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Menudo belén para empezar el año

“¡Feliz año nuevo!” Tras las campanadas y aunque no se nos entienda muy bien con la boca llena de un puñado de uvas, en un irrefrenable impulso de buenas intenciones aun a riesgo de atragantarnos, con estas tres palabras bautizamos el año entrante. No es para menos. Necesitamos soñar, desear y compartir cachitos de felicidad, ese bendito estado de ánimo. 

¡Feliz año nuevo!

Tres palabras mágicas, porque lo son, para proyectar energía. Tan solo hay que creer en ellas y su poder, el amor que todo lo mueve. Su efecto depende de cada cual y el grado de permeación que les permitamos. Pero algo tienen estas tres reinas magas cuando las repetimos año tras año, cual mantra, durante varios días en innumerables ocasiones. Al saludar a la familia, los amigos, los vecinos y compañeros de trabajo; al encontrarnos con el tendero, la cajera del súper, el médico o al subir al bus… hasta que dejamos de pronunciarlas porque nos resuenan repetitivas y cansinas.

 

Pasa con todo. De tanto repetir, no prestamos atención. Se nos olvida el objetivo, nos entretenemos por el camino y nos perdemos hasta que nos come el lobo. No aprendemos de los cuentos. ¿Alguien se acuerda de 1992? Además de los juegos olímpicos de Barcelona, la exposición universal en Sevilla o el quinto centenario del descubrimiento de América, tuvo lugar la primera Cumbre de la Tierra. Organizada por la ONU en Río de Janeiro, ante 150 países se presentó el problema del cambio climático como un desafío a combatir entre todos. Se redactó un tratado mundial repleto de compromisos políticamente correctos.

 

Han pasado 30 años y las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera se han incrementado en más de un 60%. Este es uno de los impactantes datos que han salido a la luz en la reciente Cumbre de Glasgow, donde los hechos se imponen y lo que verdaderamente preocupa son las evidencias científicas ante las catastróficas consecuencias de un cambio climático que ya ha comenzado: aumento de la temperatura global en 2ºC, prolongadas olas de calor, masivos incendios, deshielo de los polos, crecimiento del nivel del mar, alteraciones de las flora y fauna, danas a destiempo, destructoras Filomenas, etc.

 

Querer no siempre es poder

No sigo porque todo esto ya nos lo sabemos y no se trata de ponerme apocalíptica. La pregunta es: “¿qué puedo hacer yo?”. Qué pueden hacer las familias más allá de los gestos cotidianos ya incorporados: reciclar, reducir y reutilizar. Utilizar el transporte público es una buena opción siempre y cuando la red llegue a todas partes, sin perder una eternidad en el trayecto u horas de sueño irrecuperables por el camino. Lo del huerto urbano no me convence si el tiempo invertido no es proporcional a la cosecha para dar de comer a la prole y cada pimiento salga a precio de oro, por muy eco que sea, a menos que dejemos el trabajo y nos dediquemos a la agricultura.

 

Respecto a los carburantes, dado su precio al alza por días y la contaminación que producen, mejor pasarnos al coche eléctrico (aún más caro en el mercado si compramos uno) y rezando para que los precios de la luz no sigan disparados y condicionado nuestras vidas por franjas horarias. ¿Soy la única a la que la conciliación familiar, laboral y personal se le ha complicado con poner lavadoras nocturnas, lavavajillas a deshoras o cocinando en fin de semana para congelar lo que se pueda? Porque el frigorífico tiene que funcionar a todas horas. Y cruzando los dedos para que no se produzca el “gran apagón”, esa sombra amenazante que nos castigaría hasta sin caldera, y en invierno ya sabemos eso en lo que se convierte.

 

Eso, en el mejor de los casos; pero no olvidemos cuántos ahora (adultos y niños) no tienen calefacción, ni agua, ni techo, ni apenas un bocado que echarse a la boca. Basta con mirar la espinosa línea que separa Bielorrusia y Polonia por donde los refugiados sirios, libaneses, afganos e iraquíes intentan cruzar a la próspera Europa, y sobre los que sobrevuela también el fantasma de la Covid-19 campando a sus anchas entre los no vacunados.

 

Sí, la pandemia del coronavirus continúa en 2022, al igual que el desempleo, para complicar la fiesta a pesar del confeti. En una Navidad que jamás olvidarán  los habitantes de La Palma, especialmente aquellos que perdieron su casa, su trabajo, su modo de vida, su barrio, sus recuerdos, sus enseres, su parroquia, su colegio… al pie del volcán de Cumbre Vieja.

 

Dicen los expertos que el trauma ante tanta destrucción está afectando a todos, pero silenciosamente más a la población infantil. Los maestros han dado la señal de alarma. ¿Cómo explica un padre o una madre que lo que entendíamos por “nuestro pequeño mundo” se lo ha comido la tierra para siempre? ¿Cómo decir  que se puede volver a empezar, como en aquel Portal de Belén? Partir de la nada pero no desde cero, porque ya contamos con el amor. “Solo con el amor basta” escribió Teresa de Jesús.

 

Y se tendrán que atravesar miles de duelos; gracias a la empatía, la solidaridad, la aceptación de la vida con sus durezas y la compañía de una mano amiga. Ese acompañamiento cercano, tangible, que abraza y perdona, que ayuda a descubrir fortalezas nunca imaginadas.

 

Otras navidades

Siguen siendo fechas navideñas, al menos hasta que pasen los Reyes. Días en los que como madre no he podido olvidar la escena de aquella que perdió a su  hija de 5 años en sus brazos, a la salida del colegio. Tuvo tiempo de despedirse y decirle: “Te quiero”. Después se abrazó a la madre que la atropelló “a quien le ha tocado el peor trago del accidente… del que no tiene culpa alguna” afirmó su padre días después en una carta que se difundió en redes sociales. “A nosotros nos queda el consuelo de pensar que hemos dado todo para que nuestra Mariquilla haya estado muy bien cuidada y achuchada. Y damos gracias a Dios por estos cinco maravillosos años que nos ha regalado con ella”.

 

De profundas creencias religiosas esta familia, con otros cinco hijos, estarán viviendo esta Navidad desde el corazón y en este altar celebrarán el nacimiento de Jesús. La verdadera Luz del mundo, esa energía poderosa, renovable y eterna que es capaz de sostenernos y salvarnos.

 

Otros entienden la Navidad como el calendario de compras y contaminación lumínica que empacha nuestra mirada durante mes y medio. Fulgurantes se ven ciudades como Vigo desde la estación espacial, por ejemplo. Sin embargo, conviene no perder la vista en el espejismo y cuidar nuestro hogar para que la Madre Tierra nos siga acogiendo en su seno y no nos expulse al exilio de Marte el próximo siglo.