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UN POCO DE RESPETO, POR FAVOR

Me dice que tiene su carácter y que necesita su espacio. Me pide que tenga en cuenta sus necesidades. Me indica que no le interrumpa si hace algo que requiere atención. Me dice que no exprese tanto mis sentimientos. Me pide callar cuando un día por fin hablo. Me pide “un poco de respeto”, por favor...

No sé si al leerlo, alguna persona puede sentirse identificada. Solo sé que en medio de las relaciones de pareja aparecen claves patriarcales, fácilmente identificables, que son una “falta de respeto”, y el comienzo de la espiral de violencia que hiere y mata. A quien no le mata, le acaba por minar de tal manera, que la mente se convierte en un erial vacío de sentido. También ocurren “estas faltas” fuera de la pareja.  Es un fenómeno universal.

 

¿Es o no es respeto?

Si el respeto es la consideración de que algo es digno, que debe ser tolerado, es imposible no estar de acuerdo, teóricamente, con que el respeto es el valor de los valores. Está en la clave de nuestra convivencia, de toda relación, en la base de la construcción social.

La palabra respeto también significa acatamiento y veneración, un cierto grado de sumisión. Por ello, es preciso apelar al respeto que tiene que ver con la igualdad, no el que promueve la asimetría, sino el que tiene que ver con las formas y también con el fondo. El respeto se nota en las palabras, en los gestos, en la mirada. Se expresa también con el silencio, mientras otro habla. Es una cara de amabilidad. Es tocar cuando “toca”, y abstenerse, cuando el tacto invade con su inoportunidad. Pero también es el telón de fondo de todo encuentro humano. Que cada acción a favor del otro vaya impregnada de respeto, sobre todo en situaciones de vulnerabilidad, reverencia la alta dignidad de la que es portador cada ser humano.

Si queremos que el respeto esté presente entre nosotros, que sea clave de humanización cuando el ambiente está crispado, implica mirar más allá.  A ese ser libre que late en cada una de nosotras. Tiene que ver con reconocer a la otra persona como si fuera yo: necesitada, delicada, herida, insegura, con miles de defectos, con fuentesy fortalezas, irrepetible, en mi historia y mi caminar, en mi ser quien soy.

Lo siento, pero el respeto no es tan frecuente. Es más fácil percibirlo, falsamente, en la falta de conflicto, sobre todo porque una parte acata, calla, cede, se somete, pacta tal vez interiormente. Así contemplamos estupefactas relaciones en las que se habla mal al otro, se le ordena, se le recrimina. Explícita o sutilmente. A veces reclamando el respeto pero paradójicamente, no ejerciéndolo. Relaciones que consisten en dejar que se rían de una, o en hacer de otra el centro de las bromas, sistemáticamente. También existe falta de respeto en las relaciones en las que impera el silencio, por el miedo a la soledad, por el escapismo de las zonas no resueltas, por no dañar, por no salir escaldada, o por todo ello barajado. No, no siempre hay respeto en las relaciones humanas.

En este repaso, cómo no nombrar el “respeto humano”, que decía mi madre. Ese tiene que ver también con la falsedad, con hacer algo porque los demás te ven, te juzgan. Hacer o dejar de hacer por no quedar mal con la sociedad. El mundo se convierte en un teatro en el que el respeto, así entendido, supone ser convencionalmente correcto.

 

Las falsas ideas de respeto en la base de la violencia

En el libro Mujeres que aman, recogí el modelo piramidal explicativo de los escalones hacia la violencia. En la base de la violencia contra las mujeres está una falsa idea de respeto que tiene que ver con la sumisión. En el fondo, lo que se ha transmitido de generación en generación, y que ahora es inadmisible, es que el hombre considere a la mujer en función de sus intereses. La miraba como ideal para complementarse, si no inferior, sí como la que más cede, la que mejor pacta, la que más se pone al servicio de la noble causa que es él.

Sobre la base de la desigualdad se va generando la legitimación de un modo de proceder. Eso unido a que la rudeza, la fuerza y la violencia identificaban lo masculino, forman un caldo de cultivo para que, frente a un hecho desencadenante cualquiera, la violencia tenga el camino llano para ser ejercida. Aún me veo insistiendo en el asunto de que la violencia contra las mujeres no es igual que la violencia ejercida por las mujeres a sus parejas varones. El hecho, por cierto, es menos frecuente, deleznable igualmente, pero en la base hay algo más grave: la connotación discriminatoria, la profunda desigualdad arraigada y consentida socialmente, y una idea errónea de respeto.

El último escalón del modelo es el estallido de la violencia en sus diversas formas, que como sabemos conduce a la muerte en numerosos casos (en España, según las cifras registradas desde hace 10 años, unas 50 mujeres mueren al año por esta causa, sin que logre disminuirse el dato). Hemos de seguir insistiendo en revertir el modelo subyacente que perpetúa la estadística.

 

Un poco de respeto, por favor

Tomada en serio, es una petición que nace de la más honda necesidad de ser humanos. El respeto de verdad, ese que es reconocimiento, se adquiere con el conocimiento, así de redundante resulta. A veces herimos sin querer, por no conocer a la otra persona. Cuando nos atrevemos a conocer, aprendemos a reconocer. El respeto no es solo un presupuesto básico, un ideal. Es un aprendizaje, de cada día, de lo cotidiano. Se gana/se otorga en las cortas distancias de los ajetreos y tareas sin importancia. Se mezcla con la risa y con el llanto, con las heridas y los triunfos, con los sinsentidos de la propia historia. Se hace en el codo a codo de las relaciones y los trabajos, entre errores, disculpas, perdones, y vueltas a comenzar, desde un nuevo conocimiento que rompe el estereotipo.

El respeto no es distancia, pero cuando alguien me dice: “un poco de respeto, por favor”, significa que me he pasado de la raya, que quizá no es por ahí. Y a veces, no es así. Sencillamente, es una manipulación que apelando al respeto me detiene en la búsqueda de más verdad en la relación. Las palabras, tan ricas, también son muros, defensas y escudos. Sobre todo, las “respetables”.

Las mujeres feministas apelamos al respeto. El respeto a nuestro cuerpo. A nuestra imagen. A nuestra forma de entender la sexualidad. A nuestra libertad. “Solo un sí es sí”, como ya se recoge en la ley.

Pero también hemos de reconocer que la gran revolución feminista no es el único centro gravitatorio sobre el que gira la protección de los derechos humanos. Hay nuevas realidades que tienen que ver con la perspectiva de género, que están exigiendo voz, cambio, respeto. El colectivo LGTBI+, por ejemplo, con la ley trans se ha encontrado con  algunas voces feministas en contra. “Un poco de respeto, por favor”, vamos a decir desde aquí también. Tal vez estamos en un punto de inflexión que exige abrir la mirada y reconocer un horizonte mayor en el conocimiento, en el reconocimiento, en el respeto a los seres humanos, a todos ellos. Vamos a estudiarla bien y a pensar bien.

El feminismo más genuino, siempre caminó de la mano de otras reivindicaciones basadas en el profundo respeto de todo ser humano.