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RENCORdatorio

La palabra que pone título a la presente carta no figura en el diccionario de la real academia. No es pues una palabra española y pido disculpas por usarla. Pero se intuye fácilmente su significado sin necesitar demasiadas explicaciones.

Por Jesús María Ruiz, Director de HUMANIZAR
Rencordatorio, valga el juego de palabras, sería el recuerdo frecuente y obstinado de las ofensas recibidas que algunas personas conservan dentro de sí y que, cuando llega la ocasión, sienten el impulso de actuar con o desde el rencor. El poseedor de tal rencordatorio lleva al lado de su corazón como una ficha con la lista de los agravios no olvidados.

Algo así como un marcapasos con las pilas cruzadas y que apenas puesto en funcionamiento descargara ondas agresivas llenas de resentimiento. Un ejemplo dramático pero real de este tipo de sujetos con rencordatorio lo evidencia el soldado de Sierra Leona que, junto a otros compañeros, iba cortando la mano derecha de todas las niñas de una escuela por el sólo hecho de cursar estudios.

Una de las niñas, que acababa de aprender a escribir días antes al de la sangrienta jornada de la mutilación, pidió con toda ingenuidad a su torturador que le cortara la mano izquierda en vez de la derecha. El soldado, como castigo, le cortó las dos. El veneno del corazón nunca ayuda a crecer ni a que otros crezcan. Frente al sentimiento de felicidad que perseguimos todos los seres humanos, las personas cargadas con el peso de su rencordatorio personal se quedan sin gustar siquiera los primeros sabores.

Quien lleva tal lastre en su corazón va adquiriendo la patología del sinsentido o del sentido contrario al bien común hacia el que se dirigen las sociedades bien estructuradas. Es un caminante que se ha adentrado por una vía equivocada, sin salida y sin oportunidad de marcha atrás. Todas las personas llevamos heridas en el corazón o las hemos llevado.

Las cicatrices que nos acompañan a todos demuestran que esas heridas ya no sangran, que ya han sanado. Con heridas curadas, ya secas por el olvido y el perdón, se puede vivir pacíficamente. El rencordatorio, en cambio, mantiene el corazón destilando sangre fresca. Pero con una hemorragia continua la persona no puede vivir por mucho tiempo.

Desde el punto de vista social, quien arrastra un rencordatorio necesita la complicidad de los otros para poder actuar en grupo. Juntos colaboran y desfogan la propia agresividad contra un transgresor, por regla general presunto, al que se quiere injuriar y a veces quitar de en medio. El resultado de la venganza es la satisfacción de sentirse unidos contra el mismo blanco, elegido como chivo expiatorio de los propios fracasos.

Por eso se humilla a la víctima seleccionada, por ejemplo, arrojándole monedas con trato degradante, sometiéndola a las vejaciones públicas de un escrache delante de su casa, o arrojándole piedras hasta lincharla del todo, como todavía ocurre en muchas sociedades. Reacciones todas ellas con las que se pretende liberar las frustraciones personales que constituyen un insoportable rencordatorio. Pero no lo consiguen.