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"Lo esencial es la sed y el cuerpo"

La meditación se ha convertido para mí en un auténtico ejercicio espiritual porque es un viaje, contemplativo y creativo, a lo profundo del yo. Hablar de viaje significa que hay un punto de partida, que es el yo, y un punto de llegada, que curiosamente también es el yo (sólo que un yo distinto, transformado, más auténtico y radical). De modo que medito para encontrarme. En ese viaje de búsqueda, suceden muchas cosas, y aquí voy a relatar las dos más básicas o esenciales.



Por Pablo D´Ors



La sed

Ante todo hay que decir que nadie viajaría si no tuviera ganas de conocer otros lugares y que nadie meditaría si no quisiera familiarizarse consigo mismo. Así que, antes del viaje propiamente dicho, lo que importa es la sed de viajar, de conocer, de abrirnos a lo desconocido. Esto es lo prioritario. De nada sirve que nos ofrezcan el agua más pura y cristalina si no tenemos sed, por lo que muy bien puede decirse que el agua es un don, pero que un don superior es la sed.


          Estoy convencido de que la mayoría de las personas bebe en charcos de agua estancada, ignorantes de que a pocos pasos corren ríos caudalosos con un agua límpida y refrescante. Yo mismo he bebido en esos charcos miserables durante demasiado tiempo; quiero decir que he intentado saciar mi sed con una literatura y una espiritualidad que no merecen este nombre, pues no hacen el viaje completo, sino que se quedan en los albores del mismo o, como máximo, a la mitad.


          La mayor parte de los libros –y lo digo con toda seriedad- son un fraude. Tienen el aspecto externo de literatura, pues hay palabras, historias, estilo…, pero no lo es. Si la literatura es arte, entonces es que nace de un ejercicio espiritual. No es una pura técnica, aunque la comporta. No se puede escribir bien, y mucho menos vivir bien, sin correr el riesgo del viaje del que estoy hablando. Podrá escribirse correctamente; podrá asistirse a un fuego de artificio sintáctico y verbal. Pero no, no será literatura.


          Lo único que debe hacer quien medita es reconocer la propia sed, todo lo demás viene por añadidura. Esto es exactamente lo contrario de lo que solemos hacer: auto-afirmarnos, buscar seguridad.  Los buenos libros, en mi opinión, son aquellos que nos desestabilizan e incomodan, que rompen nuestras convicciones, que establecen una pelea con nosotros y que no cejan hasta derrotarnos. Yo quiero escribir así: no para complacer, sino para provocar. Escribo para alimentar esa necesidad de riesgo que tenemos, que es más honda aún que la de seguridad. Escribo para acompañar a los lectores más osados en el viaje a su propio yo. Porque lo que yo digo en mis libros, a quien quiera escucharlo, es esto: “Debes entregarte a lo que no ves ni sientes en un acto de fe, de confianza. Y lo que no ves ni sientes te recompensará.”



El cuerpo

En el viaje de exploración del yo que comporta tanto la verdadera escritura creativa  como la meditación se encuentra el explorador con muchas cosas. La primera de ellas, tras la sed, es el propio cuerpo. Porque ni se medita ni se escribe sólo con la cabeza, las ideas o los pensamientos, como suele creerse, sino que se escribe y medita con el cuerpo entero. La meditación, como la escritura, es, en primera instancia, un ejercicio corporal  y, como cualquier otro ejercicio, requiere de sus condiciones.


          Estoy persuadido de que todo ejercicio corporal, bien realizado, es en sí mismo un ejercicio espiritual. Y estoy igualmente persuadido de que todo ejercicio espiritual es, por la misma razón y necesariamente, un ejercicio corporal. Toda espiritualidad que se olvide del cuerpo es una simple ideología o un idealismo. Místico es quien sabe comer, quien sabe caminar, quien sabe respirar, quien sabe escuchar. Con todo esto quiero decir que para meditar, como para escribir, lo prioritario es sentarse. Si no nos sentamos y damos cauce a las palabras, no hay literatura que valga. Si no nos sentamos y damos cauce al silencio, no hay meditación que valga. El primer movimiento del creador y del meditador es, pues, sentarse. Parece fácil, pero seguramente es lo más difícil de todo el proceso.


          La consciencia de la sed y del cuerpo, que es lo básico del trabajo contemplativo y creador, nos va conduciendo, con el tiempo, al vacío u olvido de sí. Defino este vacío u olvido de sí como pobreza espiritual, que es la única cepa de la que puede nacer un hombre realmente nuevo. La pobreza de espíritu, verdadero horizonte de la meditación, es la fuente de esa plenitud que atisbamos y por la que misteriosamente nos sentimos atraídos.