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"Mirar al sol. Actitudes ante la muerte"

Yalom Irvin David, psiquiatra existencialista, tiene un libro que se titula Mirar al sol y su contenido se refleja en el subtítulo: La superación del miedo a la muerte. 

Por Alejandro Rocamora

Lo puedes encontrar en Google, está en PDF. El autor parte de un pensamiento del filósofo francés François de la Rochefoucold: “Ni el sol ni la muerte se pueden mirar de frente”.
   
A través de esas páginas Yalom va desgranando su pensamiento sobre la muerte. En definitiva, nos viene a decir, que la muerte, como el sol, siempre está ahí y aunque no podamos mirarlo directamente, todo ser humano sabe que algún día morirá. Pero además, como el sol alimenta a la vida, la muerte nos enseña a vivir. Es desde nuestra finitud cómo debemos aprender a ser felices y disfrutar de la existencia.
   
Algunas personas viven como si nunca fueran a morir, entran en una dinámica de acumular riqueza, cuando la realidad es que la muerte siempre estará al final de nuestro camino. Y otros, por el contrario,  se encuentran en permanente angustia porque se sienten morir; incluso existen personas que desafían a la muerte con conductas de alto riesgo o bien ponen su entusiasmo en la recompensa final.

Actitudes ante la muerte

Castilla del Pino (1995) distingue entre morir y morirse. Es decir, morir es un hecho biológico que se produce a lo largo de toda la biografía del sujeto y por lo tanto es una cuestión del organismo, y morirse es una experiencia que sólo se adquiere cuando nos estamos muriendo.

El mismo autor señala cuatro actitudes básicas ante la expectativa de la muerte (morir): de miedo; de angustia; de negación y de afirmación. Sin embargo, la actitud en el morirse, la mayoría de las veces es de “perfecto asentimiento”. Y más adelante concluye Castilla del Pino (1995): “la actitud de resignación ante la muerte inevitablemente próxima, expresa entonces,... la incapacidad del sujeto  para elaborar el duelo ante la pérdida de ese objeto que es el yo ideal no logrado”.


Freud (1915), en "Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte", señala que "la única manera de hablar de la muerte es negándola", aunque al final de ese mismo trabajo concluye: "si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte ".  Todo ser vivo, por su misma esencia, no puede concebir su muerte, su destrucción.

En definitiva, nadie cree en su propia muerte, ya que en el fondo todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad. Por esto, por mucho que intentemos representarnos nuestra propia muerte, siempre estaremos convencidos de que nuestra vida es un fin en sí misma.

Es decir, la negación de la muerte no es una negación desde el punto de vista lógico (no se deja intelectualmente de aceptar el hecho de nuestra muerte), sino una actitud y, por tanto, una negación emocional. Por esto, vivimos como si no fuéramos a morir.


Desde que el hombre existe, las actitudes ante la muerte han ido modificándose y adaptándose a la realidad histórica del momento. Pero, tanto el hombre primitivo como en el momento actual, siempre existe una actitud de ambivalencia, de deseo y de rechazo, de amor y de odio, hacia la muerte ; no obstante, mientras el hombre primitivo encontró una salida en su animismo, el hombre actual esa ambivalencia le lleva a la culpa y consiguientemente a la neurosis .


Las actitudes ante la muerte están en función de numerosos factores. Entre ellos, cabe señalar la situación sociocultural y la edad de los individuos, además de la propia estructura de personalidad del sujeto. Pero todos los seres humanos coincidimos en una doble visión de la muerte : 1) que sobreviene siempre demasiado pronto y 2) que morir es sufrir.


La vivencia de muerte, pues, pese al mecanismo de negación, es el vector que conduce nuestra vida. Pero, esa negación puede tener diversos ropajes: desde la preocupación, la ansiedad y el temor, que son las más comunes, hasta una hiperactividad (culto al trabajo), el narcisismo (culto a sí mismo) o la confianza ciega en la ciencia para evitar la muerte (culto a la técnica-médica).


