Que la úlcera vomite su veneno
La prueba está en que aumentado el miedo y la inseguridad, sobre todo en los mayores, ha aumentado el número de suicidios entre los jóvenes. En España se producen diariamente 10 suicidios, que duplican a los muertos por accidente de tráfico y son la causa externa de mortalidad más frecuente. Tras la primera ola del Covid19, el 3,5% de los sanitarios había pensado en el suicidio. Visto lo visto, tanto a nivel personal como colectivo y global, necesitamos tratamiento urgente, porque hay muchas heridas abiertas que no se curan con “Betadine” y ni siquiera con una tercera dosis de vacuna, que es lo que algunos están planteando. El diagnóstico es claro y el pronóstico apunta a que, o nos ponemos “las pilas”, con realismo y responsabilidad, o lo tenemos muy crudo, porque hemos quedado “inmunodeprimidos”.
2. Inmunosupresores
Nos cuesta reconocer que tenemos una enfermedad grave, llamada Covid19, que ya va por Covid21, y en vez de tomarnos la cosa en serio preferimos vivir como si no hubiera pasado nada en estos dos últimos años, y aquí paz y después gloria. Está demostrado que en la sociedad del “bienestar” no estamos preparados para recibir golpes bajos que cuestionan nuestra manera de ser y de vivir, y optamos por la huida hacia adelante. Políticos y vendedores de utopías van al frente de la marcha. Los políticos, porque buscan votos y ofrecen propaganda en tetrabrik, producto que se vende bien y es de gran consumo. Los vendedores de utopías, porque soñar es gratis y sienta bien al cuerpo y al espíritu, siempre que los sueños no acaben en pesadilla.
Necesitamos “inmunosupresores” para evitar el rechazo a todo lo que ayude a frenar el Covid19 (vacunas, responsabilidad, civismo y sacrificio) y a superar la pandemia, con todos males personales, psicológicos, sociales y económicos que ha ocasionado. Hacen falta “inmunosupresores” de la violencia, de todo tipo de violencia; del odio, de toda clase de odio; del egoísmo, que no quiere oír hablar de solidaridad y fraternidad; de la intolerancia a los que no son de los “nuestros”, ni piensan, ni hablan, ni rezan como nosotros.
3. Inmunoterapia
La “inmunoterapia”, personal y colectiva, estimula las defensas para hacer frente al ‘cáncer’ pandémico que padecemos y evitar que desarrolle metástasis, como les ha sucedido a muchas personas y a muchos países a los que no han llegado las vacunas o llegaron con cuentagotas. En cualquier caso, las vacunas necesitan apoyo complementario para que sean eficaces al cien por cien. No soy inmunólogo pero sí me permito recomendar un tratamiento altamente eficaz, aunque no de un día para otro: cuidar el planeta, nuestra casa común, y el medio ambiente para frenar el cambio climático que está causando estragos; establecer la justicia y la fraternidad universales para que todo el mundo pueda vivir en paz y con dignidad; actuar con perspectiva global conscientes de que todos viajamos en el mismo barco, y o nos salvamos todos o no se salva nadie.
4. Inmunidad espiritual
La espiritualidad es un espacio interior de la persona que debe ser protegido, porque es sagrado. La inmunidad espiritual, que el Covid19 no ha conseguido minarla, es la respuesta a agentes externos nocivos que atacan directamente a la dimensión trascendente del ser humano “creado por Dios a su imagen y semejanza” (Gn 1,26). Algunos sentenciaron por su cuenta y riesgo la “muerte de Dios” y otros “se olvidaron de Dios”, pero de ahí no pasó. La úlcera abierta vomitó su veneno y brotó una nueva vida sobre la tierra. En unos casos, la pandemia propició el “encuentro” y el “reencuentro” con Dios” y en otros, “acrisoló” la fe en Él. Dios, más que un refugio, era Luz en la noche oscura y respuesta a muchas preguntas difíciles de responder.
El tiempo de Navidad nos recuerda que “tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo unigénito para que todo el que cree en Él tenga vida eterna, porque no vino para condenar al mundo sino para salvarlo”. (Jn 3,16).