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LA GRAN IMPOSICIÓN DEL ESTADO ISLÁMICO

El autodenominado Estado Islámico, también conocido por su acrónimo en árabe Daesh, no sólo ha impuesto sus leyes, normas sociales y su visión del mundo bajo el territorio que ha conquistado en Irak y Siria y en el que ha autoproclamado el nuevo califato. También ha impuesto su versión religiosa, que erige como la única válida del Islam, como la única posible para el verdadero musulmán.

Por Raquel Miguel

Así, no sólo judíos y cristianos son perseguidos, privados de derechos, asesinados u ordenados a convertirse, sino que principalmente y sobre todo son los propios musulmanes los que sufren la intolerancia, persecución e incluso genocidio, como ha asegurado recientemente el secretario de Estado norteamericano, John Kerry. Porque la lectura de su fe, basada en el salafismo y el wahabismo, se considera la única verdadera y no hay lugar para otras confesiones dentro del Islam. En definitiva, quien no la sigue no es un verdadero musulmán.

Los primeros “enemigos internos” del Estado Islámico son los musulmanes chiitas, para los que no hay sitio en el autoproclmado califato moderno. “La milicia terrorista les ofrece la opción de convertirse o de pagar o marcharse”, y eso si no son enfrentados y asesinados, cuenta la periodista e investigadora italiana Loretta Napoleoni, autora del libro “El Fénix Islamista”, en el que desgrana las claves del fenómeno.

Porque los seguidores del Estado Islámico, sunitas, quieren regresar al califato original antes de la escisión de los chiitas. Una escisión que comenzó en el año 655 y que supuso el primer “abuso de fe” de la historia del Islam. La primera guerra civil interna musulmana ocurrió cuando los seguidores de Mahoma impugnaron la elección del califa sucesor y para ello acusaron de apostasía al califa Utman, para defender a Alí como sucesor, por ser descendiente directo de su Profeta.

Precisamente ese uso de la  acusación de apostasía (Tafkir en árabe), es decir, de declarar a los demás infieles frente a la única religión considerada válida, como medio para reivindicar el poder o excluir del poder a otros, ha sido repetida muchas veces a lo largo de la historia. “Fue el génesis del cisma entre sunitas y chiitas, pero también se convirtió en un instrumento, un arma política con disfraz religioso”, defiende Napoleoni.


Los sunitas, también víctimas

Un instrumento utilizado también contra los sunitas que no compartían su visión de fe. Así, fue utilizado por Abd al Wahhab, el fundador del wahabismo, que acusó al Imperio de Otomano de apostasía para justificar el alzamiento en armas de la casa de Saúd contra los otomanos en la península arábiga y a llevar a cabo las guerras de conquista que siguieron hasta la implantación de la actual dinastía saudí. El movimiento wahabista ha servido además de fuerte fundamento para el Estado Islámico.

En otros lugares del mundo árabe, los Hermanos Musulmanes reformularon esa acusación de Tafkir para oponerse a Nasser en Egipto.

“Y en el último siglo en Irak fue utilizada por los líderes terroristas (de Al Qaeda en Irak, Abu Musab) Al Zarqawi y (del Estado Islámico, Abu Bakr) Al Bagdadi para  legitimar sus guerras genocidas contra chiítas, acusándolos de ser los aliados más allegados y persistentes de las potencias extranjeras”, cuenta Napoleoni.

Los héroes moderados/modernos

Pero actualmente se ha utilizado sobre todo para excluir a los musulmanes moderados que buscan compatibilizar su fe en una sociedad moderna. Son los “héroes musulmanes” de los que habla la política y escritora catalana Pilar Rahola en su último libro “¡Basta!”, en el que lanza un grito contra esa imposición de la fe y de las leyes terrenales, que aglutina bajo el término de islamofascismo.

“Muchos musulmanes mueren por defender las libertades frente al islamofascismo”, asegura. Y para la escritora, “esos hombres mujeres del Islam que luchan por su libertad son los Nelson Mandela, los Ghandi, los héroes del siglo XXI”.


Porque son las principales víctimas del fenómeno, algo que Occidente olvida con frecuencia e incluso silencia. “Occidente está tan ocupado con los intereses del petrodólar que no le interesa verlo (…) y no da voz a los disidentes musulmanes”, denuncia.


