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"Cadena de favores"

Unos ancianos de mi barrio, que me encuentro al salir de mi casa, para bajar al Parque de Aluche (el barrio de Madrid, donde vivo), viven en un bajo, con amplio jardín y pusieron un letrero, junto a un bote grande de plástico en el que invitaban a echar los tapones de plástico de cualquier cosa, para ayudar a pagar una silla de ruedas a Aitana, una niña de un pueblo que tiene una lesión importante en la columna y en los pulmones...



Por Mari Patxi Ayerra

...Algún día me he acercado a aplaudir su solidaridad y me dicen que viven solos, que no les cuesta nada hacer ese favor a una niña que no conocen, pero, como todos podemos ayudar a los demás, pensaron que ellos podrían colaborar. Se pusieron en contacto con los padres de Aitana, o algo así, porque casi no lo saben decir y comentan con humor que se podría llamar Carmen o Pilar, pero que no, que su nombre es Aitana y es para ella para la que cada viernes viene el padre a recoger tres bolsas de plástico enormes, de cada color y se los llevan.

Ellos, en las tertulias de la comida, los van separando y tienen una bolsa de blancos, otra de amarillos y otra de azules. Así, casi sin darse cuenta, colaboran en que viva mejor alguien y se lo toman con una responsabilidad sorprendente. Y también me siento un poco corresponsable de la vida de Aitana y de su silla de ruedas.

Me encanta la idea, me parece precioso y valiente que un matrimonio mayor, al que le sobran horas en su vida cotidiana, se moleste en llevar a cabo una acción que favorece a alguien y que podría molestar a algún vecino, ya que somos todos tan celosos de nuestra propia limpieza, orden y posesiones… Eso es saber llenar la propia vida de sentido y de misión, que nos ayuda a sentirnos válidos y a relacionarnos aún más y mejor con los otros.


Otra historia especial que me ha ocurrido en estos años de enfermedad es que en el año 2000 me dieron mis primeros brotes de esta misteriosa enfermedad cerebral mía, que volvió loco a muchos neurólogos. El primer día de junio del 2000 acudí a urgencias, donde un internista joven se tomó muy en serio mis síntomas, que eran demasiado frecuentes y me ofreció que fuera a urgencias siempre que necesitara, ya que él conocía mi historial y todos los pasos que habíamos dado. Me dio su teléfono personal, el de su casa y me dijo que le llamara en el momento que le necesitara, para que pudiera ayudarme, aunque no consiguiéramos descubrir la enfermedad, pero sí aliviar los síntomas…


Desde el año 2000 he vivido un peregrinaje de neurólogos, por toda la geografía española y a nadie se le ocurrió qué enfermedad podría tener, que me provocaba un fuerte olor a amoniaco, visión doble, pérdida de memoria y de orientación temporal y espacial. Entre tanto, llamaba a contárselo a mi primer médico, mi ángel de la guarda, ese al que no tenía que convencerle de que era una señora mayor desocupada, sino que tenía unas ganas enormes de vivir y un montón de cosas bonitas que hacer, pero a la que me ocurría algo que no sabían identificar…


Han pasado  catorce años y de pronto, comencé a perder vista muy deprisa y a sentir desorientación y olvidos excesivos y hace casi un año me descubrieron en una resonancia, que ya me habían hecho un montón, un tumor cerebral que oprimía el nervio óptico y otras partes de mi cerebro. Me lo extirparon en enero y me han dejado la cabeza cambiada, extraña, torpe y desamueblada. Los míos no me conocen y se asustan de mis extraños comportamientos. La verdad es que ya no soy la misma, ni creo que lo llegue a ser nunca, pero mi enfermedad ha sido más fácil gracias a que siempre he estado apoyada por un médico incondicional que me hizo sentirme siempre tenida en cuenta, escuchada, comprendida y apoyada en mi búsqueda de un diagnóstico adecuado… ya estoy bien, aunque me fallan otras piezas de mi cerebro, que lo han lentificado y despistado tanto, que ya nadie, ni yo misma, sabe quién soy ni dónde voy…

¡Ah!, se me ha olvidado contar que este médico ha ido a verme al hospital, cuando me han operado y estaba en coma, ha venido a verme a casa con su familia y me ha seguido cuidando en la distancia. ¿No es precioso?