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Mons. Carlos Amigo: "Las dificultades nos conducen a revalorar activos antes descuidados"

-“Esperanza frente a la adversidad”…Así se titula su conferencia en las XVIII Jornadas Nacionales de Humanización de la Salud…De forma práctica, ¿cómo podríamos hacer este deseo realidad?

Más que un deseo, que puede verse como algo ideal y casi optativo. Hay que responder con una actitud abiertamente positiva frente a esa adversidad que supone el estar enfermo. Las dolencias y sufrimientos de las gentes no pueden quedarse ni en lamentos, ni en dejar que se caigan las manos en un declarado gesto de impotencia, de negación ante cualquier atisbo de ayuda. Que el deseo se convierta en la búsqueda de todos los remedios posibles para ayudar a la persona enferma. Y si de creyentes se trata, asumir la esperanza, no como expectativa, sino como seguridad de que Dios nunca abandona. Más que resignación es responsabilidad de acudir a los remedios de los que disponemos, también los que nos ofrece la fe.

-Crisis global: social, religiosa, de valores…ud. cree que estas dificultades pueden poner “a cada uno en su sitio”… ¿de qué manera?

En el proceso de la curación hay un momento en el que suele decirse que esa enfermedad ha hecho “crisis”, que ya se sabe de lo que se trata y que se está en la terapia adecuada. No nos alegramos -¡faltaría más!- de las limitaciones y carencias que acarrea consigo la crisis… Pero, no cabe duda, que esta situación de dificultad debe conducir a revalorar muchos “activos” que teníamos un poco descuidados: la familia, la austeridad, la ayuda recíproca, la formación y la responsabilidad en lo que se refiere al trabajo, la moralidad de las acciones… La crisis, si de ella hacemos una seria reflexión, podrá ayudarnos a poner cada cosa en su sitio. Y que la persona, primer valor a considerar, tenga en cuenta que forma parte de una comunidad en la que todos han de cooperar al bien común. Dios está en su “sitio”. Y el hombre, cuanto más cerca se ponga de Dios, mejor.

-Ud. ha expresado la necesidad de una regeneración social profunda a muchos niveles, para no quedarse solo en las grandes estructuras políticas y financieras…¿cómo pueden desarrollarse auténticos líderes de pensamiento que ayuden a ello?

Benedicto XVI ha expresado, en varias ocasiones, la necesidad de la formación de líderes que asuman la responsabilidad de dirigir y gobernar. Tanto en la esfera política, como en la económica y social. Una formación completa, íntegra, en la que no puede faltar la dimensión ética. La Iglesia ha ofrecido, como magnífico tratado para la formación de estos líderes, la doctrina social de la Iglesia.

-¿Qué puede aportar la Iglesia como salida a los “tiempos difíciles” que vivimos?

En alguna ocasión he dicho, con sorpresa del auditorio, que hemos estado y estamos viviendo por debajo de nuestras posibilidades. Se han olvidado principios tan importantes como la solidaridad, la corresponsabilidad, la subsidiariedad, la integridad moral… Tenemos los instrumentos necesarios, pero el individualismo, el afán de lucro, la falta de moralidad, el bienestar personal por encima de la solidaridad, el relativismo en todos los aspectos, han hecho que no tuviéramos en cuenta aquello que de verdad puede ayudar al hombre a vivir en sociedad y con cierto bienestar. La Iglesia está aportando lo que tiene: el Evangelio de Jesucristo, que no sólo no le aleja de los problemas de la gente sino que acude, y de una forma muy eficaz, como se está comprobando, en ayuda del necesitado.

-Volviendo a los valores, ¿con cuáles se quedaría aquél niño de 10 años que escribía su primer artículo en una revista de su pueblo? ¿Y con cuáles se queda ahora, tras cerca de 3 décadas al frente de la diócesis sevillana?

La diócesis de Sevilla, a la que he servido como arzobispo durante casi 28 años, ha sido para mí una permanente escuela donde he podido aprender unos valores y unas actitudes virtuosas muy apreciables. La caridad y la ayuda a los demás ha sido lección permanente, pues no había necesidad que se descubriera donde no se tratara de hacer lo posible para remediarla. Desde las Cáritas parroquiales a las bolsas de caridad de las cofradías, desde las organizaciones diocesanas a la ejemplar y sacrificada entrega de las Congregaciones religiosas, desde la responsabilidad de nuestros agentes de la pastoral de la caridad a un voluntariado, particularmente de gente joven, entregado de forma entusiasmada a la realización de numerosos proyectos, siempre en favor de los más excluidos y necesitados… Al final, lo que permanece es la caridad.