte a un lado, Frankie. Déjala con Dios”.
El límite del misterio es la distancia justa, el amor compasivo es encontrarla. Quizás, pues me quedaría con la imprescindible “La escafandra y la mariposa”.