El hombre actual, en su afán  por aferrarse a esta vida, sacraliza el tener (en terminología de Fromm) sobre el ser. De aquí surge la hiperactividad, la hiperproducción o el  “trabajo maníaco” (Yalom, 1984) como una forma de defensa de la cruda realidad de nuestra finitud. A través de poseer muchas cosas (riqueza, poder, etc.) es como el hombre contemporáneo intenta negar su caminar hacia la nada.


En otras ocasiones, es el repliegue sobre sí mismo lo que hace pensar al sujeto en su inmortalidad; es un amor desmesurado hacia uno mismo que puede tener dos manifestaciones psicopatológicas: el temor fóbico hipocondríaco o la negación de cualquier señal de enfermedad. El cuerpo se convierte en lo más importante de la vida del individuo y sobre él giran todas las demás vivencias. El cuerpo es el punto de mira de toda la actividad de la persona. El individuo se siente único, irrepetible. 

 
La otra actitud es el contrapunto de ésta: es una huída hacia adelante, olvidando las más elementales medidas higiénico-sanitarias para prevenir la enfermedad, o minimizando las conductas de "alto riesgo" (alcoholismo, tabaquismo, etc).


Una tercera salida ante la muerte es la "creencia en un salvador”, que se puede concretizar en el envestimiento mágico que se hace de la técnica- médica y de los hospitales. Es curioso constatar, a este respecto, como hoy día se da más valor a los instrumentos de diagnóstico y tratamiento que a la propia acción personal del médico. Los "medios técnicos" han suplantado al "ojo clínico" y a la relación personal con el profesional de la salud.

En otras ocasiones, la persona intentará refugiarse en sus creencias religiosas, éticas o filosóficas para neutralizar su angustia ante la muerte. Su alianza con un "Dios" o una idea superior le puede servir como sostén en sus últimos años de existencia.

Actitudes ante “el morirse”

En un sentido amplio la asistencia a la muerte debería empezar desde el principio de la vida. Deberíamos ir comprendiendo que la muerte no es algo distinto a la vida, sino una fase más de la misma. Así, la muerte no tendría la connotación de tragedia, sino se asumiría como un proceso de culminación de la propia existencia.

No obstante, en sentido restrictivo, la asistencia al moribundo debe proporcionar los medios adecuados para que el enfermo consiga por sí mismo una visión de su propio morir.

En primer lugar, deberíamos ser como el espejo donde el enfermo moribundo pueda reflejar su angustia sin que la imagen se deforme, sin que su angustia se incremente. Nadie puede vivir, ni amar por otro. Tampoco nadie puede morir por otro. Es un acto que podemos realizar en compañía (junto a otros) pero en soledad con uno mismo.

Suscribimos enteramente el pensamiento de Gafo (1984) cuando afirma:
“ayudar a morir humanamente significa tener la capacidad para acompañar al enfermo, para compartir  y asumir sus angustias y miedos, para ir discerniendo qué es lo que el enfermo desea conocer, cuándo hay que acentuar o recortar sus esperanzas, en que momento es mejor dejar al paciente sin respuestas, sin falsos ánimos, ya que ha llegado a descubrir la verdad sobre su vida y su muerte”.

El médico, el personal de enfermería y la misma familia deben intensificar sus acciones para encontrar también sentido a su propia muerte. Así, para el médico la muerte de un paciente no debe suponer una batalla perdida, sino la posibilidad de ayudar a una persona a encontrar sentido a su vida. Por esto, el dolor físico debe ser aliviado, en tanto en cuanto es un impedimento para alcanzar la paz y tranquilidad necesarias para afrontar la muerte.

En este período es imprescindible el contacto físico del enfermo con su familia. No obstante, se debería procurar ese difícil equilibrio entre dejarle el espacio de soledad necesario para morir, pero que muera en compañía.    
   
Mirar al sol

La actitud más saludable es “no mirar al sol” (no estar en angustia permanente) pero sin olvidar que está ahí y es la fuente de la vida y que somos finitos y por lo tanto debemos disfrutar de cada momento de la vida. Aunque es cierto que la muerte nos destruye, su presencia nos indica lo más valioso de la vida: la capacidad de disfrute.
   
Como el sol nos alimenta y calienta, la muerte, sin mirarla nos hace más humanos. Mi recomendación final es: ¡no mires al sol directamente (la muerte), pero no olvides que está ahí!