Civilización contra barbarie
Rahola huye de la lectura etnocentrista occidental para proponer una sencilla disyuntiva: civilización contra barbarie.  “La civilización es la joven musulmana Malala Yousafzai, que ha sufrido intentos de asesinato por el mero hecho de querer ir a la escuela (…) y la barbarie son sus verdugos, los mismos que envenenan las fuentes de las escuelas de niñas para que mueran si van a estudiar”, señala en referencia a la joven paquistaní herida en la cabeza por los talibanes y galardonada con el Nobel de la Paz en 2014 por su lucha por el derecho a la educación.


“La civilización es el director de cine iraní Jafar Panahí (…) perseguido en su país, que considera que actúa contra la seguridad y nacional y hace propaganda contra el Estado”, o la feminista, escritora y política holandesa de origen somalí Ayaan “Hirsi Ali, que tuvo que irse de Holanda porque sus propios vecinos no querían asumir el coste de su protección”, denuncia Rahola.


El salafismo y el wahabismo, las fuentes del abuso de fe
¿Pero de dónde surge la ideología fundamentalista religiosa que impone el Estado Islámico en los territorios bajo su control? El origen es el salafismo, surgido en la segunda del siglo XIX que en su nacimiento no era una ideología antioccidenal, explica Napoleoni. Todo lo contrario: Nació buscando una reflexión por el contraste entre el atraso del mundo árabe y el modernismo occidental, se bautizó como la 'Nahda', el despertar o renacimiento, y no era otra cosa que el deseo de modernizarse.


La respuesta era la purificación espiritual y el regreso a las raíces de la religión como medio de crear una identidad árabe, tras siglos de dominación política y económica de la que al principio se que acusó al Imperio Otomano. Pero la brutal colonización y la traición en la que las potencias occidentales convirtieron su relación con el mundo árabe fue un catalizador para cambiar de enemigo y señalar a Occidente; y para convertir el salafismo en un deseo de purificar el Islam del colonialismo occidental y rechazar el Estado nacional y la modernidad de Europa, explica Napoleoni.
En la década del 50, Sayed Qutb reformuló la idea del “Tawhid”, la unidad absoluta de Dios, para defender a Dios como origen del poder frente al pueblo, partido o el ser humano y erigir el principio del gobierno de Dios como el único válido con una única expresión política posible: el califato, cuyos límites quedaban definidos por las enseñanzas de Mahoma. “De ahí viene la necesidad de cortar todo vínculo con la política de estilo occidental y la llamada a depurar el islam de cualquier influencia externa”.


Consecuencia humana y política
Y para hacerlo hay que acabar con toda desviación, considerada apostasía. A los seguidores de otras religiones se les da la opción de convertirse, pero para ellos el peor pecador es el propio musulmán que no sigue las normas correctas del Islam. Por eso son ellos las principales víctimas.

En el Estado Islámico esto se ha traducido en persecución del otro e incluso genocidio y limpieza étnica, como denunció recientemente el secretario de Estado norteamericano, John Kerry.


La consecuencia político-territorial se traduce sin embargo en la necesidad de restablecer el  histórico califato de Bagdad, el original, entidad que en su apogeo se extendía desde la capital de Irak hasta Isral antes de ser destruida por los mongoles en 1258. El Estado islámico quiere ahora moldear su reencarnación en el siglo XXI.  Y ese es el verdadero peligro: los avances por crear un verdadero Estado moderno, a base de terrorismo y fundamentalismo, un Estado que represente y sea la verdadera patria de todos los musulmanes del mundo. Salvando las distancias, es la misma idea que la un Estado judío que dio origen a Israel.


Un Estado que socava la  autoridad de otros Estados, y también de otras organizaciones yihadistas. El EI representa potencialmente un reto a la legitimidad de cualquier régimen musulmán porque impone la autoridad suprema del califa. Por eso muchos países musulmanes se han sumado a la lucha.
Islam e islamismo

Por eso es necesario insistir: el Islam no es el enemigo, sino el islamismo, su vertiente ideológica radical y belicista que anula la convivencia y tolerancia entre varias religiones. “Un dictador en nombre de una idea es combatible, pero no en nombre de Dios”, alerta Rahola.